Perfiles pergaminenses

Víctor Cejas: hoy taxista, ayer carnicero, y alguien que supo ganarle a la adversidad


 Víctor Cejas entre el taxi y los recuerdos de Guerrico cuenta su historia (LA OPINION)

'' Víctor Cejas, entre el taxi y los recuerdos de Guerrico, cuenta su historia. (LA OPINION)

Tiene 66 años y vive en el barrio Virgen de Guadalupe. Reconoce que su fe en Dios lo sostuvo en los momentos difíciles y que la guitarra y el canto son su pasatiempo favorito. Anhela que sus nietos puedan cumplir sus sueños y recuerda con cariño a Guerrico, el pueblo donde vivió su primera infancia.

Víctor “Tucho” Cejas es un vecino que vive en el barrio Virgen de Guadalupe, tiene 66 años y el tono de voz que ostentan los poetas. Hay algo de poesía en lo que cuenta en la entrevista, quizás porque gran parte de su vida estuvo invadida por la música que guitarristas y compositores tocaban en el conventillo donde vivía con sus padres cuando volvió de Guerrico, el pueblo en el cual transcurrió su primera infancia, al cuidado de su abuela y de sus tías solteras.

“Nací en 1949 y ya en 1950 me llevaron a Guerrico, a la casa de mi abuela Felipa Galván de Junco. Estuve a su cuidado porque mis padres Cora Amelia Petrona Junco de Cejas y Víctor Albino Cejas trabajaban en Pergamino, lo hicieron en la carnicería de Paterlini y luego en lo de Apesteguía”, refiere en el comienzo, apuntando que siempre vivieron “en hermandad”, tanto los hijos del matrimonio de sus padres como los de una pareja anterior que éste había tenido.

De su infancia en Guerrico conserva muchos recuerdos. “Pasaron los años, pero son cosas que es como si las estuviera viendo”. Su familia eran por aquel tiempo su abuela, sus tías solteronas, el hijo de una de sus tías, su hermana mayor y un hermano menor al que llevaron luego. También los vecinos y los amigos. Hizo primer grado y primero superior en la Escuela Nº 20. “Recuerdo a mis vecinos Oviedo y ‘Juanchi’ Pacheco. También a los chicos como ‘Nito’ Artaza, Graciela Llovet, Susana Pepino, ‘Carlitos’ Bonani,  Ariel Busso,  Eduardo Busso, Hugo Ceccoli que murió muy joven. Seguramente me estoy olvidando de mucha gente, pero recuerdo las caras de todos, aunque no los nombre”.

Vivió en Guerrico hasta los 8 años, pero siempre estuvo cerca del pueblo y de hecho su voz como cantante integra el CD grabado para celebrar los 100 años de la localidad. “Con mi hermano nos íbamos a mirar televisión en la ventana que tenía abierta el peluquero Horacio Giacomino, o en el negocio de Cerchiara o Murisengo. La mayor atracción era ver ‘La Tuerca’ y programas por el estilo”.

 

Trabajar siendo niño

Víctor trabajó desde niño haciendo los mandados a los vecinos del pueblo. “Tendría 5 años cuando ya iba a hacer los mandados de doña ‘Queca’ o Marcos Ceccoli, gente que me quiso mucho. También les hacía compras a otros vecinos y mantenía la quinta con mi tía Pastora y colaboraba con los trabajos de granja.

“Tengo innumerables recuerdos del pueblo, se me viene a la memoria el día que pasó un meteorito que iluminó el cielo dejando a su paso un olor a azufre intenso. Vivimos allí hasta que mi familia tuvo que dejar el rancho y establecerse en Pergamino por necesidades de trabajo, nos vinimos al conventillo de Albani, donde vivían mis padres, en Rocha y General Paz”.

Ya en la ciudad hizo segundo grado en la Escuela Nº 41, su maestra era Ischia Marambio, una mujer a la que él quería mucho. “Ella vivía detrás de la Iglesia Merced y de chico me iba hasta la esquina de su casa para verla salir. Aprendí mucho con ella, lamentablemente no la tuve en tercero, y ahí empecé a ‘andar para atrás’ me iba mal; me cambié a la Escuela Nº 1 donde conocí a muchos compañeros, casi todos profesionales hoy. Estuve poco tiempo allí porque tenía una maestra que nos pegaba con el puntero. Estaba un poco acobardado y le pedí a mi padre que me pusiera de pupilo en Carabelas, donde estaba mi hermano. Creo que fui a defenderlo porque él me había contado que no lo trataban bien. Fue una experiencia dura, había una persona que nos pegaba con un mimbre y nos ponía de rodillas sobre granos de maíz. Le dije a mi padre que no quería ir más a la escuela. Me dijo que entonces iba a tener que trabajar, y eso hice”, relata.

Comenzó a trabajar en la carpintería de Benetti, que funcionaba en el conventillo. “Con esa gente he compartido hasta el hambre. Después pusieron una carpintería y tenía 10 años cuando me fui a lo de Antonio Zucarini, en Echevarría y Colón. Estuve allí un tiempo y después me fui a trabajar a la carnicería de Apesteguía con mi padre. Entré el 8 de febrero de 1960, pasaba el plumero, hacía algún mandado y envolvía la carne”.

Asegura que ese trabajo le permitió el progreso y también relacionarse con “buena gente”. “No había diferencias de clases sociales, y gracias a mi patrón Héctor Apesteguía, terminé la primaria en la Escuela Nº 45 que funcionaba de noche en la Escuela Nº 2. Allí tuve maestras increíbles como las señoras de Dávila e Idígoras.

“Iba dejando atrás esa época de vivir peleando que había marcado mi infancia. Me hubiera podido dedicar al boxeo, el único deporte para el que tenía mucha facilidad, pero mi madre me había dicho que si me dedicaba al boxeo no me iba a querer más. Y primó más el amor de mi madre que la admiración que le tenía a los boxeadores que trataba en el conventillo, entre ellos Rodolfo Chávez”.

 

Buscar su propio camino

Trabajó en esa carnicería hasta los 20 años y luego de haber pasado por la Marina para hacer el Servicio Militar y de haber hecho el intento fallido de ingresar a la Policía, “Tucho” fue tomando su propio camino. “Mi patrón ya no estaba y su esposa ‘Nina’ Apesteguía, una persona a la que quise mucho, me dijo que me iban a tener que indemnizar porque iba a alquilar la carnicería. Le dije que no era necesario, que yo prefería que me ayudara a conseguir un trabajo en Buenos Aires. Estábamos en eso cuando finalmente me hice vendedor domiciliario y en esa organización de venta que tenía uno de mis tíos, conocí a la que fue mi esposa. Me casé enseguida.

“Tuvimos nueve hijos: Leonardo, Mariela (fallecida), Blanca, Esteban, Hernando, Mario, María de las Mercedes, Elisa y Facundo. Tengo diez nietas, un nieto varón, otro que viene en camino; y dos bisnietos, hijos de Jésica Soledad que es mi nieta más grande”.

Víctor cuenta que cuando se casaron se fueron a vivir a Buenos Aires. Allí trabajó en una carnicería y llegó a tener su propia carnicería en el Mercado de Abasto, gracias a gente que siempre le tendió una mano.

Volvieron a Pergamino en 1977 y siguió en el rubro de la carne. “Tuve la carnicería en 9 de Julio 1067, llegó a ser una de las que más vendía en Pergamino. Después me fui a Echevarría 736; después a Pinto y Merced; y luego al barrio Centenario, pero las cosas no me fueron bien y tuve que cerrar”.

 

Superar los obstáculos

Se define a sí mismo como una persona que ha encontrado el modo de superar los obstáculos y capitalizar los aprendizajes. “Yo no puedo hablar de logros importantes, le puedo hablar de las muchas ocasiones en que he estado abatido por la adversidad y gracias a Dios pude salir adelante”. 

La mirada se nubla cuando recuerda la muerte temprana de una de sus hijas. La separación en 2000 le costó desprenderse de su familia. “Cuando me echaron de mi casa me fui a vivir de ‘croto’, era un ‘croto vip’ porque me había llevado un televisor color, la guitarra y un piano que más tarde le devolví a mi hijo. “Cuando hasta la fe perdí, recurrí a la Iglesia, a la oración que es en lo que creo y confié en que en los tiempos de Dios, las cosas se iban a ir acomodando”. Y de algún modo se acomodaron.

“Anduve en remises, en carnicerías como empleado, trabajé un tiempo en Colón con unos chinos. Hice de todo. Me pasé la vida luchando contra la adversidad, pero de eso se aprende y se gana en templanza”, señala y recuerda que de niño soñó con ser cura. “Me atraía la Iglesia y quise ser sacerdote, era mi sueño, pero el don cayó sobre Ariel Busso, hubiéramos sido colegas, pero somos hermanos”, afirma.

 

El presente y el futuro

Dueño de una fe inquebrantable, hoy está en pareja con Manuela Briozzo, una mujer que tiene siete hijos. “El domingo que fue el Día de la Madre estuvimos todos en casa, tengo una buena comunión con ellos porque fueron importantes en mi vida; mi separación había significado perder el trato cotidiano con mis hijos, era como haber perdido el cielo, y Dios me compensó con una familia, que me ha aceptado y me hace sentir parte de ella”. Sus días transcurren en el taxi, tiene parada en la Estación Terminal de Omnibus. “Este trabajo me ha dado estabilidad, extraño la carnicería, pero andar en el auto me permite hablar con la gente y por suerte me llevo bien con mis compañeros, es un lugar en el que me siento a gusto”.

No habla de sus sueños. Más bien mira el futuro con una mirada esperanzada por sus nietos. “Las ambiciones que tengo tienen que ver con mis hijos, con mis nietos, rezo a diario por las personas que quiero, para que estén bien y cumplan sus anhelos”. Reconoce que la religión, en la comunidad de Lourdes, le ha enseñado a despojarse del ego. “Creo que en parte lo he conseguido, y me siento feliz”.

En  lo colectivo, reconoce que su sueño es poder “hacer cosas” para que el barrio en el que vivo, las 512 Viviendas, pueda integrarse a esta comunidad a partir de los valores de la gente de trabajo, de los buenos hábitos y las buenas acciones.

 

La música, su gran aliada

Sobre el final de la conversación, la charla se va por los caminos de la música. Víctor tiene el don de poner en palabras los sentimientos y en ese afán la canción y los acordes de guitarra han sido aliadas. “He sido guitarrista y cantor, porque crecí rodeado de música. Mi hermana era profesora de piano, y el barrio estaba lleno de música. Era común compartir momentos con Mario Berrondo, con Hugo Ramallo, con Pedro Tejedor. Yo era un apasionado del acordeón a piano, de escuchar a Patuto tocar en el patio del rancho en Guerrico. Durante un tiempo vivimos en un inquilinato del barrio Centenario, un lugar en el que sin darme cuenta me encontraba cantando. Mis amigos fueron un aliento para aprender guitarra, con ‘Tatín’ Sarlinga, con Marcelo Trotta, con Guzmán. También aprendí  música estando en el Coro Polifónico -al que lo llevó ‘Cuqui’ Angles-.

“Fui folklorista, bailé en El Fortín, empecé con Gorbalán, después con el ‘Negro’ Rodríguez y más tarde con Pedro Marlo y en el Ballet El Triunfo; fueron experiencias muy lindas. Siempre fui un aficionado.  A sabiendas de que hay pasiones que nunca se abandonan, de vez en cuando, despunta el vicio de bailar o cantar en alguna peña o festival. “A veces voy a Bellas Artes a visitar a Hernán Zárate que es un gran tipo, bailo una chacarera y me vuelvo a casa”.

No hay una canción que sea su preferida. Menciona el tango “Recuerdos” y la memoria le trae tantas otras letras que le han servido y le sirven para definir o retratar los momentos de una vida y reconfortar el alma.


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