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Canessa: “Esta historia es la cordillera que cada uno lleva adentro”


 Charlas y libro El escritor Pablo Vierci y el doctor Roberto Canessa el viernes por la tarde en el Colegio San José (LA OPINION)

'' Charlas y libro. El escritor Pablo Vierci y el doctor Roberto Canessa, el viernes por la tarde en el Colegio San José. (LA OPINION)

El cardiólogo, sobreviviente de la recordada Tragedia de los Andes, brindó dos charlas el viernes en el Colegio San José. Y presentó su libro “Tenía que sobrevivir”, cuya autoría es compartida con el escritor Pablo Vierci. A continuación la entrevista en exclusiva para Canal 4 y Diario LA OPINION.


Ante una sala dos veces colmada y ávida de escucharlo, el doctor Roberto Canessa, sobreviviente de la recordada Tragedia de los Andes, ocurrida el 13 de octubre de 1972, brindó sendas charlas el viernes último, en el patio cubierto del Colegio San José. La primera, por la mañana, estuvo dirigida a la comunidad educativa y alumnos del establecimiento organizador, a los que se sumaron pequeñas delegaciones de otras escuelas. La segunda, por la tarde, fue abierta al público en general, que ocupó los 500 lugares disponibles.

La “excusa” de la visita fue la presentación del libro “Tenía que sobrevivir”, cuya autoría es compartida con el escritor Pablo Vierci, también autor de “La sociedad de la nieve”. En él habla del trágico episodio de 1972 y recoge testimonios y experiencias en su actividad como médico especializado en cardiopatías congénitas en neonatos. Como él mismo dice, el libro habla “de cómo el accidente en los Andes inspiró mi vocación para salvar vidas”. Especialmente aquellas “impugnadas por decreto”, haciendo una analogía entre aquel momento en que se decide cancelar la búsqueda de supervivientes y los diagnósticos que desahucian. 

Además de un video sobre el accidente, y la magnífica charla que dieron los autores, con participación también de Laura Surraco de Canessa, el público pudo intercambiar con los protagonistas y profundizar acerca del valor y sentido de la vida junto a uno de los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes. 

Previo a la conferencia vespertina, Canessa –acompañado por Vierci- respondió las preguntas en exclusiva a periodistas de Canal 4 y Diario LA OPINION.

-En sus charlas usted busca dejar un mensaje de aliento de que siempre se puede seguir adelante por más adversa que sea la situación, ¿cómo se transforma una tragedia semejante en una oportunidad de vida?

-Cuando estaba Roy Harley en el fuselaje con la muñeca hinchada, llena de pus, yo pensaba que apenas me daba para vivir a mí. Y sin embargo él estaba necesitando que le drenaran esa muñeca. Entonces vi que cuando peor estás es cuando más tenés oportunidad de vida, porque sos más consciente de la vida. Cuando vas andando todos los días, que te molesta el aire acondicionado, que aumentaron las tarifas, vos no tenés consciencia de la vida, entonces tendés a quejarte de lleno. En cambio cuando realmente te pega una cosa así, se te cae el avión, es cuando te das cuenta lo que son los problemas. Un día te encontrás sentado en la nieve, muerto de frío, rodeado de amigos muertos y te das cuenta que si la vida te da otra oportunidad la vas a valorar y vivir diferente.

-Cuando usted sufrió el accidente era un estudiante de medicina de sólo 19 años de edad, ¿el horror de lo vivido en la tragedia, de haber llegado a la antropofagia, le hizo dudar su vocación médica?

-Se me mezclaron los papeles. Se me mezcló el estudio con la cocina (risas). Pienso que es la gran puerta de curiosidad para ver por qué nos salvaron. Por qué muchos dicen ‘se salvaron pero se comieron a los muertos’. No fue así, nos salvamos porque salimos caminando a decirle al mundo que estábamos vivos y no nos creían. La BBC de Londres me dijo ‘resucitado’, pero nunca estuve muerto. Así que creo que es una historia tan poderosa que lo del canibalismo es un epifenómeno que nos acostumbramos a vivir con él, que fue, además, un experimento. Yo pienso que fui un conejillo de india. Dijeron ‘vamos a agarrar tipos jóvenes, rugbiers universitarios y uruguayos, que nunca vieron la nieve, y los vamos a tirar a los Andes a ver qué hacen’. Descubrí además que es una historia de personas comunes y corrientes, sobrevivientes. Y un sobreviviente es aquel tipo capaz de luchar por la vida porque tiene una razón. No es cómo salimos sino por qué. Yo había visto una madre que se le murió un hijo y mi madre me dijo ‘si a mí se me muere un hijo, yo me muero de tristeza’. Así que nos moríamos los dos. Yo tenía que decirle ‘vieja no llores más, estoy vivo’. Por eso me hubiera comido el avión, los Andes, o lo que fuera.

-¿Eso fue lo que lo motivo a caminar junto con Parrado durante 10 días hasta llegar a las proximidades de Los Maitenes?

-No, fue Arturo Nogueira que me dice ‘yo te veo a vos y pienso qué bien se debe sentir este loco que puede ayudar a todos los demás. Yo tengo las piernas rotas, soy un parásito y dependo del coraje de tipos como vos.

-Usted destaca en una entrevista que, además de la antropofagia, uno de los peores momentos vividos fue cuando un alud los sorprendió y se quedaron tres días sepultados dentro de los restos del avión…

-Nunca digas “peor no puedo estar”. Nosotros decíamos en el fuselaje, muertos de frío, que era peor que una cadena perpetua. Porque en una cadena perpetua es un hotel cinco estrellas: tenés agua y tenés cama. Acá estamos muertos de frío, no tenemos qué comer, no tenemos nada y esa noche cayó un alud y nos enterró vivos. Pensé “me voy a morir, no puedo salir”, y tuve sentimientos que no sabía que existían. Le tenía envidia a los muertos y le decía “qué buen negocio hiciste, estás muerto”. Estábamos enterrados vivos, se había suspendido la búsqueda, no teníamos nada más que la vida, y la vida y el tiempo es una esperanza. Cuando pienses que no podés hacer nada, esperá un poquito que a veces en el tiempo se abre una puerta que no sabías que existía.

-En alguna de las crónicas ustedes hablan de una presencia, de un sentir muy espiritual, que cuando regresaron, tiempo después, sabiendo que tenían comida y agua fresca, no volvieron a sentirla…

-Es llegar con el diario del lunes. Llegar con mi hija y los sobrevivientes. Mi hija me dijo: ‘Papá este lugar no me gusta, porque es tan triste, pero tiene tanta fuerza’. Era una perspectiva diferente del mismo lugar, de ese lugar donde no sos capaz de enterrar a tus amigos porque no hay tierra, donde no podés caminar porque te cansás, donde la nieve es eterna y donde el hombre es pequeño en lo material pero gigantesco en lo espiritual. Un lugar donde surgen milagros. Me acuerdo que fue un abogado de Nueva York de la comunidad judía y el tipo lloraba. Y dije: “Esto es un milagro, un abogado llorando” (risas). Pobre hombre, lloraba desconsoladamente porque esta historia no es lo que nos pasó a nosotros, es la cordillera que cada uno lleva adentro.

-En su libro “Tenía que sobrevivir” se trazan las conexiones entre la delgada línea entre la vida y la muerte, ¿cómo se relaciona lo que usted vivió en el accidente de los Andes, en 1972, y en su trabajo, donde diagnostica cardiopatías congénitas muy complejas a niños recién nacidos y fetos? 

-Un día estaba mirando en el ecógrafo y veía un niño que le faltaba la mitad del corazón y pensé en dejarlo morir, que nada podía hacer por ese niño, y miro el cielo por la ventana del Hospital, y me pregunto: ¿te acordás en los Andes cuando veías la luna por la ventana y pensabas que no ibas a poder salir y saliste? ¿Por qué no hacer lo mismo con este niño para que pueda salir? Ahora tiene 12 años y es como haber vivido entre la delgada línea entre la vida y la muerte. 


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