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El día que el asesinato de una pareja de adolescentes conmocionó a Pergamino


 La nota sobre este hecho de sangre que generó consternación en Pergamino (LA OPINION)

'' La nota sobre este hecho de sangre que generó consternación en Pergamino. (LA OPINION)

En la tarde del domingo 18 de septiembre de 1977, la muerte de dos adolescentes provocaba consternación en Pergamino. En su edición del martes 20 esta noticia fue el título principal de la portada de LA OPINION: “Conmueve a la ciudad el crimen de la pareja”.


El fallecimiento de Luis Antonio Banfi y Sara Beatriz Batch “ha consternado al vecindario de Pergamino y moviliza a los investigadores policiales”, contaba el Diario, que en su crónica reflejaba “quiénes eran Luis y ‘Betty’ y cómo fueron sus últimos pasos”. Y en el cierre de la bajada de la nota decía: “’Eran buenos chicos’, se afirma. Alguien no pensaba igual”.

LA OPINION, 20/09/1977

No tuvieron tiempo de nada. El arma centelló una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces. Después, mientras la vida era un copo de nieve derretida por el sol negro y milenario, solo se oía el roce nervioso de las ropas del homicida, moviéndose, acumulando gestos. Enfrente, a poco pasos, el viento de la tarde del domingo pululaba entre los eucaliptus. La figura dio la espalda al horror que acababa de provocar y se hundió en el horizonte como la frágil silueta de un pez plateado y extraño se hunde en la profundidad del misterioso mar.

“Betty”

En medio del tableteo de las máquinas de escribir las órdenes acuciantes por el cierre de edición, los ánimos electrizados, estamos agotados. Desde la mañana del lunes, uno a uno se fueron acumulando datos, confidencias, apuntes, llamadas telefónicas, recorridas por un amplio radio del barrio Acevedo.

Alguien arroja sobre el escritorio dos pequeños rectángulos blancos. Desde uno de ellos Sara Beatriz Batch, “Betty”, mira desde sus 17 años hacia un punto fuera del recuadro. La boca carnosa se entreabre en un espontáneo gesto expectante. Esa misma boca que entonó tantas veces las canciones interpretadas por el coro del Instituto Comercial de la localidad de Rancagua. Sara Beatriz Batch era una alumna regular del establecimiento y cursaba actualmente el cuarto año.

Según el director del Instituto, señor Carlos Comitté, “Betty era una buena estudiante, muy buena alumna, excelente compañera. Por esa razón mañana (por hoy) la escuela cierra sus puertas en su memoria”. Sara Beatriz era bonita, pero además era la hija de una familia arraigada en el corazón del barrio Acevedo. Un hogar hecho a golpes de años de trabajo y esfuerzo. Como tantos… Sin embargo, a Sara Beatriz Batch, a las seis de la tarde del domingo, tres disparos le arrancaron la vida.

“Pollo”

Desde el otro rectángulo blanco, el rostro de Luis Antonio Banfi mira fijamente al lugar que, sin duda, le indicó el fotógrafo al tomarse la instantánea. Está serio, algo poco común en él. Vivaracho, movedizo, se había ganado el mote de “El Pollo” entre su barra de amigos. El pelo rubio se parte en dos en medio de su frente y corre hacia atrás, ocultándose las orejas. Dos negras y tupidas cejas ponen marco a un par de oscuros ojos melancólicos. Un saco negro le cubre un pullover a rayas transversales, el mismo que tendrá puesto en el momento de morir. Luis Antonio Banfi tenía 16 años y trabajaba como empleado en una farmacia del barrio Acevedo, a solo muy pocas cuadras del domicilio de sus padres, con quienes vivía. El “Pollo” Banfi había ingresado hacía unos cuatro años al Club Tráfico’s para entrar en las divisiones inferiores de fútbol. Actualmente jugaba en la Cuarta y, de acuerdo a las palabras de una de las dirigentes del club “era un muy buen marcador de punta, jugaba muy bien. Pero más que eso, aquí lo queríamos, era un buen pibe y un mejor compañero. Las dos últimas fechas no pudo jugar por problemas de salud. Estaba engripado, creo. Además sufría de alergia y por eso tenía permanentemente colgado al cuello un amuleto, donde estaba grabado su nombre: ‘Luis’. Hoy estuvieron sus compañeros del club en el velorio”. En tanto, las persianas de la farmacia donde trabajaba, bajaba sus cortinas ante el dolor de su ausencia. Sin embargo, a Luis Antonio Banfi, a las seis de la tarde del domingo, tres disparos le arrancaron la vida.

Hacia el lugar del crimen

El pasto húmedo del rocío mañanero absorbe pudorosamente los restos de las manchas oscuras. A lo lejos, los edificios de Pergamino contornean un horizonte que parece sacado de una tela de Paul Klee… Para llegar hasta aquí el cuartel 10 del Partido de Pergamino, zona rural nominada Francisco Ayerza, la moto Zanella de Luis Banfi, con Betty Batch detrás, ha recorrido distintos tramos de ruta.

Entre el fin de la siesta dominguera y el comienzo de la tarde, la Zanella de Luis ha coqueteado por las calles del barrio Acevedo. (¿Haciendo tiempo para el encuentro, tal vez?). Después -y según algunos testigos- la moto enfiló hacia el polígono del Tiro Federal de nuestra ciudad. En ella viajaban los dos, quienes eran “habitúes” del polígono. Llegaron casi al filo de las cinco de la tarde, hora en que allí termina toda actividad.

Es posible, que entonces (un poco después de las cinco), la Zanella volviera a la ruta Nº 178, pasara el cruce con la Nº 188, llegara al primer camino vecinal y se internara por la tierra hasta el lugar donde poco después se desataría el horror. Pero si uno se propusiera llegar hasta ese mismo punto desde otra dirección, debería llegar hasta el final del bulevar Vélez Sarsfield (donde éste muere contra el predio de la Escuela Monseñor Scalabrini), doblar 30 metros hacia la derecha, luego hacia la izquierda, internándose por una calle de tierra hasta que esta atraviesa la ruta Nº 188 y seguir adelante unos 600 metros más allá, en la intersección de la segunda calle transversal.

Pero este último tramo es casi intransitable para un vehículo de cuatro ruedas y más difícil aún para uno de dos ruedas. Por esa razón es posible que la ruta utilizada por la pareja fuese la descripta en primer término. Aquí en esa cruz de calles ocurrió todo. Los rastros están aún a la sombra de dos “sinasina”, una grande y otra pequeña. Hasta aquí llegó la locura homicida de quien descerrajó seis balazos rápidos y secos a la pareja. Tres a cada uno. Un equilibrio estremecedor.

Hasta aquí, a pie, llegó quien hizo estallar en pedazos las vidas de una muchacha de 17 años y de un pibe de 16. Alguien sin nombre y apellido, todavía, pero que fue dejando aquí y allá pedazos de un rompecabezas que la policía local está empeñosamente tratando de armar. Un rompecabezas, una historia, que también nosotros intentaremos reconstruir mañana.


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