Editorial

Al ritmo de la crisis económica, ya se baila el minué electoral


La profundidad de la crisis económica que sacude al país está reconfigurando los principales espacios políticos. El eje que define el nuevo escenario tiene dos polos en tensión: ajuste y gobernabilidad. Y el impacto sacude a oficialismo y oposición, que también en estos momentos se aprestan a reacomodarse de cara a las elecciones del año que viene.

El radicalismo que desde la primera hora acompañó la propuesta de Cambiemos hoy está desdibujado. Quien fuera mascarón de proa, Ernesto Sanz, mastica con amargura cada encuentro entre las cúpulas de Cambiemos y del peronismo no kirchnerista. En los días agitados en los que el presidente Macri decidió acudir al Fondo Monetario Internacional para coagular la devaluación del peso, Sanz fue públicamente rehabilitado para integrar la mesa de conducción de la coalición gobernante. Pero no fue convidado a participar de la cumbre con la oposición para intentar un acuerdo político que enviara una señal positiva a los mercados.

Los gobernadores del radicalismo comparten su ofuscación. Tanto que horas después de un encuentro informal entre la cúpula del PRO y el PJ, la representación de la UCR se ausentó en la reunión formal de la mesa de conducción política del oficialismo. El gesto fue insuficiente para hacer notar el enojo, ya que el macrismo ni preguntó sobre la inasistencia, mucho menos por los motivos.

El silencio es un desaire que los radicales anotan. Ante la opinión pública, los hostiga la comparación con el trato de preferencia que Macri le dispensa a Elisa Carrió. Y de cara a su propia construcción territorial, un acuerdo con el peronismo suena como el equivalente a un certificado de defunción.

En el balance, la coalición gobernante –que tiene una debilidad congénita para construir consensos con la oposición– sumó a esa evidencia fisuras en su articulación interna. Y lo hizo en un momento clave, particularmente difícil para el país.

Mientras tanto, Macri autorizó el sondeo con el peronismo, pero desconfía del juego opositor. Cree que la estrategia de sus adversarios es entretener al gobierno alentando la expectativa de un acuerdo, para dejarlo plantado a la hora de los bifes. La continuidad de Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, los dos ministros sin cartera que asisten a Peña, depende del rumbo inmediato que decida Macri sobre el acuerdo con la oposición.

Así como en la tensión entre ajuste y gobernabilidad afloró en Cambiemos la fragilidad interna de la coalición, en el peronismo también sacó a la luz sus peores contradicciones. Entre la voracidad y la moderación, la principal fuerza de oposición sigue sin encontrar su equilibrio.

Ahora que la economía desplazó en la agenda pública las preocupaciones por la corrupción, Sergio Massa abandonó a Margarita Stolbizer. De origen radical -como Carrió–, Stolbizer intenta un camino convergente con Ricardo Alfonsín y el socialismo santafesino. Massa percibe que el peronismo de los gobernadores le abrió la puerta para que compita con Urtubey.

De inmediato, propuso un plan económico que el tejido fino de Pichetto y Schiaretti no suscribiría sin reservas. La voracidad de Massa le provee más razones a la desconfianza que tiene Macri para hacer un acuerdo.

El peronismo moderado propone señales distintas y se enoja cuando se lo asocia con el kirchnerismo para acentuar la polarización con Cristina. Pero tampoco se anima a excluir explícitamente al kirchnerismo cuando desde la ahora senadora llegan señales de retorno al cauce partidario.

En ese terreno difuso convergen dirigentes a los que no les disgusta convivir con la idea de una aceleración de la crisis para sacar provecho de un escenario de ingobernabilidad. Pero sabido es que hay otro peronismo, con más espíritu de hiena, que se activa  en un sentido poco positivo y menos dialoguista cuando huele sangre en el gobierno de turno.

Aunque la crisis económica debiera ser el tema excluyente de la hora, el tiempo para que cada fuerza política se defina es una carrera contra el reloj en término electorales.

Por eso, una de las más importantes discusiones en medio del torbellino financiero, es la de saber si el gobierno de Mauricio Macri establecerá con el peronismo ese gran acuerdo nacional del que hablan sus escuderos o, al menos, algún acuerdito más pequeño.

Como dicen los más avezados columnistas políticos, las posibilidades son pocas porque cuando está en la oposición, como es el caso actual, el peronismo se divide si las cosas le van bien al gobierno y entonces es posible apostar a encuentros entre oficialistas y opositores, pero cuando las cosas le van mal al gobierno, entonces el peronismo -casi biológicamente- tiende a unificarse a ver si puede apostar a recuperar lo más pronto posible el poder perdido. Está en su esencia y, como decimos, ya huelen sangre, hablando en sentido metafórico, por supuesto.

Sin embargo, más allá de si ese gran o pequeño acuerdo nacional es necesario para la gobernabilidad, en la cabeza de Macri cada día crece más -según dicen los que lo frecuentan- la idea de resucitar la estrategia que le hizo ganar la elección de 2015, la cual resultó una sorpresa para muchos. Entonces, demostró firmeza absoluta cuando se negó rotundamente a aliarse con cualquier sector peronista crítico del kirchnerismo, a fin de unidos derrotarlo a este.

La gran mayoría de sus cuadros políticos y simpatizantes en general, sabiendo lo difícil que era vencer a los K, aun en su relativa decadencia, proponían una alianza con Sergio Massa o con algún sector del peronismo ya que estadísticamente la suma de Cambiemos más esos disidentes parecía ser la única posibilidad de obtener la victoria.

Macri, por el contrario, compró la hipótesis contraria: que lo que en los números sumaba, en la política restaba. Que aliarse con cualquier peronismo, incluso con el más razonable o cercano a sus ideas, parecería una claudicación para alguien que se proponía cambiar de raíz la cultura social luego de dos décadas de populismo.

La apuesta resultó acertada y muy meritoria porque la gran mayoría de los suyos intentó disuadirlo hasta el último momento y sin embargo Macri se mantuvo firme.

Luego, ya en el gobierno, intentó, como era lógico, algunos acercamientos de gobernabilidad con distintos sectores del peronismo y -como dijimos anteriormente- desde Massa primero a Pichetto después, y Urtubey o Schiaretti casi siempre, todos ellos se mostraron permeables cuando Macri parecía comerse el mundo, pero de a poco uno tras otro se fueron apartando cuando el mundo (mejor dicho la Argentina, porque el mundo lo sigue apoyando) parecía comerse al acosado presidente.

Con todas esas experiencias a cuestas, hoy Macri nuevamente está escuchando a los que le proponen alejarse lo más posible de todos los peronismos posibles. Desde ya mismo. Además, aunque lo intente, es muy difícil que el peronismo lo apoye.

Por ende, la apuesta sería la de presentar esa debilidad objetiva como una fortaleza subjetiva para sus finalidades electorales y reeleccionistas. Como un retorno a aquellos viejos buenos tiempos de 2015, cuando en la más absoluta soledad de peronistas se impuso a todos ellos en una gesta inimaginable. Quizá vuelva a ser la apuesta macrista para recuperarse de tanta malaria.


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