Editorial

Alberto, el hombre sin pasado y sin futuro


Cristina eligió bien pero porque tuvo a quién elegir. No le servían para sus objetivos ni Randazzo, ni Lavagna, ni Schiaretti, ni Massa. Todos tenían algún poder propio que mañana podrían poner contra ella. Ni le servían los obsecuentes a lo Parrilli o Zannini por el hecho de no tener ni el más mínimo poder y entonces se los vería como si fueran ella. Alberto Fernández fue una rara avis: se había enfrentado en serio con ella, mucho más que todos los peronistas no K con poder propio, pero a la vez no tenía nada de poder.

De tener cero poder, Alberto logró con la tragedia de la pandemia tener su tiempo de gloria, ese que ni siquiera tuvo nunca tanto Cristina salvo quizá cuando ganó en 2011, y tal vez Néstor cuando pagó la deuda externa y  al FMI lo fanfarroneó con la plata que le sobraba. Pero son muy distintos. Uno era pura épica, el Nestornauta; Alberto, en cambio, con su éxito sanitario se asemeja más a un Mandela. No como un tipo heroico sino como el gran conciliador, pater familis de millones de argentinos asustados que frente a lo desconocido esperaban una mano y una voz que los conforte y los conduzca. Y aceptaron a Alberto en ese rol. Y él se sintió por primera vez en el paraíso. Ese reconocimiento era todo suyo, lo único que no le debía a Cristina, algo que difícilmente se volverá a repetir, salvo que él se encargue de prepararse para que los futuros éxitos, de haberlos, también puedan entrar en su alforja. Lo que grandes enfrentamientos seguro le costarán.

Dicen que Alberto, aunque de ideología moderada, tiene el carácter fuerte y es agresivo con el uso de la palabra cuando se enoja. Pero en estos momentos en que se sintió cómodo con la adhesión conseguida cambió  su irascible carácter; fue bueno con los periodistas, porque cada día de cuarentena le iba sumando más poder, aunque de un tiempo a esta parte partir de cada día se lo está restando.

Hoy no solo es el hombre más popular de la Argentina sino que la gente, incluso una gran cantidad de votantes peronistas, quiere que gobierne él solo y que Cristina no se inmiscuya. No ignora que la cuarentena debe cesar, pero es difícil abandonar aquello que lo puso en un lugar de reconocimiento y devoción que nunca tuvo ni pensó tener. Algo así como Menem y su convertibilidad, con la que conquistó a propios y extraños y después se negaba abandonar pese a la recomendación de los especialistas en economía.

Alberto quisiera aprovechar la ocasión para convertirse en un continuador de Néstor o Alfonsín. Pero no puede ser Néstor porque éste comenzó a diezmar el poder de Duhalde el primer día que asumió. Y tampoco Alfonsín porque éste llegó con todo el poder propio.

Habrá que ver si el hombre que alguna vez se enfrentó en serio a los dos Kirchner y que ahora logró una gloria impensada, se anima o no a independizarse de la única dueña actual de todo el poder, que si bien se cuida de no humillarlo ni superponerse demasiado con él, por debajo no va dejando segunda línea sin ocupar con gente que le responde directa y exclusivamente a ella.

Cristina reina pero no gobierna. Mientras que Alberto gobierna pero no reina. No está de más recordar que la Argentina, y sobre todo su cultura predominante -la peronista- es más monárquica que republicana. Por eso decir que reina pero no gobierna no es decir que la reina no tiene poder sino que quizá tenga más poder que el que gobierna.

No es la Argentina una monarquía constitucional como España, Inglaterra o Dinamarca  donde el rey es el garante de la unidad del Estado pero el poder es todo del que gobierna, presidente o primer ministro. Nosotros somos más una monarquía que una república en tanto forma real de gobierno. Una monarquía disfrazada de república, mientras que en Europa es al revés. Nuestros contenidos son monárquicos, feudales o caudillescos, centralizados, mientras que nuestras formas son simulaciones republicanas.

Pero si a veces no nos damos cuenta es porque casi siempre -sino siempre- el rey y el presidente fueron la misma persona. La originalidad histórica del momento es que esta vez son dos personas. Ahora bien, en caso de diferencias de opinión, si se desempata a favor de la reina no pasa nada, pero si es al revés el riesgo de ruptura es inminente. Por ahora siempre coincidieron y cuando no, Cristina le hizo comprender a Alberto que había que hacer lo que ella decía. Y él nunca se negó.

Pero las cosas podrían estar cambiando: hace apenas un año Alberto nunca esperó ser presidente porque no tenía nada para serlo. Y hace apenas tres meses jamás imaginó que acumularía tanta imagen positiva. Demasiadas emociones para un hombre solo. Demasiada tentación de creérsela aunque no se la crea.

En fin, que el pobre Alberto no se puede referenciar en el pasado porque no le es posible compararse con nadie ya que es un invento originalísimo de su inventora y tampoco se puede referenciar en el futuro porque el futuro lo están armando para otros. Aunque a la vez tiene el presente más auspicioso que jamás pudo imaginar. Pero en eso está solo, salvo quizá acompañado por Horacio Rodríguez Larreta, el otro hombre que creció con la pandemia tanto como él. Por eso a los dos les conviene estar  juntos, aunque  jamás podrán aliarse.

Tampoco es un “albertítere”, o sea un chirolita como de algún modo lo fue Cámpora, pero está permitiendo la consolidación dentro del peronismo de los herederos de la JP echados por Perón en los años 70. En cierta medida por eso lo pusieron allí y porque no puede crear, ni lo dejarían, al albertismo, mientras que Sergio Massa puede seguir gestando el massismo y todos los demás peronistas con algún poder, su propio ismo

Está muy solo este Alberto sin albertismo, sin pasado ni futuro. Aunque con un extraordinario pero fugaz presente que quisiera eternizar.


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