Alcohol, “la previa” y los menores en la noche

Hay temas que se ponen en la agenda pública en escasas oportunidades, porque dividen aguas y si hay cosas que los políticos pretenden eludir son, precisamente, esos asuntos. Todos recordarán cuando Eduardo Duhalde, siendo gobernador de Buenos Aires y pretendiendo proteger sobre todo a los menores, estableció un horario de cierre de confiterías a las cuatro de la mañana. Fue un escándalo mayúsculo, su imagen cayó en las encuestas sobre todo porque los padres se enfurecieron con la medida. Hasta en nuestro Concejo Deliberante en aquellos años hubo una suerte de asamblea popular de padres enojados con la nueva norma.

El problema que quedó luego claramente expuesto fue que los chicos no volvían al hogar cuando cerraba la confitería y resultó que menores y no tanto, circulaban por  estaciones de servicio transformadas en improvisados pubs. Volvían a su casa al amanecer pero con más riesgo ya que pasaban horas en la calle y alcoholizados. Al fin nadie cumplió el dichoso horario. Pero posteriormente, una norma intentó proteger a los menores, esta vez impidiendo que compartieran el mismo ámbito con mayores. Se entendió que se prestaba a la posibilidad de que mayores de 18 años se aprovechasen de cierta ingenuidad los menores para abusar de ellos. La idea daba por hecho la posibilidad de que los mismos boliches funcionaran en horario desdoblado, recibiendo a los menores hasta las primeras horas de la madrugada, y luego estos se irían tempranamente a dormir para dar lugar a los mayores. Y en eso estamos, otra vez padeciendo el mismo error conceptual: los chicos no se van a dormir temprano, y concretamente un joven de entre 15 y 17 años, que ya ha salido hasta altas horas por asistir a los cumpleaños de 15, no quiere dejar de hacerlo. Mucho menos compartir un ámbito cono adolescentes de 13 ó 14.

Así nos encontramos con una problemática que vamos a analizar y que comprende a los chicos desde que empiezan a salir a fiestas de cumpleaños, en torno a los 14, hasta los 17, que es cuando -merced a la benevolencia municipal- puede sumarse a las confiterías nocturnas.

El telón de fondo en general en todo el país y en Pergamino en particular es el nivel de alcohol que se consume ya desde esta edad tan temprana y como la situación se sale de madre, justamente porque no lo consumen en un lugar habilitado a tal efecto y con la frecuencia con que se hace en un boliche (poca, por los costos y porque la entretención pasa por otro lado) sino que lo hacen en ámbitos particulares, sin ningún tipo de límite o control sobre cómo les va afectando, con la botella en el centro de la escena, obtenida a muy bajo costo, de manera ilegal -dicho sea de paso- o provista por un mayor que generalmente se ausenta durante su consumo.

En síntesis, aquella ley que los excluye de los boliches donde hay mayores para protegerlos, los deja expuestos a más peligro.

Una investigación independiente realizada por la Universidad Católica Argentina y el Observatorio Argentino de Drogas, permitió establecer que existe un fuerte incremento en el consumo de alcohol por parte de adolescentes y de jóvenes y que en muchos de los casos esa situación responde a la permisividad de los padres al ofrecer sus propias casas para que los chicos realicen “la previa” antes de partir hacia los boliches o simplemente como salida.

En Pergamino las “previas” que comenzarían, según se indica, con el consumo de bebidas de menor contenido alcohólico, como la cerveza, pero que con el correr del tiempo van incrementando la graduación, lleva a que los chicos y chicas terminen muy alcoholizados. Son horas de consumo continuo, donde toda la escena tiene como protagonista al alcohol; así experimentan mezclas, se desafían el “aguante” entre ellos, y como adolescentes que son, buscan llegar al límite. A veces lo encuentra en la Guardia del Hospital San José. Todo esto sucede en casas de familia, con anuencia de los padres, pero estos no se hacen presentes las más de las veces. Así sucede que los chicos que van a fiestas de 15 ya llegan alcoholizados y los que ya no asisten pero no pueden entrar a un boliche se quedan haciendo “previas eternas” (así las llaman) que no es otra cosa que tomar hasta que salga el sol. Para este sector etario que no tiene donde seguir la noche, suelen armarse fiestas privadas, donde además de darse una alternativa para ellos se genera un lucro indebido para otros, pero sobre todo un gran peligro: a diferencia de los boliches, estos lugares no están habilitados, no cuentan con las medidas de seguridad exigidas, nadie controla la capacidad de ocupación. 

La preocupación sobre la situación planteada por los jóvenes y el alcohol no es nueva, viene desde hace ya varios años. Sin embargo, de nada valen las leyes ni las buenas intenciones de algunos padres preventores y atentos cuando nos encontramos con familias que, tal como lo señalan los estudios, brindan oportunidades a sus hijos para que realicen “previas”, en las que se consume alcohol, antes de concurrir a cumpleaños y boliches o toda la noche, sin ninguna supervisión ni responsabilidad de parte de los adultos.

Padres que, en su afán de demostrar su complicidad, a veces esgrimiendo que es un modo de evitar un supuesto mal mayor, como que tome en la calle, y de paso no discutir con sus hijos, ofrecen el espacio para que los chicos y chicas se alcoholicen sin control. Es que los adultos suelen dejar la “zona liberada”, que puede ser el living o el quincho para que los chicos hagan la previa, y afirman que en general se sienten más tranquilos porque los menores están en casa. Pero ¿esos padres se hacen responsables de dejar salir a esos chicos borrachos como cubas luego a la calle?

A partir de esta nueva costumbre de “la previa”, en siete años la cantidad de menores de edad que consume alcohol aumentó de manera preocupante, del 42 por ciento en 2010 a 60,5 por ciento en 2017 y la Universidad Católica Argentina advirtió que las previas son un factor de riesgo para los jóvenes y más aún para los menores, a lo que le suma una encuesta que indica que, entre los jóvenes mayores de edad el 78,9 de los participantes tuvo un episodio de consumo excesivo en los últimos 30 días y el 31,7 indicó consumir de manera excesiva al menos una vez a la semana.

Mucho más preocupantes son los datos proporcionados por el Observatorio Argentino de Drogas, que advierten sobre un incremento en el consumo de cerveza a partir de los 12 años, muy niños la verdad. Destacando que en una encuesta realizada en 2010 había un 21,4 por ciento de la población de 12 a 17 años que consumía alcohol regularmente y que en 2017 ese porcentaje subió al 34,7, mientras que se ha establecido que la edad del inicio del consumo es a los 13 años, cuando en generaciones mayores era de entre 19 y 20 años.

Es difícil exigir a las autoridades que resuelvan solas el problema porque las normas terminarán diluyéndose mientras existan padres permisivos que no comprendan que ejercer un control sobre sus hijos no los convierte en sus enemigos, sino en los responsables para encaminar su futuro. La única provincia que ha tomado el toro por las astas como hemos comentado en otras oportunidades es la provincia de Mendoza, donde un código de contravenciones ya ha comenzado a dar frutos, multando a padres cuyos hijos hacen desmanes borrachos en las noches del fin de semana. Es más, sin que la ley lo determine, se conformaron grupos de “padres preventores” que actúan en las cercanías de los boliches para evitar accidentes.

En Pergamino no tenemos nada de eso, pero podemos establecer como pauta menos previas y más confiterías comunes. Porque para un menor, de 15 años por ejemplo, es mucho más seguro estar en un boliche, donde los propietarios guardan reglas porque de lo contrario le cierran el negocio, a que anden de previa en previa tomando alcohol a destajo. Porque en una casa –compren o no el alcohol los padres- es mucho más accesible para el menor beber que en una confitería. Debiéramos rever la teoría de que es mejor que los chicos y chicas no ingresen a boliches hasta los 17 años, porque en vez de una ventaja quizá estamos frente a una desventaja.