Editorial

Algunas reflexiones que plantea el escenario latinoamericano


Con problemas de distinto origen, el escenario latinoamericano está convulsionado y expresa el descontento de sociedades agobiadas por problemas estructurales y profundos que ponen en jaque sus democracias. Durante el fin de semana a la extendida crisis chilena con manifestaciones multitudinarias en las calles se le sumó la renuncia de Evo Morales en Bolivia, su denuncia de haber sido víctima de un golpe de Estado y las implicancias internacionales que esta situación plantea.

En ambas geografías lo que estalló fue un sentir de la ciudadanía entremezclado con complejos e inmensos intereses de actores sociales y políticos que se debaten el poder y los modelos de gobernar. Más allá de toda valoración de tipo ideológica-en ambos países se han aplicado modelos y políticas diferentes y hasta antagónicas- la resultante es el descontento que se convierte en germen que amenaza la fortaleza de sistemas democráticos que ha costado mucho construir y consolidar.

Un somero análisis de lo que ocurre en Chile muestra las claras consecuencias de la desigualdad que han generado políticas que se recostaron en manuales neoliberales bajo la convicción de que el bienestar de los mercados iba a derramar en el conjunto de la sociedad. Algo que no solo no ocurrió, sino que el crecimiento macroeconómico exhibido como un modelo profundizó desigualdades sociales e hizo a los pobres cada vez más pobres y a los ricos cada vez más poderosos.

En Bolivia, en tanto, y eludiendo cualquier análisis particularizado sobre el liderazgo de Evo Morales- algo que está fuera del espíritu de este comentario que no está centrado ni en su figura ni en su liderazgo- lo que parece haber irrumpido con impredecibles consecuencias es una crisis de institucionalidad. Algo muy peligroso en democracia y consecuencia quizás de haber aplicado políticas más de tipo populistas que agigantaron el Estado, pero lo hicieron ineficiente al momento de construir institucionalidad y la necesaria legitimidad que se necesita para permanecer en el poder sin volverse autoritario.

Estas realidades lo que demuestran es que ni el mercado por sí solo ni el Estado pueden dar solución a todos los problemas que presentan las sociedades actuales. Que se requiere encontrar el sano equilibrio para no caer en el uso de manuales conocidos. Independientemente de la génesis de cada conflicto y de la idiosincrasia propia de cada uno de estos países que conforman dos modelos dentro de la diversidad que plantea la gran patria latinoamericana, lo que sucede en ambos y lo que reclaman sus pueblos son liderazgos conscientes y sensibles a un sentir que no duda en expresarse cuando se vulneran derechos y se tuercen convicciones.

La conflictividad que por estos días se expresa en América Latina y que en los últimos tiempos tuvo a Chile y Bolivia como epicentro, no termina en esos dos países. Alcanza con mirar lo acontecido en Ecuador y mirar lo que ocurre a diario en la deprimida Venezuela de Maduro dónde el ejercicio del poder ya tomó hace tiempo un rumbo hacia el autoritarismo irremediable para confirmar que el clima de la hora está marcado por la convulsión y la protesta. Lo que muestran estas realidades es que el propio sistema político de representación está siendo discutido, con más o menos prudencia. Y si bien es legítimo que esto suceda, es riesgoso que la discusión sobre la estructura misma del poder en los pueblos, se recueste sobre la violencia para expresarse. Es la propia democracia la que está convocada a dar respuestas.

En este escenario y ante el inminente cambio de gobierno en Argentina donde se pasará de un modelo a otro, lo que se impone como necesidad imperiosa es una observación atenta del contexto latinoamericano con sus matices. Y más allá de simpatías ideológicas, orientar la acción diplomática hacia la responsabilidad, siendo respetuosos de la realidad de pueblos hermanos que hoy se nos muestran como espejos. Caer en fanatismos, teñir el accionar de la mesura que exige la observación de estos procesos sociales y políticos es por lo menos irresponsable. Culpar a la derecha como una forma ideológica que en sí misma conspira contra el bienestar de los pueblos, es por lo menos un reduccionismo. Mirar la política internacional de la Patria Grande requiere de una mirada comprometida, desprovista de cualquier apasionamiento ideológico para que la labor política que haya que poner en marcha sirva para pacificar a pueblos convulsionados.  Y contribuya a que, con la particularidad de cada Nación y la complejidad de cada realidad, las horas difíciles que se viven en Latinoamérica desemboquen en la posibilidad de encontrar formas de más y mejor democracia.


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