Editorial

Ante el coronavirus, no pecar de exceso de confianza


No hay cuarentena que valga sin responsabilidad individual. Al fin, el contagio es entre las personas y, en la medida que cada uno se proteja de manera eficiente, no debería por qué contraer el virus.

Claramente se torna insoportable el confinamiento cuando se extiende en el tiempo y sin solución de continuidad. Son más de 130 días bajo un régimen anormal, con idas y vueltas, con más o menos restricciones según el área del país que se trate, pero siempre con el objetivo principal de que la menor cantidad de gente posible se contagie de coronavirus. Y todo esto no tiene sentido si la gente no se cuida de manera individual. Porque en casos como estos, a diferencia de otros, cuidarse uno es proteger el resto. De eso se trata, con cuarentena o sin ella.

En todo caso la eficacia de tantos días de confinamiento habría que medirla por el alto nivel de concientización que la sociedad en su conjunto adquirió. Ahí estamos bien, porque salvo las excepciones que nunca faltan, la comunidad en general adquirió los hábitos esenciales como para no enfermarse de coronavirus, ya sea la calle, en su trabajo, en el banco o en el colectivo.

Por eso nos animamos a reflexionar sobre que la próxima etapa debería ser la del autocuidado individual para la protección colectiva. Una medida que además de cumplir el objetivo primordial de evitar contagios masivos significaría la mayor muestra de respeto al conjunto de la sociedad que se pueda expresar en este tiempo.

Pero cuidado, porque las balas comenzaron a picar cerca ya que después de muchos días sin casos positivos, en Pergamino empezaron a surgir contagios. Aún son todos “contactos estrechos”, es decir que no se considera que exista circulación comunitaria del virus, pero es el momento de refrescar conceptos y evitar el exceso de confianza, porque se advierte en muchos lugares que se ha dejado de respetar el distanciamiento social o el uso del tapabocas. Se trata de una situación que puede llevar a pagar un alto precio en un momento en el que el coronavirus sigue al acecho y, por lo tanto, existe riesgo de contagio.

En un contexto de esas características, la suma de los descuidos individuales se traduce, necesariamente, en una indisciplina social que pone en riesgo a todos. Es que cada uno tiende a pensar que su actitud personal no impacta en el resto de la vida en comunidad.

Organizar un partido de fútbol, juntarse en una peña, compartir mates en rondas de amigos, asistir a bares o pubs donde los parroquianos no se mantienen en sus mesas, así como circular sin tapabocas o no mantener la distancia entre personas son actitudes de riesgo que, de continuar, podrían llevar a una situación sanitaria tan delicada que obligaría a volver atrás, con restricciones de movilidad más estrictas. Cada ciudadano tiene, individualmente, mucho para aportar en la lucha contra el virus y lo puede hacer básicamente respetando las mínimas reglas de cuidado y manteniendo el aislamiento social que exige este extraordinario momento.

El exceso de confianza siempre, en todas las circunstancias, puede llevar a cometer muchos errores. Acaso valga, a modo de ejemplo, lo que enseña la historia del fútbol con lo ocurrido en el último partido del Mundial de 1950 entre la selección de Brasil y su par de Uruguay que se jugó en el estadio Maracaná en la ciudad de Río de Janeiro. La historia es conocida por muchos, pero vale la pena recordarla. El conjunto local, que venía de ganar a Suecia 7 a 1 y a España por 6 a 1 solo necesitaba empatar ante su rival para consagrarse campeón. Antes de que comenzara el partido, la voz del alcalde de San Pablo, Angelo Mendes de Moraes, se escuchó en todo el estadio. Dirigiéndose a los jugadores brasileños les dijo: “En pocas horas serán aclamados campeones del mundo”, para remarcar luego que la selección local no tenía rivales y que había superado a todos los competidores del torneo. Pero Mendes de Moraes no fue el único que pecó de exceso de confianza. También la prensa brasileña hizo lo suyo y hubo diarios que, aun antes del partido, proclamaron a Brasil como campeón en sus tapas. Pero el partido lo ganó Uruguay por 2 a 1 y el encuentro pasó a la historia como el Maracanazo.

Salvando las enormes distancias que existen entre aquel encuentro deportivo internacional y la gravedad de la situación provocada por el coronavirus, cabe preguntarse si en estas horas el exceso de confianza de varias personas puede hacer pagar un alto precio al conjunto de la comunidad. Algunos pueden caer en la tentación de creer, erróneamente, que en Pergamino se viene derrotando  al virus y que, por lo tanto, se puede salir a las calles a celebrar ese “triunfo”. Nada más alejado de la realidad. Lo que la ciudad necesita hoy son comportamientos responsables o, si se prefiere, una buena dosis de inteligencia colectiva. Una sabiduría de la multitud que permita enfrentar la grave amenaza del coronavirus con herramientas tan simples como efectivas como son el uso del tapabocas, el lavado frecuente de las manos y el respeto del distanciamiento social.


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