Editorial

Anticoncepción, un tema donde la perspectiva de género está ausente


Pensar desde una perspectiva de género debiera ser un tema saldado para la sociedad. La mirada desde esta óptica de equidad debería atravesar los grandes temas y también las cuestiones cotidianas que no por tales son de menor importancia. Sin embargo, esto no sucede y la desigualdad entre hombres y mujeres se expresa en distintos ámbitos, poniendo sobre ellas las desventajas, y como en el caso que nos ocupa, la responsabilidad, cuando -por lo menos- debieran ser asuntos compartidos. En tiempos de los feminismos y de la construcción de nuevas representaciones sociales sobre el modo de establecer los vínculos, en el universo íntimo hay temas que aún no han sido alcanzados por la igualdad de género.

Recientemente LA OPINION publicó una serie de informes sobre anticoncepción. Y el común denominador de los testimonios giró en torno a cómo la responsabilidad del cuidado y la adopción de un determinado método anticonceptivo recae fundamentalmente sobre la mujer. Como si evitar un embarazo no buscado fuera algo concerniente al universo femenino y el hombre no tuviera que ver en la cuestión o la asumiera de un modo lateral, casi sin involucrarse.

De las fuentes médicas consultadas para la producción de los artículos surgieron datos que confirman está hipótesis. La mayoría de las personas que acuden a los espacios de consejería tanto como en el primero como en el segundo nivel de atención sanitaria, son mujeres que van solas o en el mejor de los casos, acompañadas por otras mujeres.

A esto se suma el hecho de que muchos hombres se niegan a utilizar métodos de protección como el preservativo, lo que expone a muchas mujeres a quedar embarazadas sin desearlo o a contraer una infección de transmisión sexual sin tener herramientas para evitarlo. Como si no pudieran decidir sobre su salud y sobre su propio cuerpo.

Aunque pareciera imposible en estas épocas, no son pocos los profesionales médicos que confiesan que en las consultas muchas mujeres, sobre todo aquellas provenientes de sectores más vulnerables desde el punto de vista social y quizás con menos recursos de información,  se animan con mucha timidez a reconocer que sus parejas se oponen a la adopción de cualquier método anticonceptivo y se niegan a que ellas mismas los adopten, anteponiendo cualquier tipo de argumento que resultan injustificables y faltos de cualquier rigor más que la expresión del machismo en su cara más burda.

Son innumerables las mujeres que van en busca de la canasta de anticoncepción a espaldas de sus parejas, lo que demuestra que no cuentan con herramientas personales de empoderamiento capaces de asumir una decisión tan importante como la del cuidado de la salud y la planificación familiar y quebrar esas pautas que las someten y las obligan a incurrir en el ocultamiento cuando en realidad acceder a la anticoncepción es un derecho como lo es la posibilidad de elegir con quién relacionarse y de qué manera.

Esta parece ser una cuestión que atraviesa a todos los estratos sociales pero que muestra su faceta más compleja en la pobreza. Y tampoco la población adolescente está exenta, ya que a pesar de tener más y mejor acceso a la información, los embarazos no buscados son frecuentes, lo mismo que las enfermedades de transmisión sexual, que están a la orden del día por la falta de adopción de métodos adecuados o por el uso incorrecto de los mismos y por el despliegue de una actividad sexual no siempre con parejas unidas por un vínculo afectivo estable.

No es casual que aunque se ofrece en forma gratuita en el sistema público de salud la vasectomía, que es un método anticonceptivo que pueden adoptar los hombres, sea el menos empleado cuando se piensa en el cuidado.

Subyace a esta reflexión un tema de salud que es necesario atender. En este contexto, es responsabilidad de la política sanitaria trabajar e introducir una mirada distinta al abordar los programas de salud sexual y reproductiva para potenciar el acceso a la información; empoderar a las mujeres sobre su capacidad de decidir e involucrar a los hombres en una cuestión que los atañe en igual medida. De lo contrario, la responsabilidad seguirá recayendo en la mujer, algo que lejos de empoderarla, muchas veces la somete y la deja en una posición desigual que no hace otra cosa que expresar los resabios del machismo.


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