Editorial

Argentinos frente al Covid-19: más que nunca, la hora de la responsabilidad


El aislamiento preventivo y obligatorio que el pasado 19 de marzo puso al país en cuarentena logró el objetivo de aplanar la curva de contagios de Covid-19 y el esfuerzo suplementario requerido hace unos días a los habitantes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del Area Metropolitana fue una medida instrumentada para contener un pico que amenaza con saturar las posibilidades del sistema de salud de brindar respuestas. Transcurridos los días de estricto confinamiento- aunque no cumplido de manera literal por muchos- se instauró una nueva fase en las zonas que conforman el epicentro de la pandemia. La apertura escalonada se hizo realidad y comenzaron a habilitarse actividades con la consecuente mayor circulación de personas y el aumento del riesgo de contagios.

Días antes de que estas medidas se tomaran, las máximas autoridades sanitarias de la Provincia de Buenos Aires plantearon un panorama devastador para el interior de algunos distritos bonaerenses, Córdoba y Rosario cuando alertaron que “los casos en esos lugares podían explotar” si se abría el Amba. Y aunque la advertencia se relativizó abriendo paso a un discurso “políticamente más correcto” que justificaba la necesidad de la apertura en cuestiones vinculadas a la salud emocional de las personas y a necesidades urgentes del sistema productivo, igualmente quedó resonando como una alternativa posible.

Más allá de ese “sincericidio” que quedó grabado en los oídos de muchos intendentes que han conseguido que sus distritos pasaran de la instancia de aislamiento a la de distanciamiento social, la Provincia de Buenos Aires flexibilizó significativamente las fases establecidas como regla para habilitar o restringir actividades y cambió los criterios sanitarios que obligarían a los municipios a retroceder y al interior de cada fase se han incluido actividades antes limitadas.

Cuando pareciera que se está transitando el momento más delicado de la pandemia, todo conduce a la apertura gradual. La cuarentena parece ir quedando atrás, forzada en parte por el hartazgo social hacia una medida que solo aporta eficacia si se cumple estrictamente y para ello necesita de una enorme cohesión del conjunto de la ciudadanía.

En este escenario, impera como nunca la necesidad de la responsabilidad individual como medida de cuidado colectivo. Porque lo hecho hasta acá, y lo demuestra el comportamiento de los casos, de ningún modo significó combatir al coronavirus ni mucho menos haberle ganado la batalla.

El espíritu de dinamizar una economía fuertemente golpeada y habilitar actividades para intentar moderar el ánimo de una sociedad profundamente afectada por una crisis sin precedentes, impone el cuidado como instrumento esencial.

De la mano de una calle más abierta a la posibilidad de desarrollar algunas actividades por fuera de las consideradas esenciales, se hace necesario monitorear de manera rigurosa el comportamiento de los casos porque un incremento brusco no solo generaría perder el control de la situación sanitaria, sino echar por tierra todos los esfuerzos que el conjunto de la sociedad hizo para llegar hasta aquí.

Como nunca las decisiones políticas se toman con precisión quirúrgica en un escenario sanitario aún incierto. Y la apelación es a la ciudadanía. En aquellos casos donde hay circulación comunitaria del virus, para que se acaten con responsabilidad las restricciones que todavía se imponen. Y en los lugares donde ocurren a cuentagotas y con nexos claramente establecidos, para no relajar los controles que impone una situación de la que ninguna geografía está exenta. Ese es un concepto que hay que internalizar: no hay un manto milagroso que protege a una ciudad y desprotege a otra. Hay una tarea de las autoridades políticas, sanitarias y fundamentalmente del conjunto social. Lo demás es ilusión.

Aunque con una mirada más alerta que la de hace algunas semanas, en Pergamino tenemos aún el enorme privilegio de vivir en un lugar donde la enfermedad no ha irrumpido con la virulencia que exhibe en otros conglomerados urbanos. Pero esto de ningún modo significa pensar que la pandemia está terminada. Hay especialistas que aseguran que abierta la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Amba, la enfermedad se irá “corriendo como una ola”, y esto lejos de asustar, debe servir para reforzar la conciencia. No perder ese capital ganado está hoy más que nunca en nuestras manos.

El autocuidado se transforma en soberano en estos tiempos signados por la incertidumbre, producto de la irrupción de un virus que puso en jaque la matriz de nuestras costumbres.

El coronavirus nos obliga a distanciarnos y a establecer nuevos modos de interactuar y de producir en un país en muchos aspectos ingobernable. Esto que sucede, aparece como una enorme oportunidad de transformar esta crisis en algo que nos cohesione, para salir de este proceso siendo mejores. Como nunca esa tarea de cuidar el capital de la economía y de la vida, está en nuestras manos.


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