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El dólar sube en Brasil de manera marcada y el índice de la Bolsa de San Pablo se retrotrajo ayer a los niveles más bajos de los últimos días, con una caída de 2,43 por ciento. Todo indica que los dueños del capital temen que en Brasil resulte victorioso alguno de los dos candidatos que no son exactamente “pro mercados”, en medio de la fenomenal crisis política que atraviesan. No hay candidato que tenga “la vaca atada”, por lo que una segunda vuelta es casi un hecho, con resultado incierto.
Uno de los postulantes es Ciro Gomes, que subió en forma significativa en popularidad pero apenas se ubica, con 13 por ciento, en un cómodo segundo lugar detrás del representante de la derecha Jair Bolsonaro.
El profesor universitario de la Universidad de San Pablo y exintendente de la capital paulista, Fernando Haddad, por el Partido de los Trabajadores, también creció en las preferencias al pasar de 4 a 9 por ciento.
En cambio, cayó la ecologista Marina Silva, que después de haber alcanzado 16 ahora tiene apenas 11 por ciento, abandonando el segundo lugar.
Son elecciones muy complejas en Brasil, donde el postulante que triunfa en cualquier encuesta es el que no puede presentarse por estar preso. Hablamos, claro, de Lula Da Silva, que debió desistir de ser candidato a presidente en Brasil, ya que desde la prisión probó todo ante la Justicia para postularse pero no fue autorizado, por lo que el el Partido de los Trabajadores (PT), el espacio político del exmandatario, formalizó a Haddad como su sucesor de cara a las elecciones del 7 de octubre. Lo acompañará en la fórmula Manuela Dávila
A la luz de las encuestas, no importa demasiado el nombre de quien represente el PT. Si no es Lula, ninguno tiene reales chances, al menos no en primera vuelta. Los liderazgos fuertes, y tan presentes en América Latina, son intransferibles. Mucho más cuando las sucesiones son compulsivas, como es el caso, ya que hasta hace unas horas todavía se especulaba con la posibilidad de que Lula fuese el candidato. Tal vez, con más tiempo de exhibirse juntos, con más acción en común, hoy Haddad tuviera mayor entidad y representatividad. Pero así como se dieron las cosas, el electorado independiente no asimila el cambio.
Lula está preso por corrupción pasiva y lavado de dinero, fue vetado para participar en los comicios sobre la base de una ley –que se aprobó durante su período- que impide expresamente que candidatos condenados en segunda instancia, como es su caso, se puedan postular a un cargo electivo.
El candidato ultraderechista Jair Bolsonaro, hospitalizado después de ser apuñalado la semana pasada durante un mitin, es entonces el preferido. Aunque, por como se dieron los hechos en Brasil, no se lo podría encuadrar en la avanzada de derecha que inició en la región. Nunca sabremos qué hubiese pasado con Lula en la cancha, de quien en el vecino país tiene buena consideración sobre su gestión.
A menos de un mes para los comicios más inciertos en las últimas décadas, por la alta probabilidad de que haya un ballotage y una coalición revierta al ganador original, Haddad todavía confía en la transferencia de votos de su padrino político, quien antes de quedar fuera de la disputa electoral contaba con alrededor del 40 por ciento de la intención de voto. Pero como decimos y –como reflejan las encuestas- la transferencia de votos es un fenómeno raro que no suele registrarse, sobre todo, en el nivel presidencial. Sin embargo en un Brasil devastado por los procesos anticorrupción, con los mercados que se van poniendo nerviosos, no sabemos al fin qué comportamiento tendrá el electorado carioca.
Esta incertidumbre que altera los mercados también despierta el avispero social. Aunque se lo considera el hecho de un “lobo solitario”, es todo un signo que Adelio Bispo de Oliveira atacara e hiriera gravemente con un cuchillo al candidato Jair Bolsonaro.
Afortunadamente ya está fuera de peligro; salvado el aspecto de la salud, el análisis que cabe es que el exabrupto logró un efecto adverso al buscado por el atacante: lejos de dañarlo, lo fortaleció en términos electorales.
Una semana antes, las encuestas tenían a dos favoritos: los votos blancos y nulos y los indecisos. Como preferencias electorales en candidatos, estaban primero, el expresidente Lula da Silva y luego, el diputado Bolsonaro. Pero en la madrugada del sábado 1º de septiembre, el Tribunal Superior Electoral impugnó la candidatura de Lula, y el jueves pasado, Bolsonaro recibió una puñalada que lo dejó gravemente herido y fuera de la campaña hasta las elecciones del 7 de octubre. No obstante, como decimos, su posición de víctima –y el atacante mostrando una alternativa violenta que los independientes jamás votarían- lo mantienen activo en las encuestas.
El ataque obligó a cambiar la estrategia electoral, no solo de Bolsonaro sino también del resto de los candidatos. Antes era muy sencillo doblegar a Bolsonaro que es referenciado como homofóbico, agresivo y populista de derecha. Es tan políticamente incorrecto que le dicen “Donald Trump, pero sin plata”. Sus referencias despectivas hacia personas de raza negra, homosexuales, mujeres y su nostalgia de la dictadura militar eran combustible perfecto para los otros candidatos. Y como es obvio decir, los mercados no quieren ver ni en figuritas. Pero ahora, en su lugar de víctima, ha conseguido la empatía de algunos sectores. No quizás por él mismo sino porque advierten un clima social ardiente que requeriría de un presidente con rigor.
Al fin Adelio Bispo de Oliveira ayudó a Jair Bolsonaro a subir en la preferencia electoral.
Lo que irá a suceder en las elecciones brasileñas todavía es una incógnita y en la Argentina preocupa porque somos socios privilegiados en el Mercosur y nada nos conviene menos que nuestros vecinos sigan profundizando su crisis política, que tanto impacta en su economía.
