Editorial

Buscando un estadista … y también un pueblo que lo quiera


Terminó la campaña y los políticos cayeron en la misma: empaquetar el discurso y de repetirlo con el afán de posicionarlo y vendérselo a un electorado que, en realidad, no está dispuesto a comprar lo mismo que la militancia.

¿La falla está en las propuestas y en la falta de liderazgo? ¿Fueron discursos artificialmente acomodados a los datos que miden la demanda popular? ¿El voto argentino es volátil? ¿O será que no estuvo entre los candidatos el estadista capaz de hacernos soñar una Argentina para los próximos 20 años?

Podemos pensar que corremos el riesgo de que los seres humanos se comporten como humanoides, que pierdan la voluntad de decidir y respondan mecánicamente al bombardeo de las propagandas. Pero, aun así, hay razones para pensar que el Big Data no tiene, en materia de elecciones, la última palabra. Es cierto que hay una compulsión al consumo, al híper individualismo, pero el cerebro de los votantes es una usina mucho más compleja y bastante menos permeable de lo que se estima. Se equivocan los candidatos que creen que con el Big Data es suficiente para definir el contenido de sus discursos. Aunque la tecnología permita acceder a una cantidad de hábitos, gustos, preferencias o tipo de consumo de los habitantes, unificarlos, clasificarlos y ordenarlos por categorías, se está muy lejos de captar el complejo sistema de relaciones internas que se ponen en juego al momento de elegir.

Decimos  esto porque en los debates –tomados como síntesis de la plataforma de cada candidato- se plantearon temas profundos y estructurales como salud, educación, empleo, sistema previsional y pobreza, y las respuestas terminaron en alegatos emocionales y sin contenido.

Si a las preguntas por los temas más graves y delicados de una nación los candidatos responden para la tribuna o con chicanas al adversario, entonces estamos ante una crisis de liderazgos y ante una pobreza argumental que agrava y suma otro problema a los tantos que venimos arrastrando desde hace décadas.

La decadencia del sistema político produce todo tipo de precariedades; en este caso las de los argumentos y de los liderazgos. Hace décadas que en las campañas sucede lo mismo: cada candidato le habla a su propio interlocutor, al que cree que debe dirigirse para conservar sus votos. Pero no saben bien cómo hacer para ampliar ese discurso apegado al libreto y sin sorpresas para conquistar nuevos votantes, aquellos que no responden al discurso empaquetado.

La campaña electoral no se juega únicamente en las calles o en los medios de comunicación sino en el cerebro humano, que es la clave y el centro de la toma de decisiones de un individuo. No se han visto estrategias que apunten a entrar allí para lograr un real efecto, que se traduzca en el voto. Nadie en la campaña emplea las herramientas necesarias para revertir un voto que estaba definido. 

La mente es el lugar donde el ciudadano almacena no solo la propaganda política, los comerciales y los debates de los candidatos; la mente es un extenso territorio en el que anidan los recuerdos, las emociones más remotas, las experiencias vitales, las personas más significativas, las pérdidas reparables y las irreparables, los ídolos, los villanos, imágenes y sensaciones, éxitos y fracasos, aprendizajes y deudas, conciencia del bien y del mal, certezas y temores. Ese extenso territorio, el de la mente, a nadie más le pertenece que al ciudadano, y allí es donde los políticos debieran entrar con mucho cuidado, como verdaderos estadistas, como lo hacen los grandes demócratas, cuidando el contenido, el tono y el lenguaje. Sin someter a los ciudadanos al espectáculo de la crispación y del agravio, sin pretender agradar para después someter. ¿Algún día veremos una campaña de este calibre?

Hoy comienza la veda, el tiempo previsto para que millones de argentinos, sin más intromisiones,  analicen, procesen e interpreten a los candidatos y sus discursos. Es el momento de caminar por ese territorio al que nadie puede acceder, nuestra mente, y rebuscar entre la información recibida, los recuerdos de lo vivido, las sensaciones. Para eso es la veda.  Y sobre todo considerar de qué modo están planteadas a futuro las soluciones a los problemas que nos aquejan a los argentinos. Para eso, además de silenciarse la campaña, es necesario desmontar el show del neopatriotismo, centrar los problemas en la retórica por encima de la imagen, olvidar las frases cortas para las redes sociales, el lenguaje gestual para la militancia y colocarse en la pista de la competencia intelectual, del debate de ideas y de propuestas capaces de engrandecer a esta Nación. Todos nos han dicho a dónde nos quieren llevar, pero nadie nos ha dicho cómo lo hará. Lo que no podemos esperar es magia, porque la realidad es una sola y los caminos son dos: afrontarla o eludirla. Esto último es una gran tentación, pero no podemos, ni dirigentes ni pueblo, seguir la tesitura de barrer bajo la alfombra, patear para adelante, o la metáfora que se le quiera poner a esto de no hacernos cargo de los problemas que tenemos, de los que solo se sale con una gran cuota de sacrificio pero sobre todo con un total cambio de mentalidad, de nuestra mirada sobre la riqueza, sobre el rol del Estado, sobre los derechos y las obligaciones que nos caben. De la crisis nadie “nos saca”: sale cada uno haciendo  lo que hay que hacer, cueste lo que cueste. Sin magia.


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