Editorial

Cambiar para no perder


Si los Siglos XVI y XVII fueron de España en materia de comercio internacional; los XVIII y XIX de Inglaterra; y el XX de Estados Unidos; el Siglo XXI se prepara para ser el de China como potencia económica mundial y de India como el país más poblado del planeta. Según la FAO, ente de la ONU para alimentación y agricultura, solo en 2016 China, Hong Kong y Vietnam importaron carnes por un valor total de 6.465 millones de dólares. Se proyecta que en el próximo lustro ese valor puede ubicarse en torno a los 10.000 millones de dólares anuales.

En este escenario internacional es importante contextualizar cuál es el rol de la República Argentina en el Siglo XXI. A diferencia de otras naciones, nuestro país sigue disponiendo de una enorme ventaja comparativa por su amplia superficie disponible para la producción de alimentos, lo cual no se refleja necesariamente en cuanto a la construcción de ventajas competitivas.

Argentina se ha caracterizado en la historia por la producción extensiva; el maíz, el trigo y, en la segunda mitad del Siglo XX, la soja, se han instalado, por nuestras ventajas comparativas y competitivas. Sin embargo, en el Siglo XXI ya no habrá masivamente ilustres apellidos propietarios de la tierra o grandes patrones de estancia, la famosa oligarquía terrateniente de principios del Siglo XX. La empresa agropecuaria, chica, mediana o grande, será la que determine los destinos de nuestra producción.

A lo largo del Siglo XX hemos perdido la carrera de la industrialización pesada. Pero aún hay tiempo de ganar la carrera de la industrialización liviana, alimentaria y agro-Industrial. Si en el siglo pasado nos hemos enorgullecido por las heladeras Siam, el Torino o la Chevy, en el actual debemos enorgullecernos por nuestros alimentos, pero que sean con alto agregado de valor de industria nacional, para que los consuma el mundo, contribuyendo a la reducción del hambre, combatiendo la obesidad y la desnutrición.

La empresa agropecuaria versus el patrón de estancia es uno de los grandes cambios de paradigma a realizar, pero no es el único. La mayor demanda de alimentos a nivel mundial nos exige transformar las enormes extensiones de tierra cultivadas para la exportación de “commodities” en pequeñas unidades productivas para la exportación de “specialities”.

Los establecimientos pequeños y tecnificados son más eficientes que los grandes y se encuentran menos sujetos a las inclemencias climáticas, cada vez más abruptas por el aumento en la temperatura global.

Este cambio paradigmático implica para los intereses de la Nación una sola cosa: no podemos poner el freno en el sector agroindustrial si pretendemos ser un actor relevante en términos colectivos en este Siglo XXI. El Estado debe ejercer de contralor del mercado con dureza e inflexibilidad. Y a su vez debe brindar herramientas para el estímulo de la inversión y colaborar con las instituciones públicas y privadas que orienten de manera estratégica los desarrollos en ciencia, tecnología, innovación y distribución. Es imperioso que en la Argentina el sector privado invierta en innovación y desarrollo. En la actualidad Argentina solo invierte el 0,6  por ciento de su PBI en ciencia, de los cuales el 80 por ciento corresponde a la inversión pública. En Israel asciende al 4,3 por ciento de su PBI, seguido por Japón con el 3,4 y Finlandia con el 3,2 por ciento. Y en todos los casos el porcentaje privado supera notablemente al público.

Además, el Estado progresista del Siglo XXI debe gravar sobre el patrimonio en lugar de sobre la producción y la agregación de valor. Ya lo decía Adam Smith en “La riqueza de las naciones”: gravar la agregación de valor alienta la renta improductiva y especulativa.

Ante cada crisis económica nace una nueva oportunidad y por lo general es la oportunidad de que el pez más grande se coma al más chico. Poner el freno en nuestros productores agropecuarios en vez de ponerlo en los grandes especuladores de la renta financiera y las grandes corporaciones multinacionales facilita esta cadena trófica. Se evidencia en la permanente concentración de la tierra y es lo que motiva la no consolidación de una nación productiva diversificada, cuando todas las condiciones naturales están dadas.

La empresa agropecuaria argentina busca producir e innovar y para que esto suceda su negocio tiene que ser rentable. Debe tener las condiciones generadas para que varios meses después de sembrar su semilla pueda cosechar y vender en absoluta libertad, garantizando el cierre de su negocio. Esto solo es posible con reglas de juego claras y persistentes en períodos de tiempo prolongados, algo que aún no hemos logrado.


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