Editorial

Carencias de alimentación, salud y educación: la verdadera deuda social


El hambre es un tema urgente. Los datos difundidos hace unos días son elocuentes y muestran el diagnóstico más crudo de la realidad social Argentina: el 51,7 por ciento de los niños y adolescentes del país tiene déficit alimentario y más de un 13 por ciento pasa hambre. Inmersos en una profunda crisis que no solo es económica y tampoco es coyuntural, dejamos de lado indicadores sensibles que condicionan seriamente el futuro. No solo porque es inadmisible que en un país rico en recursos naturales y con una economía sustentada en la producción de productos primarios capaces de alimentar al mundo haya chicos que no accedan a lo básico para saciar sus necesidades de nutrición; sino que esa situación los deja en una realidad sumamente  desventajosa para el desarrollo de sus potencialidades. Así como es intolerable que haya niños que comen una sola vez al día en el mejor de los casos o prescindan en su dieta diaria de alimentos necesarios para su crecimiento, es intolerable que quienes tienen responsabilidades ejecutivas solo pongan esta cuestión en los discursos como si resolver el hambre y la pobreza que lo ocasiona fuera un slogan que cayera bien o sonará bonito.

La inseguridad alimentaria, parcial o extrema, tiene consecuencias impredecibles. Y habla de otras problemáticas que es imperioso resolver: la mayoría de los chicos que no se alimentan como corresponde provienen de hogares monoparentales, con referentes familiares que trabajan en el mercado informal. Viven en condiciones de indigencia y de pobreza que se ha profundizado en el último año, pero que no han nacido en este tiempo, sino que se arrastran como un lastre que nadie quiere asumir y mucho menos transformar.

También es preocupante el dato que señala la pérdida de rendimiento escolar debido a déficit asociados a la mal nutrición. A edades tempranas los nutrientes tienen una importancia sustantiva en el desarrollo del cerebro. Nadie debería desconocer esa situación y para los sectores sociales más desprotegidos debieran contemplarse estas cuestiones al momento de planificar los programas de asistencia alimentaria. No alcanza con cargar los bolsones de productor ricos en hidratos de carbono; es imprescindible que las dietas sean balanceadas y lo que es aún más importante: habría que garantizar que todas las familias tuvieran asegurado el acceso a alimentos de calidad. Nadie puede educarse con el estómago vacío. Mucho menos crecer privado de lo esencial.

A la par de ello se suman a la tragedia las estadísticas que señalan que en el último año un alto porcentaje de niños no realizaron sus controles preventivos de salud. ¿Cómo es que sucede esto en un país que tiene una amplia red prestacional en el terreno de la atención primaria?

Es vergonzoso que pueda prescindirse de controles que resultan vitales en la infancia. Prevenir a edades tempranas la aparición de enfermedades o abordar adecuadamente aquellas que puedan estar presentes es la manera más cruel de hipotecar el futuro.

Ninguna de estas cuestiones parece estar en la agenda pública por fuera de las declaraciones. El Estado, aunque asiste, parece hacerlo de un modo ineficiente a la luz de los resultados. Y por fuera de los ámbitos oficiales, el enorme voluntariado que existe en el país y el cúmulo de organizaciones de la sociedad civil que trabajan en temas vinculados a la buena nutrición, aparecen desperdigados. Esto dilapida el esfuerzo de muchos; mientras la sociedad atónita se muestra algunas veces solidaria y otras tantas indiferente. Cómo si alimentación, educación y salud hubieran dejado de ser cuestiones vitales imprescindibles para la vida y como si a los líderes se les hubiera dejado de exigir acuerdos básicos en temas elementales, sin los cuales pensar una sociedad saciada, madura y sana es solo una utopía. Alimentación, educación y salud son tópicos que deberían estar presentes en la formulación de cualquier política de Estado con la que se pretenda salir de la crisis. Hacerlo es una cuestión tan importante como urgente. Y no admite dilaciones que se siga mirando para otro lado, dejando la realidad correr como si no acarreara para el futuro las peores consecuencias tener una sociedad hambrienta de alimentos, de buena salud y de una educación que nos permita trascender la coyuntura y establecer otras condiciones para que todos en igualdad de condiciones puedan acceder a una vida, simplemente digna.


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