Editorial

Caso Samid: que el árbol no tape el bosque


Todo lo sucedido en los últimos días en torno al empresario de la carne Alberto Samid tiene visos de espectacularidad. Primero el modo en que se fugó ilegalmente del país y los argumentos con los que hoy intenta eludir las decisiones judiciales, aduciendo “ataques de pánico” que motivaron su necesidad de tomarse vacaciones. Luego, las declaraciones públicas que tuvo en la clandestinidad, sus denuncias de persecución política con las que intentó de-sorientar su búsqueda, sosteniendo que jamás había salido del país y que estaba alojado en un campo, cuando en realidad se encontraba en una paradisíaca isla de Belice. Más tarde, su expulsión de ese lugar por haber falseado datos migratorios y el operativo de seguridad montado para su regreso al país y su traslado a la sede de Drogas Peligrosas donde estuvo hasta ser llevado a los Tribunales de Comodoro Py. Todo transmitido por los medios de comunicación, varias veces en la voz del propio protagonista que desafiaba el accionar de la Justicia que lo investiga por una evasión impositiva millonaria y lo acusa de integrar una asociación ilícita. Con grandilocuencia y una desfachatez inusitada, el “Rey de la Carne” lo que hizo fue rehusar la acción de la Justicia y escaparse para no ajustarse a derecho en el requerimiento judicial.

Más allá de los datos de color y el atractivo mediático de estos acontecimientos, lo que subyace es grave por sus implicancias institucionales. La causa que involucra a Samid lleva 22 años tramitándose en el seno de la Justicia, un tiempo que resulta excesivo y que demuestra la poca celeridad con la que se investigan algunas cuestiones en este país y el paraguas con el que suele protegerse a determinados personajes que, excéntricos, se muestran cercanos al poder y utilizan los beneficios de esa proximidad.

En este sentido, el hecho habla por sí solo de los pesados y lentos tiempos de la Justicia y de la impunidad con la que seguramente Samid pudo manejarse durante todos estos años para sortear las distintas instancias de esta causa casi sin inmutarse. Nadie puede eludir que para lograrlo se ha sentido amparado en cierta protección de la política. Su pertenencia al Partido Justicialista, su cercanía a los más importantes referentes de esa fuerza con cargos de representación y el rol que él mismo jugó en esos gobiernos, pudo haberle ofrecido esa cuota de “impunidad” para vulnerar su puesta a derecho.

Su convicción de ser “un perseguido” al que el Gobierno busca atrapar para transformarlo en “un preso político más” de los que él argumenta existen en el país; la excentricidad con la que bajó del avión vivando la frase “Viva Perón” y la insistencia con la que se empeñó en disculparse por las mentiras pronunciadas, describiendo su precario estado de salud, no pueden distraer la atención de lo que verdaderamente importa: 22 años es mucho tiempo en la búsqueda de la verdad y la justicia en cualquier causa.

Lo preocupante es que el caso Samid por evasión y supuesta asociación ilícita no es el único que demanda ese tiempo en el tratamiento judicial. Hay gente que aguarda ese tiempo o más para ver presa a la persona que mató a su ser querido; para cobrar una herencia; para recuperar un inmueble o para poner luz y hacer Justicia en cualquier hecho en el fuero que se trate. Y peor aún, quienes han dañado y valiéndose de resquicios judiciales permanecen en libertad, pueden (y de hecho lo hacen) seguir delinquiendo, inclusive matando. ¿Cuántos casos hemos visto de muertes evitables a manos de sujetos que, por no contar con sentencia firme, estaban en libertad? Lo mismo aplica a delincuentes de “guante blanco”, que mientras aguardan los lentos tiempos de la Justicia Penal Económica, siguen trabajando, montando negocios, ganando dinero de manera irregular, tal el caso de Samid, que en estos 22 años en que fue parte de una causa por evasión millonaria siguió “facturando”.

Lo llamativo es que, detenidos en el encandilamiento de un personaje excéntrico que tuvo su momento de fama incluso siendo protagonista de programas de televisión que reúnen a la farándula, nadie parece inmutarse ante este dato que no es más que una muestra del modo en que funciona uno de los poderes más importantes de la República. Justicia lenta no es justicia, se dice muchas veces. Pero poco se hace para modificar esto.

Y otra cuestión que a la luz de lo ocurrido con Alberto Samid es que se trata de una persona que ostentó la representación de cargos públicos, que siempre estuvo cerca del poder y no escondió su vocación de participar de la “cosa pública”. Habiendo ocupado cargos, teniendo representación sindical, dejando correr su intención de postularse como “candidato a gobernador”, Alberto Samid es una persona que no tuvo ningún prurito de eludir la Justicia.

Se abre ahí un interrogante que parece ingenuo a la luz de la realidad argentina: ¿puede pretender un cargo de representación alguien capaz de estafar? ¿Puede ejercer el poder alguien que no duda un segundo en escaparse e inventar argumentos para no ponerse a derecho?

Evidentemente se está frente a un sujeto que no entiende que quienes aspiran a ocupar determinados lugares donde deben privilegiar el bien común deben ser personas probas, de destacados valores morales, sujetas a derecho. Si bien es cierto que aquí pueden postularse y hasta ejercer como candidatos incluso quienes tienen pesadas causas judiciales siempre y cuando no estén condenados, no menos verdad es que esto no debería ocurrir porque así jamás se sale del círculo vicioso de dirigentes corruptos en instituciones corruptibles que afecta a este país invariablemente.

En el actual estado de cosas, es inadmisible que personajes que tienen este actitud frente a la Justicia integren listas, que sean avalados por no tener condenas o legitimados socialmente por sus perfiles mediáticos.

En instancia judicial, el Tribunal que juzga a Samid deberá resolver cómo sigue la causa. Se estima que se le dictará la prisión preventiva y por estas horas los abogados discuten argumentos jurídicos para alcanzar una determinación. Independientemente de lo que suceda en esta causa puntual, lo realmente vital es tomar esta causa como espejo y a este personaje como la muestra de las circunstancias que ya no puede permitirse vivir el país, agobiado por la crisis de las instituciones y que estos hechos no hacen más que profundizar de modo irremediable. Ojalá el árbol no tape al bosque y este caso sirva para poner fin a estas comedias que distraen de lo verdaderamente importante.


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