Editorial

Comenzando el viraje


Las subas en las tasas de interés, el anuncio de que el Tesoro no tomará más adelantos transitorios de Banco Central hasta fin de año y la emisión de bonos dólar-linked indican que el Gobierno lentamente va haciendo un giro hacia la ortodoxia en su política económica. No lo dice, pero lo hace. La necesidad tiene cara de hereje, y la escalada del dólar, que en el peor momento llevó el Contado Con Liquidación (CCL) por encima de los 180 pesos, resultó el disparador del cambio de estrategia.

Por ahora la estrategia está funcionando, y de a poco el mercado cambiario se va calmando. Pero no hay que olvidar que el CCL todavía está muy alto y que la baja es desde niveles estratosféricos que eran difíciles de entender. Estos niveles del tipo de cambio solo se explican en un marco de desconfianza en la política económica, que va mucho más allá del hecho de que haya un exceso de pesos en la economía. Seguramente reflejaban preocupaciones por el intervencionismo en la economía a partir del episodio de Vicentin y los controles de precios y tarifas, el temor a presiones impositivas que en algunos casos eran excesivas e ideas de algunos sectores dentro de la coalición de gobierno que afectaban los derechos de propiedad.

Pareciera que en las últimas semanas hay señales de moderación y de pequeños cambios en la política económica. Si bien están lejos de representar un giro copernicano, pueden marcar el principio de un camino que ayude a reconstruir la confianza de los inversores y los consumidores.

El punto de partida es llegar a un acuerdo con el FMI, algo que el Gobierno claramente tiene decidido porque la alternativa sería entrar en atrasos con el Fondo, lo cual implicaría quedar aislados del mundo. El Gobierno ya tomó la decisión de normalizar la relación con el mundo financiero al negociar el acuerdo con los bonistas. Los resultados indican que la secuencia de haber buscado un arreglo con los bonistas antes de tener un programa macroeconómico (seguimos sin tenerlo)  y un acuerdo con el FMI fue un error. El acuerdo de la deuda no fue el punto de inflexión que el Gobierno esperaba. En realidad, ocurrió justo lo contrario. A los pocos días de anunciar la restructuración de la deuda el dólar se escapó, los precios de las acciones y los bonos se destruyeron, el riesgo país se disparó y entramos en una psicosis de desconfianza. ¿Qué pasó?

El problema fue que no había un programa económico que sirviera para orientar las decisiones financieras y económicas en el día a día. Se decía que el crecimiento lo tenía que liderar el sector privado, pero al mismo tiempo se mantenían controles de precios y de tarifas y hasta se emitió un decreto para regular las telecomunicaciones.

Tampoco se percibía que hubiera consistencia entre las políticas monetaria y fiscal, porque el Tesoro envió un presupuesto con un déficit primario de 4,5 por ciento del PBI, que lo financiaría principalmente el Banco Central con el riesgo de que acelere la inflación.

Pero en la Argentina siempre pasa lo mismo. El termómetro de los temores o la confianza los da el tipo de cambio libre. Y lo que ocurrió es que el dólar se empezó a desbocar. El Gobierno inicialmente no registró la señal, tardó en responder y muchas veces lo hizo con mensajes contradictorios. Pero ante el constante deterioro parece reaccionar y empezar a buscar otra fórmula.

Entre los componentes están las subas de tasas de interés, que han sido lentas y por ahora con poca convicción, pero que van en la dirección correcta; anuncios que van en línea con limitar la emisión monetaria, y la aparente predisposición a recibir un préstamo del FMI, que es necesario para reforzar las anémicas reservas internacionales.

Pero por ahora el Gobierno ha dado señales contradictorias. Un día decía que el problema era que había que liberar el mercado de CCL y a los pocos días le ponían trabas para operar. Algo parecido ocurría con la tasa de interés. El Banco Central subía las tasas de pases a uno y siete días, pero al mismo tiempo bajaba las de Leliq a 28 días. Se pasó de decir que no se iba a pedir un nuevo préstamo al FMI a empezar a jugar con esa idea.

A pesar de estas idas y vueltas, de a poco se ve que el Gobierno está buscando un nuevo camino para estabilizar la economía. Y las primeras reacciones del mercado han sido positivas, fundamentalmente porque se puede visualizar un cambio de actitud.

La apuesta del mercado es que finalmente va a haber un programa con el FMI que como mínimo asegure la consistencia entre las políticas monetarias, cambiarias y fiscales, y que ayude a calmar las aguas respecto de la inflación y el tipo de cambio y permita abrir un horizonte.

Pero hay que recordar que la coyuntura es compleja, que la brecha cambiaria sigue siendo muy alta, que los bonos mantienen tasas de default, que el riesgo inflacionario sigue, que las reservas son escasas, y que el desempleo y la pobreza son altísimos. Y por supuesto, hay que agregar los desafíos que implica la pandemia, que se está complicando a nivel mundial.

Estamos todos atentos a las nuevas señales de política económica, y ver si en realidad hay un nuevo rumbo. Todavía hay mucho por andar y esperemos que en lugar de idas y vueltas la política económica entre en un sendero con mensajes claros que favorezcan la inversión privada, el crecimiento, la sostenibilidad fiscal y la estabilidad de los precios y del tipo de cambio.


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