Editorial

Contravenciones que hablan del tipo de sociedad que somos


menudo se les exige a las fuerzas de seguridad que cumplan con su función; a la Justicia que con sus fallos haga a cumplir las leyes; y al Poder Legislativo que legisle para dictar normas que protejan a los ciudadanos y les garanticen un cierto marco normativo que asegure la convivencia ciudadana. Sin embargo, pocas veces el colectivo social está dispuesto a apegarse a las mismas normas que reclama. Como si la atención y el imperativo ante las autoridades se centrara en los derechos y casi nunca en las obligaciones.  O como si pagar un tributo nos habilitara a que se nos tolere lo intolerable, como la mugre que hacemos en las calles.

La semana pasada tomó estado publicó una situación vivida en plena Peatonal donde jóvenes desafiaron a efectivos policiales por el solo hecho que se los instó a que se bajaran de la bicicleta en la que circulaban, atendiendo a que en ese lugar rige una prohibición al respecto. La reacción de quienes estaban teniendo un comportamiento que contradice la norma fue desmedida y terminó por demandar la puesta en marcha de un importante operativo policial para restablecer el orden en la vía pública.

Lo sucedido es apenas una fotografía de la reacción ante la autoridad y ante las normas cuando parecen ir en contra de los propios deseos. El tema es que no se repara en que con estas actitudes se reniega de las mismas situaciones que se exigen y que se pretende sean diferentes cuando la reprimenda va dirigida hacia otro que comete una infracción o vulnera lo establecido.

Individualismo o desidia, esto genera desorden y anomia. Y el inventario no se agota en el episodio protagonizado por estos jóvenes. 

En el mismo plano de las contravenciones es común que los peatones crucen por el medio de la calle sin respetar la senda peatonal; que los conductores de motocicletas circulen sin los elementos mínimos de seguridad y transgrediendo todas las normas de tránsito establecidas. 

En el terreno ciudadano el incumplimiento repetido a las normas es cosa de todos los días.

De igual manera es inadmisible lo que sucede con la carga y descarga de mercadería en el radio céntrico, donde debido el alto caudal de circulación, hay establecidos espacios y horarios específicos para esta actividad, fundamental en el comercio como es el abastecimiento. Sin embargo, cualquier repartidor lo hace de la manera que desea con la complicidad del comerciante y ante la mirada atónita de ciudadanos que se ven perjudicados por esta acción. Se carga y descarga mercadería en cualquier horario y en la puerta misma de los locales, sin usar los espacios asignados para no entorpecer el tránsito. Y como contracara los automovislistas también estacionan de modo particular en estos sectores sin atender la prohibición que rige para esos espacios y el destino para los cuales han sido creados. Todas caras de una misma moneda que habla de la anomia. Y de la necesidad de acciones ejemplares que se valgan del caudal normativo que existe para poner cada cosa en su lugar. En lo que atañe al respeto a los espacios de carga y descarga, por ejemplo, habría que multar a los comerciantes cuyos proveedores incumplan la norma, lo mismo que a las empresas de transporte cuyos empleados para ahorrar tiempo se estacionen en cualquier lugar- incluso en doble fila- para cumplir con la tarea cotidiana. Medidas de este tipo, dirigidas a un sector en particular (porque es imposible atender la mil y un contravenciones que hay) sencillas de atender incluso por la Policía Local, que bastante tiempo ocioso tiene, quizás servirían para revertir al menos una mala conducta de unos pocos que perjudica a muchos. Sería una manera también de paulatinamente imponer la conciencia que el derecho a trabajar no da crédito para infringir y perjudicar, mucho menos por simple comodidad. Porque ni siquiera hablamos del porte de algunos camiones, que de hecho ni deberían circular por el Centro, sino de madrugar más desde ambas partes para atender el abastecimiento y caminar con la mercadería en una “zorrita” si es que el destino de la mercancía está a unos metros del espacio de carga y descarga. 

Aunque pareciera que la sociedad es “hija del rigor” en estos temas, el peso de la ley es lo que vale para transformar la realidad. De la mano de la educación social, que contribuiría a dejar de actuar con un criterio tan individualista como pernicioso. Obviamente que esto demandaría modificar hábitos individuales y colectivos. Lo que de por sí resulta antipático, pero sin lo cual no hay posibilidad de transformar esas “microacciones” que lesionan la trama misma de la vida en comunidad. Lo que sucedió con los policías que resultaron agredidos a piedrazos por jóvenes; lo que ocurre todos los días en las calles y la violencia y la desidia con la que se transgreden normas habla mucho del ADN de nuestra sociedad que parece no poder cambiar de perspectiva para madurar y asumir que tanto como se exige que se respeten derechos, se debe tener apego a cumplir con las obligaciones. Sin ello no hay convivencia posible.


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