Editorial

Coronavirus: la hora de la educación social con claros liderazgos


Pergamino atraviesa un momento complicado debido a la evolución de la pandemia de coronavirus. La ola de contagios parece descontrolada y la angustia que genera la proximidad de la enfermedad conmociona a una población que hasta hace tiempo se creía inmune al accionar del virus.

Aunque el presagio de que la vacuna llegará pronto hace suponer que la situación volverá a ponerse bajo control para posibilitar cierto grado de tranquilidad por lo menos en lo que hace a la protección de los grupos poblacionales más vulnerables, mirar lo que ocurre en otras latitudes afectadas por la llamada “segunda ola” no hacen sino incrementar la zozobra.

La situación actual a la que ha sometido la circulación del coronavirus en todo el mundo plantea el aislamiento y distanciamiento social como los únicos mecanismos que se tienen para limitar la cadena de contagios, lo que supone un cambio radical en la cotidianeidad.

En este contexto, cobra una relevancia significativa la educación social como concepto que ayude a las poblaciones a acatar las normas para preservar la salud sin resentir otras esferas de la vida social.

Aunque la labor de la ciencia por hallar la vacuna y tratamientos efectivos es denodada, las respuestas que ya ha podido brindar no resultan concluyentes. Se desconoce aún en muchos aspectos el comportamiento de una enfermedad que desde que surgió tiene de rodillas al mundo no solo en términos sanitarios.

Así como inicialmente la mirada estuvo puesta sobre la autoridad y su liderazgo para establecer normas que permitieran administrar la pandemia minimizando sus efectos devastadores, hoy la atención parece centrarse en .la responsabilidad individual. Y en este punto lo que resulta pertinente señalar es que esto no significa el corrimiento de la autoridad sanitaria y mucho menos el desentendimiento de la autoridad política. Por el contrario, la institucionalidad tiene un rol protagónico en la tarea de hacer que la sociedad pueda constituir esa “nueva normalidad” que ayude a no resentir más el tejido económico y social en el contexto de esta tragedia que seguramente es la más importante de la historia reciente.

Las instituciones tienen por delante la tarea de asociarse y alinearse al conocimiento científico y llevar adelante acciones orientadas a la educación y a la generación de saberes que permitan brindar certidumbre a una sociedad desorientada por los daños propios y colaterales del coronavirus.

Aun cuando se ha instalado en la opinión pública la premisa de que hay que aprender a convivir con el virus hasta que llegue la vacuna- sobre la que se depositan expectativas salvadoras- no se termina de imponer la educación como herramienta para generar la adopción de conductas de cuidado.

A la par que se abren nuevas actividades productivas y recreativas gana terreno la negación o la minimización de la realidad sanitaria que es acuciante. Se sabe porque los propios organismos científicos comienzan a señalarlo que no se puede sostener la cuarentena como único elemento para contener la situación, sin embargo no termina de imponerse en la agenda pública la necesidad del cambio de costumbres.

El coronavirus tocó el corazón mismo de las culturas y vino a transformar hábitos arraigados que definen en muchos aspectos la vida social de las personas. Pero negarlo o considerarlo “una gripecita” no anula lo que ya ha demostrado que es capaz de generar. Se impone como nunca la educación social. Ese debe ser el campo donde se definan los pasos que las sociedades deben dar para transitar este tiempo con menos impacto.

Por un lado, hay que adquirir ciertos usos y costumbres que nadie tenía incorporadas antes de la pandemia. Y para ello hay que educar. Y hacerlo con liderazgos fuertes que se nutran de la variedad de miradas que no reduzcan el problema a un tema médico y que por el contrario lo muestren en toda su dimensión. Se requiere de una convocatoria generosa a todos aquellos que puedan contribuir a instalar mensajes claros y educativo y doten a los decisores de las políticas públicas de información confiable para gestionar y plantear medidas que estén a la altura de la magnitud de un problema que no termina con la negación ni acaba por el solo hecho de que aparezca una vacuna. Un problema que ha venido para quedarse y para poner a las sociedades de cara a enfrentar esta batalla con su mejor herramienta: la educación. No usar sus armas es condenar a la comunidad a quedar huérfana y a la deriva de medidas de prevención que no aplicadas correctamente solo crean la falsa sensación de estar haciendo algo para preservar solo la salud individual sin poder tomar conciencia de que quizás como nunca es en la alianza con otros como se resguarda la salud propia y colectiva.


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