Editorial

Coronavirus: la imperiosa necesidad de la coherencia entre el decir y el hacer


Las declaraciones del ministro Ginés González García respecto de su presunción de que el coronavirus iba a tardar más tiempo en llegar a la Argentina y su sorpresa por la rápida propagación del virus en el mundo dejaron un sensación de zozobra en la comunidad científica y en la población en general que observa con preocupación el comportamiento de una enfermedad de la que se conoce poco y que tiene en vilo al mundo por su irrupción a escala planetaria.

No más afortunadas restaron las apreciaciones de cierto sector de la prensa que valiéndose de argumentos que no se condicen con fundamentos médicos ni científicos abrieron la grieta en una cuestión tan sensible como la sanitaria cuando señalaron que el coronavirus era una enfermedad de la derecha porque afecta a personas de poder adquisitivo alto, que son las que tienen oportunidad de viajar por el mundo. Estas declaraciones que ocupan la agenda de los medios de comunicación en momentos en que el tema concita sumo interés por parte de la opinión pública contradicen la prudencia que debe importar en la difusión de cuestiones tan sensibles para la comunidad como son aquellas que atañen a la salud.

A nivel internacional los señalamientos del presidente estadounidense respecto de que se miente respecto del número de muertes o que se esconden determinados aspectos de esta enfermedad poniendo en duda la pericia de la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) resultan en el actual contexto por lo menos irresponsable. Y ni hablar de las recomendaciones formuladas por el presidente venezolano invitando a imponer “el caderú” como modo de saludarse entre las personas para evitar los contagios. Es inadmisible que los líderes no ejerzan la responsabilidad en contextos de tanta incertidumbre. Lo que dicen deja una huella en la población y también genera un impacto. Y motiva temor, sensación de imprevisión y en algunos casos favorece el pánico, un condimento de lo anímico y de lo emocional que no debiera estar presente en estas situaciones por lo nocivo para el comportamiento social que se requiere frente a las pandemias. Y lo que les sucede a los líderes es lo que luego baja a la población porque trasunta en ella y genera consecuencias.

En los distintos lugares la gente va sintiendo que no le están diciendo la verdad. Y comienza a generarse mitos. Que sus gobernantes improvisan en el decir y en el hacer con inciertas consecuencias. Si se suma a ello que gana en la opinión pública la ansiedad porque se tomen medidas que en el contexto actual no resultan apropiadas, abre las puertas de una psicosis que no coopera con lo más importante que se tiene que hacer por estas horas que es contener y evitar la propagación de una enfermedad que en el caso de Argentina, y a contracorriente de lo que pensaba el ministro, ya está entre nosotros.

Se requiere de un ordenado mecanismo de comunicación pública centralizada en el Estado que unifique un mensaje. Que lo que se dice, lo que se hace y lo que se piensa tengan la coherencia necesaria para generar cohesión y fortalecer la conciencia social respecto del cuidado. Si cada uno dice lo que piensa del modo en que lo piensa y lo expresa a través de los medios de comunicación sin seguir un lineamiento preciso establecido y guiado por el discurso científico lo que impera es el caos. Y frente a él lo único que le queda a la gente es tener miedo por situaciones que pasan y por realidades que imagina frente a una enfermedad que aparece como una amenaza para la salud individual y colectiva.

Hace unos días en el espacio de este comentario editorial señalábamos que frente al coronavirus se imponía la necesidad del autocuidado y la conciencia cívica respecto de las acciones individuales que redundan en el cuidado de la salud colectiva. Esto vale también para quienes tienen responsabilidades en el hacer y en el decir y se transforma en una apelación a la prudencia, y a la pericia en el manejo de la información para que el país pueda transitar está contingencia con la mayor calma posible acompañando con actitudes responsables las medidas que se vayan tomando desde el Estado para sobrellevar circunstancias aún desconocidas. La responsabilidad en la comunicación pública es de los líderes; también de los comunicadores que tenemos mucho que aprender y contribuir en estos escenarios. Para ganar en la actitud cívica que colabora con la prevención. La comunicación y las medidas están llamadas a ser responsable y obligadas a dejar de lado cuestiones ideológicas, apreciaciones personales y especulaciones de tipo político para poner lo sanitario por sobre cualquier otra cuestión que hoy tiñe el discursos de imprevisión y hace perder de vista medidas que se están instrumentado y que requieren, para resultar efectivas, de una coherencia que por momentos falta.


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