Editorial

Cristina Kirchner en el banquillo: ¿qué fue de aquella “primera ciudadana”?


La definición de ciudadano refiere a la pertenencia de alguien a un determinado lugar. Y la significación remite en el concepto a la civilidad, que a su vez hace referencia a un comportamiento nutrido de los valores que sostienen la vida en sociedad. Al asumir Néstor Kirchner como presidente de la Nación, Cristina Fernández se definía ante los argentinos como “primera ciudadana”, en un intento por dotar al matrimonio presidencial de un sello de cercanía con la gente. En lo personal, definirse en esos términos suponía en cierto modo quitarle al título de “primera dama”, cualquier connotación que supusiera lejanía con el pueblo. Fiel a la mística que caracterizó ese modo de construir capital electoral, ella se mostraba ante la sociedad como alguien “honesto” y “austero”, lo que acompañado del rasgo de inteligencia que propios y extraños le reconocían en su labor legislativa le permitió forjarse una imagen y una identidad frente a la opinión pública. Así fue configurando un relato.

Con el devenir de los años, y a pesar de que su concepción populista se radicalizó cuando alcanzó la Presidencia, esos gestos del comienzo fueron quedando atrás. En el ejercicio personalísimo del poder se sucedieron decisiones y marcas de ostentación propia de los líderes populistas. Así se volvió hermética. Sin abandonar la mística, apareció otra Cristina, menos amigable. Su estilo se tornó distante y su imagen se erigió sobre un protocolo estructurado.

Lo que parecía humildad se transformó en riqueza y ostentación de un poder casi absoluto, conferido por el mandato popular, pero llevado al extremo de una ideología. Cristina Fernández de Kirchner se transformó en una mujer todopoderosa. Endiosada por los adeptos y cuestionada por los opositores. Atrás quedó su definición de “primera ciudadana” y su identidad fue acomodándose al ejercicio de un poder supremo. Se sabía poderosa y no escatimaba en decirlo. Todos recordaremos aquello de que hay que temer solo a Dios, y a ella.

Hoy Cristina está sentada en el banquillo de los acusados y aunque se vale de cuantos artilugios le permiten las diligencias judiciales para evitar mostrarse demasiado expuesta en estas circunstancias, su honra está sometida a juicio porque se la acusa de haber sido parte central de un entramado delictivo que desviaba fondos destinados a la ejecución de obra pública durante su Gobierno. Y este hecho la posiciona en un lugar incómodo, en pleno proceso electoral. Aunque ante la opinión pública se muestra como víctima y asegura que el juicio está sospechado de cierta intencionalidad para perjudicarla, está siendo juzgada por una de las causas en las que se la investiga. Más allá de cualquier opinión que puede merecer el comportamiento del sistema judicial en el país- varias veces cuestionado desde este mismo espacio editorial- lo cierto es que investigar posibles hechos de corrupción cuando se tiene un caudal probatorio suficiente como para llevar adelante un proceso y llegar a un juicio oral es lo que corresponde al Estado de Derecho. 

Frente a esto Cristina parece haber elegido la estrategia de la victimización y con ese fundamento pretende mostrarse como una ciudadana común, perseguida políticamente por una Justicia sospechada.  Por estas horas y cuando el propio tribunal le ha autorizado no asistir a las próximas audiencias, todo el relato kirchnerista resulta funcional a la denuncia de persecución. Sus seguidores la avalan con una fe casi religiosa.

Ahora bien, lejos de lo que la imagen y el discurso pretenden mostrar, Cristina Fernández de Kirchner no es una ciudadana más. Tampoco fue “la primera ciudadana” en la historia reciente. En todo caso es una senadora de la Nación y una expresidenta   que está sometida a un juicio oral en una causa por corrupción de las muchas que se han abierto en su contra. Esto no la transforma en culpable. Por el contrario la presunción de inocencia es un precepto de alcance constitucional que debe respetarse.

Lo que Cristina Kirchner no puede pretender es eludir la acción de la Justicia, ni valerse de algunos recursos que le confiere su cargo legislativo para mostrarse esquiva al accionar judicial.

Declarada por ella misma como candidata a vicepresidenta de la Nación en una fórmula que comparte con su elegido, Alberto Fernández, e inmersa de lleno en el juego electoral con una centralidad que demuestra su peso específico y las características de su liderazgo, quizás sea hora para ella de volver sobre sus pasos. Frente a la Justicia y en esta nueva etapa de su “hacer” político tiene la oportunidad histórica de predicar con el ejemplo. ¿Acaso alguien que es acusado de algo que no hizo esquiva la acción de la Justicia?

Cualquier persona de bien sospechada de mucho menos pediría por favor que se la investigara para salvar su buen nombre y honor en el menor tiempo posible.

No es eludiendo la foto en el banquillo de los acusados junto a Lázaro Báez y Julio De Vido, que se rinde honor a lo que representa ser un buen ciudadano. Sentarse en la primera audiencia del juicio varias filas por detrás de los acusados que están en el mismo proceso judicial que ella no aminora lo que significa estar a disposición de la Justicia. Su imagen no aparece menos sospechada por eso. Por el contrario, no es negando a los antiguos funcionarios y aliados que se desdibuja la sospecha que recae sobre ella ante la magnitud de la acusación.

A Cristina Kirchner la Justicia la investiga por hechos de corrupción lo suficientemente graves para ser minimizados. La credibilidad no se recupera solo con cosmética electoral. Quizás la confianza se vuelve a tejer en la verdad. Y para ello hay que permitir que la Justicia realice su trabajo y alcance el cometido de medir el grado de responsabilidad que quepa a cada uno en esta causa. O exima de las mismas a quienes no hayan estado involucrados.

Viéndola en el banquillo de los acusados y tramando estrategias en pleno proceso electoral, aquella “primera ciudadana” llegada del sur del país con la promesa de transformar junto a su esposo a la Argentina, es la imagen de una realidad decadente, porque frente a lo que se la investiga o fue responsable o fue negligente; y en cualquier caso ese se repara con el accionar de la Justicia.

Encerrada en su propia retórica, quizás el juicio oral sea para ella una oportunidad. Tal vez sea tiempo de que Cristina Fernández de Kirchner vuelva sobre sus palabras y regrese a aquel concepto de ciudadanía planteado en el relato de sus comienzos. Eso importaría rescatar algunos valores que son esenciales para la vida en sociedad. La austeridad en el ejercicio del poder; el ponerse a derecho ante el  requerimiento de la Justicia evitando cualquier victimización; y reconocer sin negar a quienes fueron sus personas de confianza en el ejercicio del poder y su mano derecha en lo afectivo es parte de ese basamento moral desde el cual podría recuperar la credibilidad perdida no en aquellos que la veneran como a una líder religiosa, sino de la enorme porción de argentinos que alguna vez la observó con respeto y hoy mira sus comportamientos con hastío.


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