Editorial

¿Cuál será el peso de la economía en la consideración electoral?


La frase “La economía, estúpido” fue utilizada en la política estadounidense durante la campaña electoral de  Bill Clinton en 1992 contra George H. W. Bush (padre), y aseguran que fue la que lo llevó a convertirse en presidente en aquella contienda. La historia cuenta que poco antes de las elecciones Bush era considerado imbatible por la mayoría de los analistas políticos, fundamentalmente debido a sus éxitos en materia de política exterior, como el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo Pérsico. Su popularidad entonces había llegado al 90 por ciento de aceptación, un récord histórico. En esas circunstancias, James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, señaló que éste debía enfocarse sobre cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas. Con el fin de mantener la campaña centrada en un mensaje, Carville pegó un cartel en las oficinas centrales con tres puntos escritos, uno de ellos rezaba: “La economía, estúpido”, así, sin verbo. Y al poco tiempo ese cartel, que era apenas un recordatorio interno de las cuestiones en las que había que centrar la atención, se convirtió en una especie de eslogan no oficial de la campaña que resultó decisivo para modificar la relación de fuerzas y derrotar a Bush, algo impensable poco antes.

Con el agregado del verbo -“es”-, la construcción comunicacional “Es la economía, estúpido” se instaló en la cultura estadounidense y se extrapoló a otras geografías imponiéndose internacionalmente para hacer foco en una de las variables que suelen tener mucha incidencia en la consideración de los votantes en tiempos de contienda electoral.

Argentina no fue la excepción y en varias oportunidades la referencia a los indicadores económicos se ha instalado en el escenario de las campañas para intentar influir en la opinión pública. En algunas ocasiones porque las gestiones de los gobiernos se consideraban exitosas en ese plano y el mensaje económico se transformaba en el eje de la plataforma electoral; y en otros momentos porque los desajustes económicos y las crisis motivaban que la variable económica se erigiera en el centro de las críticas.

Así, por eludir o por concentrar el mensaje político en lo económico, la frase cobra vida cada vez que comienzan a discutirse electoralmente las ideas.

En 2019 los argentinos tendremos la responsabilidad de volver a elegir presidente y las campañas electorales, aún con algunas indefiniciones respecto de quiénes serán finalmente los candidatos, ya  van instalándose en la agenda pública, tiñendo el discurso de las estrategias persuasivas para seducir la atención y captar el interés de potenciales votantes. Y en este horizonte se observa que la economía será un pilar determinante por la magnitud de la crisis económica que afecta al país y que atraviesa de modo transversal a toda la sociedad.

En el oficialismo, la estrategia pareciera ser evitar el debate económico y abordar la cuestión con el argumento de que las medidas que se tomaron y que impactaron fuertemente en los bolsillos de la clase media respondieron a la necesidad de “poner los números en caja” y corregir rumbos que según afirman llevaban al país a compartir un destino parecido al de Venezuela.

La reciente declaración del presidente Mauricio Macri que asegura que ya se ha superado la crisis es una confirmación del empeño sutil de evitar que el foco se ponga en las dificultades que complican la matriz misma del sistema productivo argentino.

El eslogan del Gobierno que acompaña cada acto de gestión con la consigna “Haciendo lo que hay que hacer”, parece justificar la debacle que los ciudadanos sienten cuando piensan en sus economías asfixiadas por el peso de la inflación y la alta presión tributaria.

La economía subyace a un discurso que se quiere evitar, las frases hechas de algunos funcionarios cuando se los interroga respecto de los problemas que Argentina tiene en este campo llevan la mirada a la “pesada herencia recibida” y a un optimismo que roza con lo inadmisible a esta altura de los acontecimientos.

El pedido del presidencial a los ciudadanos de “seguir haciendo fuerza” parece indicar que el curso de las acciones se mantendrá en la línea señalada, aún a pesar de que los indicadores macro y microeconómicos no permiten avizorar un horizonte de reactivación. El paquete de medidas que se ensayan para reactivar el consumo en períodos preelectorales, parece más una acción forzada por la realidad y el riesgo de perder las elecciones, que por la convicción de que ese sea el camino. Lo que se busca no es instalar en la agenda pública la cuestión económica, sino tratar de recuperar la confianza, principal capital que el Gobierno parece haber perdido, incluso entre sus propios votantes.

En el arco opositor, en tanto, el factor económico promete ocupar el centro del discurso electoral y transformarse en el sustento de las plataformas políticas que se presentarán al electorado intentando seducirlo. Hasta el momento las pocas propuestas que se han esbozado desde algunas fuerzas políticas están centradas en la economía y prometen “sacar a la Argentina de la crisis”, aunque poco se dice de cómo se abordará la difícil coyuntura que tendrá la futura administración- del signo político que sea- en el futuro inmediato. Poco se dice de los instrumentos pensados para lidiar con un nivel de endeudamiento gigantesco que condicionará severamente la posibilidad de impulsar políticas de reactivación que modifiquen la realidad de los argentinos en el corto plazo. Más o menos radicalizados los postulados se concentran en lo económico casi como tema exclusivo de quienes aspiran a ser parte de la competencia electoral.

Entre oficialistas y opositores, la polaridad instalada marca posiciones ideológicamente contrapuestas y se impone como consecuencia inevitable.

Lo que vale preguntarse es qué lugar ocupará la economía en la ponderación de los ciudadanos y cuánto pesará la realidad del bolsillo a la hora de elegir. Por estos días, es la ciudadanía la que transita entre la incertidumbre y el hartazgo, y con ese sentir poco parece exigir en relación a otras cuestiones no menos importantes que deberían estar presentes en el discurso político.

¿La economía pesará más que los verdaderos pilares de una República?

Este interrogante surge del hecho de que cada vez se habla menos de educación, salud, seguridad, división de poderes y de una institucionalidad dotada de valores que destierren para siempre la corrupción que tanto daño le ha hecho al país bajo el argumento de: “Roban pero hacen”.

Se hable o no de economía en las campañas, quieran o no los candidatos hacer foco en esta cuestión, todo indica que se privilegiará el bolsillo, muchas veces en detrimento de otros tópicos que deberían considerarse prioritarios.

Sorteando los avatares de una crisis profunda, la sociedad parece volver a sentir que “es la economía estúpido”, lo que terminará inclinando la balanza, dejando de lado el interés por otros valores quizás menos tangibles, pero no por eso menos importantes. Dejarlos de lado, una vez más y no exigir que se profundice el debate condicionándolo solo al rumbo económico, puede ser a la altura de los acontecimientos, tan peligroso como irreparable.


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