Editorial

Cuidado con los iluminados en la era de la posverdad


En cuanto al acceso al conocimiento revelado y a los medios para conocer lo todavía desconocido, la generación contemporánea es una privilegiada.  Claro que, como en todas las épocas, hay aciertos y errores; aportes veraces, útiles y grandes mentiras que tienen por detrás alguna finalidad espuria o pecuniaria.

Considerada por muchos como la más antigua y a su vez, la más moderna de las ciencias, la astronomía nos ha cautivado a lo largo de los milenios. Aquellos que se han dedicado con pasión a esta faceta a lo largo de la Historia ya nos dejaron en claro, hace más de 2.000 años, con el admirable Eratóstenes y no con Colón en 1492 (solo que esa parte del mundo habitado aun no había recibido la información), que  el mundo es esférico y no plano.

Más aquí en el tiempo, Copérnico nos anotició que dejábamos de ser el “centro del mundo” para ofrecérselo al mismo Sol. A medida que fuimos capaces de avanzar en este derrotero celestial, la frontera del conocimiento se fue expandiendo, y con ella, nuestra percepción acerca de quiénes somos y en dónde estamos, fue cambiando significativamente. Poco a poco hemos ido tomando conciencia de nuestra insignificancia cósmica.

En la era de la posverdad, toda opinión merece el mismo respeto, la misma transcendencia. Ya lo dijo el inolvidable poeta Discépolo, ¡Todo es igual! !Nada es mejor! Resulta que para algunos, el revisionismo se ha convertido en una pérdida absoluta y total de todo criterio, en donde la realidad nunca se constata con los hechos. En lo que respecta particularmente a nuestro planeta han resurgido como venidos de la prehistoria quienes consideran que tiene forma de plano y el sol gira a su alrededor” haciendo que nuestras ideas se retrotraigan más de dos milenios. Algo, literalmente, increíble.

Resultan tan simpáticos como improbables los movimientos del sol en el modelo de Tierra plana, en particular, la manera en que se aleja y se acerca al nuevo supuesto “centro del planeta”. El pequeño problema reside en las causas de esos alejamientos y acercamientos: nadie sabe cómo se producen.

Este estar inmersos a nivel mundial en una especie de era de la posverdad parece que incluye tolerar la existencia de personas expresando sin vergüenza alguna que la verdadera forma de la Tierra es un plano, o peor aún, que la vacunación en nuestros niños no merece la importancia que sí le impone la medicina a este método que hizo posible la erradicación o minimización del número de casos de enfermedades que en su momento diezmaron o desaparecieron naciones.

Hay dos cosas que debemos tener en claro respecto de este movimiento terraplanista: primero, que toda persona tiene derecho a emitir opinión sobre lo que desee.

Segundo, no habrá manera ni existirá explicación y/o fundamento alguno que haga cambiar de opinión a los terraplanistas.

Respecto de la primera de ellas, está fuera de toda discusión el derecho que posee un individuo a opinar sobre lo que desee. No es ésta la cuestión. El inconveniente reside en el peso y valor que se les dan a las opiniones. Porque en caso contrario, la frase del tango Cambalache lamentablemente cobra un valor supremo. De todas maneras, y es fundamental aclarar este punto, no se trata de contar con un título universitario o profesión alguna para vertir opinión en tal sentido. No es eso lo que estamos describiendo sino, simplemente, que aquello que se describa u opine esté sustentando bajo ciertos criterios mínimos. ¿Cómo cuáles? Aquellos que han hecho de la ciencia el más maravilloso de los lenguajes creados por la humanidad. Ese mismo lenguaje que no solo nos ha permitido descender de los árboles africanos y conquistar continente tras continente sino, además, aumentar la calidad de vida de manera sustancial entre otros significativos avances. Un lenguaje diseminado por toda la faz terrestre el cual se autorregula a partir de la experimentación, comprobación y, muy particularmente, el chequeo con la realidad observada. Todo este maravilloso mecanismo, y solo éste, es lo que ha permitido la evolución de la sociedad humana a niveles como los actuales.

Enfocándonos en el tema crucial, la Tierra plana, la segunda premisa cobra un valor sustancial. Los astrónomos, físicos, geofísicos, geodestas, agrimensores, ingenieros (y podríamos continuar con la lista) podrán  esforzarse en explicar, desarrollar, mostrar, exponer, describir, argumentar los motivos por los cuales afirman que la Tierra es muy similar a una esfera, y aun así no habrá manera alguna de lograr una reflexión por parte de los autodenominados “terraplanistas”.

El movimiento terraplanista, efímero por cierto pero con gran alcance en la prensa últimamente, esgrime modelos terrestres inundados por las incongruencias, colapsando sus teorías ante la realidad misma. Modelos en donde la gravedad terrestre es reemplazada por una Tierra plana en constante aceleración “hacia arriba”, dando lugar a un planeta que se acerca a todos los objetos en contraste a la caída misma de estos. Sí, leyó bien: en la Tierra plana, los objetos no caen por la gravedad sino que “es la Tierra la que sube en búsqueda de tal misterioso encuentro”, en una constante aceleración lo que provocaría haber alcanzado la velocidad de la luz ya hace un buen tiempo (si el profesor Einstein viviera…). Más allá de esta singular y particular idea a la cual denominan “aceleración universal” esto no condice con el hecho que la gravedad terrestre no es uniforme, es decir, posee distintos valores de acuerdo al lugar en la superficie donde se mida. Existen los denominados gravímetros, instrumentos con los cuales se mide la gravedad en cualquier punto donde se desee. En otras palabras, la Tierra plana debería “subir” con distintas aceleraciones a fin de describir lo observado. ¿Se entiende la idea? ¿A qué debemos darle valor? ¿A esta delirante idea teórica o a los hechos mismos? En la Tierra plana, el Sol y la Luna giran (sin causa física alguna, por cierto) de tal manera que esta última no solo permite que todas sus fases puedan ser observadas al mismo tiempo y desde distintos lugares sino que, además, la Luna en su fase llena puede ser apreciada a plena luz del día. En los modelos terraplanistas, la Luna siempre se ve orientada de la misma manera, lo cual no condice con la simple y contrastable realidad. Una persona en el hemisferio norte observará la Luna “dada vuelta” en el sentido vertical de la expresión respecto de cómo lo ve un individuo en el sur. Nuevamente, ¿debemos hacer omisión de lo que observan nuestros ojos para creer en un modelo ficcionado?

Estas son sólo tres incongruencias de las existentes en estos modelos terraplanistas. De todas formas, la idea de estas líneas no es hacer énfasis en lo astronómico sino en el aspecto sociológico de la situación y sus implicancias.

El saber acerca de la verdadera forma de la Tierra no es una mera cuestión de fe. Existieron generaciones de personas a lo largo de siglos y milenios que no solo dedujeron la forma de nuestro planeta (¡y su real tamaño!) a partir de varillas, sombras, papel, lápiz y cerebro, sino que, además, algunos de ellos han viajado más allá de la atmósfera terrestre para observarla desde afuera.

El brindar sustento y valor a estas ideas estrambóticas no implicaría más preocupación que el esgrimir una mera sonrisa si no fuese porque son nuestros hijos a los que debemos educar sobre la base de la observación, la razón y el discernimiento. Esto no es un mero juego de niños. No se trata de un simple grupo de personas que intenta lograr fama a partir de las plataformas informáticas que existen en la actualidad. Se trata nada más ni nada menos que de brindar un andamiaje de conocimientos sólidos para desarrollar una nación.


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