Editorial

Defectos de nacimiento que algún día deberemos sanar


Probablemente existan pocos países en el mundo que tenga tan mala distribución poblacional en el territorio como Argentina, que sigue anclada en el puerto desde su nacimiento.

Aunque no es un tema que esté en la agenda de su clase política, el hecho es que los argentinos estamos distribuidos de un modo desigual en el espacio, configurando una geografía política contra natura.

De acuerdo  con el censo de 2010, Argentina tiene 40.117.096 habitantes. De ese total 2.891.082 viven en la Ciudad de Buenos Aires y casi 13 millones (12.801.364) en el Gran Buenos Aires.

Esto significa que el 38 por ciento de la población total del país se concentra en un espacio menor al 1 por ciento del territorio. Allí no solo es la mayor área urbana de Argentina. Se trata de la cuarta megalópolis de las 17 existentes en el mundo y el tercer aglomerado urbano de América Latina, detrás de Ciudad de México y San Pablo.

El Conurbano bonaerense -devenido en imán para la población del interior y los inmigrantes que hasta allí nomás se mueven a su llegada- está integrado por 24 partidos que rodean a la Capital. Allí reside el 80 por ciento del total de la población de la provincia de Buenos Aires (15.594.428 habitantes). Municipio ícono del Conurbano es La Matanza, cuya población de 1.772.130 habitantes supera la que tienen algunas provincias, como la de Entre Ríos (1.236.300) o ciudades importantes del interior, como Córdoba capital (1.300.023) o como Rosario (1.118.664 habitantes).

Por otro lado, el 60 por ciento de la población argentina está concentrada en la llanura pampeana, integrada por las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y la Ciudad de Buenos Aires, en un espacio geográfico que no supera el 22 por ciento de la superficie total del territorio.

Conclusión: la forma en que se encuentra distribuida la población muestra el alto grado de concentración. Y la Ciudad de Buenos Aires, con su histórico aunque ya no hegemónico puerto, sigue concentrando la riqueza económica, política y cultural del país.

En el Gran Buenos Aires, en tanto, se concentra el mayor polo industrial y económico de la Argentina. Todo lo cual le da fundamento a aquel famoso dicho según el cual “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires”.

El desequilibrio expresado en el país macrocefálico es herencia española, que la nación independiente no ha podido o no ha querido corregir. Los conquistadores españoles estructuraron su dominio con eje en el Río de la Plata, siendo el puerto de Buenos Aires el sitio donde convergía la riqueza del territorio, con destino a la metrópoli.

El esquema colonial se consolidó pese al proceso de autonomía iniciado en 1810, como lo ha explicado entre nosotros Olegario Víctor Andrade: “Derrocado en 1810 el régimen metropolitano y devuelta la soberanía política del país al pueblo de las provincias, Buenos Aires se erigió de hecho en Metrópoli territorial monopolizando como ha dicho el señor Alberdi en nombre de la República independiente, el comercio, la navegación y el gobierno general del país, por el mismo método que había empleado España.   (...) En vez del coloniaje extranjero y monárquico, tuvimos desde 1810 el coloniaje doméstico y republicano”.

A partir de 1862, cuando las fuerzas de Bartolomé Mitre ganaron la guerra civil, tras la batalla de Pavón, se consolidó como un país unitario y nunca dejó de serlo. La fuerza cultural y económica de Buenos Aires se impuso, así, al resto del país interior, instalando una geografía política que nada tiene que ver con la retórica federalista enunciada por la Constitución.

El miércoles 16 de abril de 1986, 33 años atrás, el presidente Alfonsín anunció el proyecto más audaz y reivindicativo del que los argentinos tengamos memoria. La convocatoria para marchar “Hacia el mar, hacia el sur, hacia el frío” no era una sencilla reivindicación para la Patagonia, lejana y despoblada, revelaba el nudo gordiano de un debate que debemos darnos, el de la Argentina macrocefálica, de la lucha por el federalismo, por la descentralización.

Grandes centros urbanos, densamente poblados, cosmopolitas, económicamente activos, gratos para las inversiones y el clima de negocios. Y frente a esas grandes ciudades concentradoras de poder político y económico, otra realidad, ¿ la otra Argentina?

Es imprescindible revisar el actual esquema macrocefálico que determina una inequitativa convivencia entre la Argentina urbana y moderna y la otra, despoblada y de escaso interés para las inversiones.

El Plan Patagonia del gobierno de Raúl Alfonsín podría adolecer de algún nivel de desactualización, no obstante, el concepto primigenio sobre el que se desarrolla la propuesta de corregir el crecimiento desarmónico del país, persiste.


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