Editorial

Del discurso autorreferencial de Cristina al cuento infantil de Macri


Ejercer el poder produce desgaste y los presidentes y sus gobiernos suelen sufrir caídas estrepitosas en la percepción de su imagen positiva por parte de la opinión pública. Cursando su tercer año al frente de la Casa Rosada, Mauricio Macri no es la excepción. Tarifazos, inflación, dólar, déficit, FMI y tantos infortunios de este último medio año de gestión enturbiaron la visión optimista que creció tras los comicios de octubre de 2017. Basta un dato para corroborarlo: la imagen positiva del presidente cayó a 44 por ciento en diciembre, y a 35 en abril, habiendo partido de un 53 por ciento de aceptación en octubre, cuando Cambiemos ganó las legislativas.

En el Gobierno, fieles al optimismo exacerbado que los caracteriza, prefieren mirar el lado lleno del vaso. Afirman que Macri aún mantiene una alta imagen positiva en relación con el resto de los presidentes de Latinoamérica (vaya consuelo, como si incidiera ello en el devenir político nacional) y destacan como algo normal que se produzca esa baja ante medidas antipáticas. Cierto es, y es válido de señalar, que la oposición aún no logra capitalizar claramente esta caída.

Así, minimizan la medición como algo del momento, un mal humor de corto plazo, alentados por la experiencia: lo mismo -dicen- le sucedió hace un año, tras los tarifazos energéticos y finalmente ganó las elecciones.

Es verdad. Pero no menos cierto es que en lo que queda de 2018 seguirán las malas noticias por la continuidad del plan de cambios estructurales, más la indomable inflación. Es decir, que se presume que el descontento continuará y, en consecuencia, la imagen positiva del Gobierno seguirá cayendo.

La clave para que esta relación directamente proporcional entre descontento e imagen positiva (entendida como aprobación de la gestión y traslado a las urnas) no haga estragos en la credibilidad de la gestión será la forma en que se comuniquen las medidas y se administren la crítica y el rechazo. Y es ahí donde este Gobierno hace agua, por todos lados.

Mucho se ha dicho sobre las debilidades de la comunicación macrista para explicar y sostener medidas dramáticas, empezando por el error que se constituyó como piedra angular de una comunicación siempre fallida: no haber trasmitido de entrada y sin reservas la hecatombe heredada del kirchnerismo, que minó el camino hacia adelante.

Otros identifican el problema en la falta de un “relato M”. Vale aclarar que no se trata de pensar al relato político como una ficción. O peor aún, como una explicación desmesurada de lo absoluto, que no deje lugar a la disidencia y pida adhesiones incondicionales, tal como desplegó el gobierno anterior. Lo que se le pide al macrismo es comunicar su visión de país de largo y mediano plazo, un plan que especifique el rumbo, con la dosis de mística que eso conlleva. Al mismo tiempo, que lleve certezas hacia allí donde el dinero grande se mueve para que puedan surgir inversiones y también a las economías domésticas, para que hagan sus previsiones. En fin, no tropezar otra vez con la misma piedra de minimizar y ocultar información -como sucedió con “la pesada herencia” no explicada- y hablar con sinceridad del actual estado de cosas y de todo lo duro que vendrá.

Lo cierto es que el Gobierno tiene problemas para comunicar la crisis. ¡Basta de ningunearla llamándola “tormenta”! No decir la verdad -de parte de una gestión que juró hacerlo- es terriblemente nocivo para la sociedad; nos deja con la sensación de estar siendo burlados (porque lo que no se dice, de todos modos se percibe) y, lo que es peor, lleva a que muchos no tomen real conciencia de los esfuerzos por venir.

El macrismo tiene dificultad para distinguir entre comunicación de campaña de la de gestión; gran parte del problema está en la amalgama que se hace entre las dos, que en realidad son bien distintas. Si hay algo en lo que el Gobierno de Cambiemos resultó eficaz es en construir un discurso negativo del pasado centrado en el kirchnerismo. Que haya habido cambios positivos en la comunicación presidencial, como el no abuso de las cadenas nacionales, la realización de conferencias de prensa y las entrevistas, le ha dado un toque de seriedad y formalidad muy importante. También es valorado que Macri no tenga la vocación autorreferencial de victimización permanente de los tiempos de Cristina. Si “yo” era la palabra más usada, ahora lo son equipo, argentinos o nosotros. Pero esas son formas, mientras que el fondo, que es el mensaje, no está siendo efectivo. Y lo decimos a la luz de dos cuestiones: la primera, que la verborragia optimista del emisor no se transfiere al receptor; la segunda, seguimos sin saber el plan para combatir una crisis que no es siquiera mencionada como tal.   

Transmitir decisiones en política económica no es sencillo, partiendo de la base que siempre son malas noticias. Pero caer en la simplificación infantil de decir que estamos atravesando una tormenta y que ya va a pasar, como si se tratara de un padre calmando a su hijo asustado por los truenos, es lamentable. Hay que hacer docencia y, en términos llanos, explicar lo que se pretende hacer. Dujovne lo hace, pero cuando toman el micrófono Peña o Macri, todo se reduce a un relato infantil. Realizar un trabajo informativo para explicar los motivos y objetivos de una medida y la proyección social de su impacto, además de ser una buena comunicación para la sociedad, haría que no se instale la opinión de la oposición como dominante en la retórica ciudadana.

La conferencia de prensa del miércoles fue un episodio más de la política comunicacional macrista: mensajes épicos, optimismo extremo, argumentos “descremados” y ningún anuncio. Nada de utilidad para el argentino de todas las clases sociales que, cada uno con sus necesidades particulares, esperaba escuchar del presidente un plan certero, un paquete de medidas, algo que permita inferir que este gobierno sabe para dónde está yendo.

¡Ah, cierto! Macri sí hizo un anuncio: que “en 2019 la inflación bajará más de 10 puntos”. Definitivamente, el hombre es el único animal que tropieza dos veces (diríamos tres o cuatro) con la misma piedra. Para anuncios como este, mejor llamarse a silencio.


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