Editorial

Divididos y arruinados


Después de una tregua tras las agresivas campañas electorales y luego de que en el Congreso se lograran ciertos acuerdos en el comienzo de la gestión de Alberto Fernández, la cuerda se volvió a tensar en varias oportunidades.

De las primeras aprobaciones de la oposición a las diferentes leyes que presentó el oficialismo, transcurrieron unos cuantos meses. Hasta los decretos tuvieron el respaldo del bloque de Juntos por el Cambio.

Pero la concordia se agotó en poco tiempo. Particularmente, desde que el coronavirus empezó a dividir las aguas, a pesar de las reiteradas conferencias de prensa que ofrecieron en conjunto el presidente Fernández, Kicillof y Rodríguez Larreta.

Pasaron más de 200 días desde el primer anuncio conjunto. En el medio, hubo situaciones conflictivas que patearon el tablero. Desde el amiguismo de Fernández a Larreta, hasta la sorpresiva baja de coparticipación a la Ciudad para favorecer a la Provincia, la relación tripartita ya no fue la misma. Los actores quisieron maquillar los gestos, pero no convencieron a nadie.

Las coincidencias que se dieron al principio se transformaron en reproches, no tanto por la estrategia aplicada por el Gobierno sino por las declaraciones y acusaciones cruzadas que se dieron con frecuencia. Hoy, con el diario del lunes y a la luz de los hechos, podemos ver que era vacuo pretender acusar a una persona, una acción o incluso a todo un distrito de fagocitar la transmisión del virus, del mismo modo que fue un fiasco y una actitud de mal gusto cuando Fernández hablaba de “éxito” al comparar los números de Argentina con los de otros países. Realmente, si algún residente o dirigente de aquellas naciones se acuerda de lo que decía nuestro presidente, hoy se debe estar literalmente retorciendo de la risa. Del mismo modo que más de un funcionario argentino lo hizo en sorna en aquel momento, montado sobre un exacerbado exitismo, que ni siquiera llegó a ser éxito. 

Muchas veces se disparó con munición gruesa, en especial cuando los que se expresaban no medían las consecuencias de sus mensajes. Y en ese sentido hubo muchos agravios de los que están, destinados a los que estuvieron. Pero no solo eso sino que tampoco se quedaron atrás las réplicas de los que hoy no gobiernan contra los actuales funcionarios, de cualquier tipo de rango.

Lamentablemente, ese tipo de situaciones dejan en un segundo plano a un tema que en su momento todos juzgaron como prioritario: el de la salud.

Se actuó con firmeza desde que se manifestaron los primeros casos y hasta que las cifras empezaron a crecer reinó la armonía entre todos los sectores de la política.

Pero a medida que la economía pasó a instalarse como una preocupación, ya no fueron coincidentes las apreciaciones. Resultó suficiente que de uno de los dos lados -no importa de cuál- se encienda la mecha para que explote el polvorín. Que si hubiese estado Macri en el poder las consecuencias serían desastrosas. Que los científicos y asesores de Fernández no aportaron soluciones efectivas. Que el gobierno bonaerense de Kicillof no tomó los recaudos necesarios. Que algo similar ocurrió con la estrategia de Larreta.

Rodríguez Larreta y Kicillof durante bastante tiempo no se pusieron de acuerdo. Desde la Gobernación se le exigió en algún momento un comportamiento responsable a los porteños en temas sensibles.

Sin embargo, una vez que el panorama se complicó y los casos aumentaron de manera considerable, surgieron algunos entendimientos, pero en definitiva hubo solo algunas coincidencias a la hora de ponerse firmes.

En ese aspecto, siempre queda flotando la sensación que cada uno quiere llevar agua para su molino, en una época en que tendría que imperar la cordura por sobre el interés de cualquier funcionario.

No quedan dudas que la grieta se profundizó en los últimos tiempos. Sentarse frente a un televisor y comprobar las declaraciones de unos y otros es suficiente como para asegurar que las diferencias son cada día mayores.

Siempre hay motivos para que eso suceda. Ultimamente, la toma de tierras, sin duda, fue otro de los factores que dividió las aguas, pero no solamente entre quienes están caminando por una vereda y quienes lo hacen por la otra. Dentro de los mismos espacios, las posturas están divididas. O en todo caso, ni siquiera existen los pronunciamientos. Tampoco se responden los pedidos de informes.

Las discusiones son moneda corriente. Se alzan las voces con tal de imponer el concepto que se pretende sobre un tema que habitualmente tiene dos miradas opuestas.

Esa no es la forma lógica de intentar la reconstrucción de un país que hoy se ve seriamente amenazado por una crisis que ciertos analistas comparan de forma insistente con la de 2001 y otros van aun más lejos para ubicarla a la misma altura de la del ‘30.

El tema económico y sus interminables vaivenes, hoy está prácticamente en un plano de igualdad con el sanitario. Obviamente, son totalmente opuestas las sensaciones, pero las dos son igualmente complejas.

La falta de acuerdos no conduce a ninguna parte. O tal vez, si se prefiere, suele llevar a los pueblos a una situación no deseable para la ciudadanía, algo que deberían tener más en cuenta quienes nos gobiernan. Sean del color o del signo político que fuesen. Argentina necesita, desde hace mucho tiempo, barajar y dar de nuevo. ¿Alguna vez se entenderá que es la única salida para que volvamos a ser respetados en el mundo por ser un país ordenado y previsible?


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