Editorial

Dos crisis se superponen y el colapso parece inevitable


No hay forma de ser optimistas en la Argentina porque no hay ninguna radiografía que sea alentadora. Mientras la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense asisten a un aumento sustancial de los casos de coronavirus, la economía que estaba paralizada desde el 20 de marzo no parece estar en condiciones de soportar un nuevo freno sin estallar.

Antes de la pandemia del coronavirus, al menos cuatro de cada 10 argentinos vivían en una situación de pobreza, una cifra preocupante entonces y que ha crecido notoriamente después de la paralización de la actividad económica, aunque los números no son concretos.

La asistencia social que está brindando el Gobierno a los sectores de mayor vulnerabilidad, solo puede maquillar una realidad que ya nadie puede desconocer y que va en aumento a medida que las empresas cierran sus puertas y aumentan la cantidad de desempleados/asistidos.

El aislamiento social, que ya superó el centenar de días, resquebrajó muchas estructuras, hasta virtualmente derrumbarlas. No existe sociedad en el mundo que pueda sostenerse por más de cuatro meses sin producir en función de su capacidad instalada, ni Estado que pueda evitar ese colapso.

La batalla para tratar de evitar la propagación del virus, que dio resultados satisfactorios durante un buen tiempo, hoy muestra algunos flancos débiles, obviamente aprovechados por la pandemia, que está golpeando con fuerza en diferentes regiones, pero especialmente en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires, causando miles de contagios diarios y una cantidad de muertes impensada hasta poco tiempo atrás.

La emergencia sanitaria declarada en marzo actuó como el cuento de Pedro y el lobo: ante la primera advertencia, aceptación y acatamiento total; la higiene personal y el aislamiento eran rituales insoslayables, mientras que la actividad económica admitía que por ello era menester un paréntesis. Luego se sucedieron uno a uno los anuncios y nuevas advertencias de que lo peor estaba por llegar y no ocurría. Hasta que cuando finalmente el pico (el “lobo”) llegó, ya se había diluido el esfuerzo por cuidarnos y las empresas ya no aguantaron más la parálisis.

Al pensar de algunos analistas (con “el diario del lunes” en la mano, claro), las autoridades nacionales cometieron un gran error al cerrar y paralizar todo cuando no había que cerrarlo y ahora en el momento más peligroso, cuando el aislamiento es necesario, no saben qué hacer. Porque si no abren y permiten trabajar –dicen- se vendrá una hecatombe que puede desencadenar en una situación social asemejable a una guerra.

Acertados o errados, tras cuatro meses de caída letal de la producción y el consumo, lo que se viene ahora es un horror tanto en salud como en economía.

Ahora, a la indiscutida búsqueda de mejorar las defensas del sistema de salud ante el avance del coronavirus, le sucederá una dramática crisis, que desde el Gobierno se intenta minimizar con los mensajes optimistas, que de todos modos, no transmiten confianza.

La cuarentena estricta, que se extenderá hasta el próximo 17 de julio, parece no haber respondido a las expectativas sanitarias, aunque vale la pena aclarar que el brusco descenso de las temperaturas atentó contras las buenas intenciones.

Las últimas mediciones económicas son definitivamente alarmantes. Las caídas se advierten claramente en todos los sectores de acuerdo con esas estadísticas, que son aceptadas por el propio Gobierno.

Los subsidios públicos deben interpretarse como un parche, que no alcanzan a cubrir las necesidades elementales para sus destinatarios, que por estos tiempos intentan sobrevivir con dignidad.

Hoy, millones de personas están aguardando el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) como un sorbo de agua en el medio del desierto. Esos 10.000 pesos, que se vienen otorgando desde abril, tienen un valor mínimo y casi insignificante para contribuir a las economías familiares. Más lamentable que esta realidad, es lo que el IFE graficó con crudeza: 5.4 millones de personas lo solicitaron, siendo la Población Económicamente Activa (PEA) de Argentina de 13.4 millones. Es decir que más de un tercio de las personas que podrían estar trabajando o dando trabajo  e incrementando el PBI argentino, vive de la asistencia estatal.

La mayor preocupación hoy no es diferente a la que se viene manifestando desde que se ordenó la primera cuarentena, en el ya lejano mes de marzo. La gente quiere trabajar, pero esa necesidad solo encuentra respuestas favorables en algunos sectores, que pudieron retomar sus actividades. Otros, en cambio, siguen implorando por las reaperturas de sus comercios, aunque a esta altura de las circunstancias ya es muy problemático que se recuperen.

Así las cosas, el panorama es bastante de-salentador como para ilusionarnos con una reactivación en el corto o aún en el mediano plazo.

Mientras tanto, sigue avanzando la cuenta regresiva hacia el 17 de julio, pero nadie está en condiciones de garantizar que luego de esa fecha se pueda comenzar a transitar la “nueva normalidad”.

Es una de las tantas preguntas que se realizan por estas horas, especialmente en los dos centros donde se registran los mayores focos, que son el Gran Buenos Aires y Capital Federal.

Kicillof y Larreta, cada uno a su turno, reconocieron que podría disponerse una medida no tan estricta como la que estará vigente hasta dentro de poco más de una semana, aun cuando íntimamente reconozcan que asumirán un riesgo que hoy es impredecible. A propósito de ello, y en función de que no podremos vivir aislados para siempre, es momento que las autoridades políticas y sanitarias transmitan a la población un mensaje más claro de lo que implica convivir con un virus que llegó para quedarse, como tantos otros que padece la humanidad. Lo primero es decir claramente que no existe cosa tal como “Casos 0 de Covid”; es decir que llegará el momento de que dejemos de contar los muertos uno  a uno y asumamos que tenemos que volver a nuestras rutinas mientras habrá gente que se seguirá enfermando y muriendo de Covid (como muere de gripe A, influenza, Sida, neumonía,  meningitis, por citar algunas patologías virales). Solo siendo claros en este sentido con la sociedad, las autoridades podrán poner un “hasta aquí” a la cuarentena sin que al día siguiente les “carguen” el primer muerto de la jornada a esa decisión. Al fin, más que el colapso del sistema sanitario, lo que más atemoriza a las autoridades argentinas de cada distrito -presidente, gobernadores, intendentes- es “cargar” con un muerto; es lo que todo político argentino siempre quiere evitar.


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