Editorial

Ecos del conflicto chileno y el germen contra la libertad de prensa


El lunes la ciudad de Buenos Aires tuvo una réplica en miniatura de la protesta social que se vive en Chile, donde la sociedad salió a las calles para reclamar por el incremento en la tarifa del subterráneo y las profundas desigualdades sociales que afectan al país vecino. Las puertas del Consulado chileno en Argentina fueron el epicentro de lo que comenzó siendo una movilización pacífica para mostrar el descontento de inmigrantes del país trasandino y solidaridad para con sus coterráneos terminó desvirtuándose con desmanes, destrozos y una agresión violenta a los trabajadores de prensa que cubrían la marcha. Camarógrafos y periodistas fueron blanco de insultos y destrato. Se arrebataron cámaras y con ellas el registro  fílmico de lo que allí estaba ocurriendo y periodistas de distintos medios resultaron lesionados. A ello hay que sumarle los cánticos en tono insultante que propinaron a cronistas de distintas señales fundamentalmente televisivas que no estaban haciendo otra cosa que su trabajo.

Lo ocurrido representa en sí mismo un contrasentido. La arenga: “La prensa burguesa no nos interesa” que se escuchaba a viva voz en el intento de silenciar la voz de los trabajadores de prensa, no hicieron sino atentar contra el verdadero cometido de la marcha que era precisamente a través de la red de medios de comunicación dar visibilidad a un reclamo legítimo de solidaridad por la situación que se vive en Chile, donde el gobierno de Sebastián Piñera decretó el toque de queda y la emergencia, como si la geografía vecina viviera en un estado de guerra.

Los desmanes y la agresión desmedida a periodistas en pleno corazón de Buenos Aires es también una señal clara de la intolerancia. Supuestos grupos de izquierda radicalizados se infiltraron en la marcha para desvirtuar su esencia y a la luz del triste saldo contra la prensa argentina parecen haber logrado su objetivo. Resulta inentendible e inaceptable que quienes acuden para cubrir periodísticamente un hecho que merece ser registrado resulten agredidos bajo el argumento que responden a intereses de corporaciones de medios que poco tienen que ver con lo que hace en la calle un trabajador de la prensa.

Lamentablemente más de lo que se piensa los atentados contra la libertad de expresión y las agresiones a periodistas de han vuelto una constante no solo en el conflicto chileno sino en gran parte de la protesta social de una América Latina convulsionada y atravesada por crisis estructurales y profundas en las cuales se pierde de vista que los medios de comunicación representan una ventana que visibilizar lo que el poder muchas veces se empeña en ocultar.

El germen de la violencia está presente en muchas de las manifestaciones públicas, quizás porque está vivo en grupos que se valen de las ideologías y de lo que les pasa a los pueblos para cumplir un rol tan nocivo como peligroso.

El dicho popular conocido de que “la violencia engendra violencia” devuelve una realidad tangible en pueblos castigados y daña no solo el tejido social sino la esencia misma de la democracia porque agrediendo a periodistas y vulnerando la libertad de expresión ninguna protesta se vive en paz. No hay que olvidar que los trabajadores de prensa no son sino eso: trabajadores que están a la par muchas veces de las mismas realidades que cuentan, no del lado del poder de los medios a los cuales representan. Olvidar esto es vulnerar un derecho vital de la vida en democracia y cercenar una libertad ya condicionada, volviendo cualquier expresión de la protesta social funcional al mismo poder contra el que se pretende reclamar. Los repudios por lo ocurrido en las puertas del consultado chileno contra periodistas y trabajadores de distintos medios de comunicación han sido generalizados. Lo sucedió debe encender una señal de alerta porque en tiempos de enorme vulnerabilidad para la Patria grande que representa América Latina los atentados a la libertad de prensa toman una escalada que no se detiene y por espasmo suelen ser imitados, con los riesgos que ello implica en democracias lesionadas por la intolerancia y en sociedades dónde parece estar inhabilitado el diálogo y el respeto por la opinión del otro. Llaves para construir cualquier convivencia pacífica. El espejo de América Latina debe servir para adoptar enseñanzas porque las sociedades maduras no se construyen sobre la base de la violencia, sino de la expresión sana y plural de las ideas. Lo demás es la barbarie, que muchas veces se vale de la protesta social legítima para mostrar la peor cara de un mundo afectado no solo por desigualdades económicas y tempestades políticas, sino sumido en una profunda crisis de valores donde la libertad es la que intenta ser silenciada.


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