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La pandemia desnudó desigualdades en múltiples dimensiones de la vida social. Y el aspecto educativo no fue la excepción. Se estima que la creciente brecha educativa causará un daño devastador en términos de desigualdad y crecimiento económico en los próximos años, lo que representa una señal de advertencia que debiera ser oída por quienes tienen responsabilidades en el delineamiento de las políticas públicas.
Un estudio reciente revela que la emergencia sanitaria desatada por la Covid-19 pone a América Latina en grave riesgo de perder los avances que la región ha logrado en las últimas décadas en materia educativa. Según la Unicef, el 97 por ciento de los niños se encuentran fuera de las aulas en una zona del mundo donde la movilidad social proveniente de la educación ya es baja, y donde la igualdad de oportunidades es cada vez más difícil de lograr. Lo que sucede en términos de exclusión amenaza con retrotraer los logros educativos a los obtenidos en la década de 1960.
Esta información que es difundida apenas como un dato más de los tantos que surgen de estudios e investigaciones que se han impulsado desde el inicio de la pandemia, puede tener consecuencias devastadoras no solo para los niños directamente afectados- algo trágico e irreparable- sino para el futuro de América Latina que podría sufrir pérdidas en el crecimiento. Porque lo que se pierde cuando se deja de asegurar el acceso a la educación es capital humano. Y esto supone un daño que afecta a todos, pero fundamentalmente a aquellos que provienen de sectores vulnerables.
Si bien es cierto que las escuelas cierran sus puertas a los estudiantes sin discriminar realidades socioeconómicas, la capacidad de adaptación de cada uno de ellos y de cada sociedad frente al mismo hecho, no es la misma. Porque tampoco son iguales las posibilidades de acceso a recursos para asegurar la transmisión y construcción de conocimientos fuera de las aulas. Lo sucedido en Argentina en el ciclo lectivo 2020, solo por poner un ejemplo, es una clara muestra de que seguir aprendiendo depende de algo más que de la buena voluntad de docentes y familias. El proceso compromete otros recursos tecnológicos y humanos que no siempre están al alcance de todos.
Son varios los estudios que confirman que los padres con educación superior tienen mejor acceso a Internet y cuentan con dispositivos tecnológicos y habilidades necesarias para apoyar la educación en el hogar. Las mismas investigaciones refieren que por el contrario, los niños que viven en hogares con padres con bajos niveles de educación, parten en condiciones de desigualdad estructural y experimentan dificultades, cuando no imposibilidades, para continuar su educación fuera del aula, a pesar de todos los esfuerzos.
Por consecuencia hay niños que terminarán con niveles más bajos de aprendizaje y muchos abandonarán la escuela por completo. Lo que dará por resultado una menor movilidad social y una mayor desigualdad de oportunidades en el futuro.
Con un fuerte señalamiento brindado por datos que surgen de la misma práctica educativa, los gobiernos de la región han implementado una serie de medidas, cuya escala varía significativamente. Algunos implementaron programas de apoyo para asegurar el acceso a los contenidos de aquellos chicos que experimentaron dificultades para cumplir con la currícula establecida. Pero estas políticas fueron de coyuntura y no alcanzaron para repensar la escuela. Como suele suceder en estas contingencias, las acciones de mitigación no resultan suficientes. Muchos chicos perdieron contacto con la escuela y no lo retomarán fácilmente- incluso si regresa la presencialidad- Las tasas de aprendizaje bajaron drásticamente en distintas geografías de la región y esto agravó la desigualdad.
Algunas proyecciones publicadas en el sitio Universidades Hoy- donde se rescata la voz de especialistas en educación sobre distintos temas- estiman que la probabilidad de que los estudiantes completen la educación secundaria en América Latina pronto podría caer de un 61% a un 46%. Y este promedio esconde notables diferencias entre países y grupos socioeconómicos. Lo que refieren los datos estadísticos es que la brecha en la probabilidad de completar la escuela secundaria entre los niños de familias con bajo nivel educativo y aquellos de familias con alto nivel educativo, que ya era alta antes de la pandemia, podría aumentar significativamente.
Frente a esto aparece el interrogante con respecto a qué hacer frente al aumento tan dramático de la desigualdad.
Con un escenario incierto desde el punto de vista sanitario, es activa la tarea de los gobiernos en pos de suavizar este impacto negativo del cierre de las escuelas. Con una fuerte presión de los padres para volver a la presencialidad y una oposición de los sindicatos a hacerlo si las condiciones sanitarias no están dadas, la política educativa por lo menos de Argentina se debate en la incertidumbre.
En la región, los gobiernos están experimentando diversas formas de reabrirlas que son prudentes desde el punto de vista epidemiológico.
Ahora bien, la reapertura de las escuelas no será la única acción a poner en marcha. El desafío en materia educativa en la post pandemia será titánico. Será necesario compensar las pérdidas aumentando tanto la cantidad como la calidad del tiempo de aprendizaje y los sistemas escolares estarán llamados a reconfigurarse.
Volver a pensar la escuela será condición indispensable para salvar la brecha, para achicarla, para volver a incluir a quienes han sido excluidos. Y para barajar y dar de nuevo, como en tantas otras dimensiones de la vida social, haciendo de la igualdad de oportunidades la bandera, para que de una vez por toda de la crisis surja la oportunidad, y esta vez sí Argentina y la región recuperen la senda de hacer de la educación la llave de la movilidad social para que las pérdidas en términos educativos, sociales, económicos y políticos no sean tan irreparables.
