Editorial

El alto costo de no escuchar a la ciencia


La dramática dispersión de los focos de contagio del nuevo coronavirus en todo el mundo sacó a la luz una extensa lista de documentos e informes científicos que, con mucha precisión y desde hace varios años, alertaban sobre la necesidad de estar preparados para una emergencia como la que hoy tiene en vilo al planeta. Por eso, una de las enseñanzas más importantes que deja esta pandemia, es que subestimar el trabajo de los científicos puede tener un costo muy alto.

Uno de los primeros trabajos científicos que puso la lupa sobre el problema del pasaje de virus de animales a humanos es del año 2007 y fue elaborado por investigadores de la prestigiosa Universidad de Hong Kong. Se trata del artículo titulado “Coronavirus del síndrome respiratorio agudo severo como agente de infección emergente y reemergente”, que fue publicado hace 13 años en la revista académica Clinical Microbiology Reviews. Allí se advertía, con asombrosa anticipación, sobre “la presencia de un gran reservorio de virus similares al Sars-CoV en los murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos del sur de China, es una bomba de relojería”. Más adelante, alertaba también que “la posibilidad del resurgimiento del Sars causado por otros nuevos virus de animales no debe ser pasada por alto, por lo tanto, es una necesidad estar preparados”.

Al año siguiente, en noviembre de 2008, el gobierno de los Estados Unidos recibió un informe titulado “Tendencias mundiales 2025: un mundo transformado”, preparado por el Consejo Nacional de Inteligencia cuyo contenido se encuentra actualmente desclasificado y puede accederse en Internet con una simple búsqueda en Google. El documento, de 120 páginas, advertía sobre “la aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global”.

A la larga lista de advertencias se suman otros trabajos del experto en virología molecular y jefe de investigación del Departamento de Microbiología Médica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, en Holanda, quien junto a sus colegas Johan Neyts, Rolf Hilgenfeld y Frank van Kuppeveld venían alertando sobre los peligros de este tipo de virus. Pero ninguna personalidad, con poder de decisión, escuchó las advertencias, como lamentablemente nadie en estos días toma en serio las alertas de la comunidad científica sobre la crisis sin precedentes que enfrenta el mundo la destrucción de la biodiversidad en el planeta.

Para cualquier argentino, puede parecer que todo esto es un tema que poco afecta a sus intereses, a su seguridad o a la salud de sus seres queridos. Pero lo mismo podía afirmar hace apenas unas pocas semanas si alguien planteaba que había que estar atentos porque un extraño virus provocaba estragos en una remota ciudad china. Sin embargo, ese virus hoy está no solo en el área metropolitana de Buenos Aires, sino también en  algunas localidades del interior que no tiene vuelos directos con China y están a miles de kilómetros del gigante asiático.

Hoy la ciencia tiene mucho para decir, y lo más saludable que se puede hacer es escuchar a los que saben y dejar de prestar atención a charlatanes de toda laya y calibre.

Todos los días, a toda hora, aparecen “opinólogos” compulsivos que pretenden cautivar a una audiencia con sus aparentes sólidos conocimientos. Apenas un puñado de profesionales capacitados, cautos por la sencilla razón de que se está enfrentando a un enemigo del que es más lo que se desconoce que lo que se sabe, son los que pueden echar algo de luz en este laberinto. El resto es marketing barato, personajes de cotillón que necesitan sumar minutos al aire o en las redes sociales. Los científicos son los que saben y los que nos aconsejan tener cuidado cuando hay enfrente un riesgo.

No hacerle caso a la ciencia llevó al mundo a esta pandemia y encima hay líderes mundiales que siguen subestimando la labor científica y  las advertencias. Los presidentes de Estados Unidos y de Brasil son los ejemplos más claros de lo nefasto que puede ser un dirigente cuando toma malas decisiones al anteponer una línea de pensamiento que no posa la prioridad en el bienestar sanitario de su comunidad.

Ahora lo que resta es entregarse por completo a la ciencia, a esas mujeres y hombres diseminados por el mundo que no descansan en la búsqueda de soluciones ante este terrible flagelo que nos golpea y nos muestra cuán vulnerable es el mundo que pensábamos conocer y tener controlado.

La sugerencia, pues, es posar nuestra esperanza en los que saben, hacerle caso a la ciencia y una vez que se salga de este brete, con el resultado que fuese, aprender definitivamente de los errores del pasado, con la premisa de que ante un alerta de catástrofe, lejos de mirar para otro lado, hay que comenzar a prepararse para que, cuando llegue, nos encuentre, como humanidad, lo mejor parados posible.


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