Editorial

El coronavirus como espejo para predecir la amenaza de próximas pandemias


Cuando aún no se ha podido resolver la pandemia de coronavirus, son varias las voces de especialistas que aventuran que las emergencias de tipo sanitarias serán la moneda corriente del tiempo por venir y advierten que el mundo deberá prepararse y desplegar estrategias apropiadas para abordarlas a escala global. Con poco optimismo, y sobre el basamento de estimaciones científicas, encienden luces de alerta y ponen la mirada sobre el comportamiento de las sociedades en su interacción con los animales, planteando que las zoonosis podrán desatar nuevas pandemias. De la mano de ello, varios tienen una visión crítica de los modelos de producción y analizan variables que intervienen en la propagación de las enfermedades. En el mismo sentido plantean que no se trata de buscar respuestas en una bola de cristal, sino de apelar al conocimiento científico y a la modificación de mecanismos de producción como la llave para controlar problemas sanitarios que pueden volver a poner en jaque al mundo.

Desde hace mucho tiempo la atención de muchos científicos está puesta en los virus. De hecho en 1988 fue el biólogo molecular y premio Nobel Joshua Lederberg quien señaló que “la mayor amenaza para la continuidad de nuestro dominio sobre el planeta es un virus”. Y la predicción tardó 32 años en cumplirse. La irrupción del nuevo coronavirus con su capacidad de mutar y poner de rodillas al mundo cumplió la predicción que no estaba sustentada en especulaciones ilusorias, sino en indicadores ciertos: vivimos en un mundo globalizado, donde despertarse en Hong Kong y cenar en Buenos Aires es, para muchos, el pan de cada día. Esto facilita la rápida diseminación de enfermedades infecciosas, permitiendo que en cuestión de horas salten de un continente a otro. Por otro lado, la gran densidad de población de algunas ciudades facilita incluso más su propagación local y el contacto cercano con animales, ya sea salvajes o domésticos, propicia que uno de sus patógenos pueda acabar adaptándose y alcanzando a los humanos.

Del mismo modo, varios informes de diversos grupos de investigación alrededor del mundo destacaban el papel que juega la destrucción de la biodiversidad en las pandemias y ofrecían diversas recomendaciones para tomar medidas preventivas y evitar una pandemia. Por citar un ejemplo, bajo el título ¿de dónde llegará la próxima pandemia? Los científicos de Reino Unido, India y Etiopía dirigidos por la Universidad de Sydney han analizado dónde se producen las interacciones entre los humanos y la vida salvaje, los sistemas de salud deficientes y el tránsito aéreo de todo el mundo para calcular el riesgo de contagio y propagación de un teórico futuro virus.

Según este estudio, las áreas que muestran un alto grado de presión humana sobre la vida salvaje también contenían más del 40% de las ciudades más conectadas del mundo en zonas de probable propagación. Además, entre el 14 y el 20% de las ciudades más conectadas del mundo con riesgo de propagación, se sumaba el riesgo de disponer de una infraestructura de salud deficiente, lo que provocaría la falta de detección de posibles amenazas víricas y por tanto el aumento de la posibilidad de que acabe derivando en una epidemia global.

Uniendo estas piezas parecía evidente que antes o después ocurriría una zoonosis y con ella una emergencia sanitaria de escala mundial como la que el mundo está experimentando. Y a la luz del modo en que se vive nada hace suponer que será la última.

Desde hace tiempo la Organización Mundial de la Salud llama “enfermedad x” a las potenciales pandemias. Y sabe que ocurrirán más temprano que tarde si no se producen profundas transformaciones en el modo de producir y de interactuar.

Pero frente a lo ocurrido con el coronavirus – que lejos está de haber terminado- el interrogante que surge es si el mundo será capaz de tomar los aprendizajes necesarios para hacer frente a la próxima pandemia.

Los expertos consideran que las posibilidades de respuesta dependerán en buena parte de las medidas de vigilancia epidemiológica que puedan establecerse a escala planetaria, pero también del conocimiento. Y en la historia reciente hay ejemplos claros de cómo el estado de progreso científico puede ser determinante para enfrentarse a una pandemia, alcanza solo con observar lo ocurrido en la lucha contra el HIV. También con mirar la denodada batalla que la ciencia ha dado para brindar respuestas contra el ébola y para enfrentar otras catástrofes sanitarias en distintas partes del mundo. Y lo que cada uno de los modelos implementados muestra pone de relieve el valor del saber que pueda ir construyéndose para ganar la carrera contra el tiempo que juega un papel preponderante y repercute en vidas salvadas.

El coronavirus, más allá de las mezquindades que mostró de parte de la política de varios países, a nivel científico mostró una experiencia de colaboración público privada sin precedentes en la historia. Lo que hace suponer que la cooperación en términos de conocimiento resultará clave para predecir escenarios futuros y abordarlos con previsión y eficacia.

Y aparece aquí otro factor clave al momento de pensar las chances de éxito que tendrán los países frente a la amenaza: la desigualdad. Toda la evidencia científica disponible muestra de manera clara que las zonas con mayor riesgo están en países subdesarrollados o en vías de desarrollo. También en aquellos con modelos de desarrollo poco sostenibles, que representan una amenaza cierta de cara al futuro.

Y frente a ello lo que se impone es la definición de políticas globales que no descuiden la solidaridad entre las naciones y que promuevan modelos de vida sustentables. Algo que parece una utopía en el escenario geopolítico actual.

Sin embargo, como señalan varios expertos “aunque sería muy costoso mejorar la conservación del hábitat y los sistemas de salud, así como la vigilancia en los aeropuertos como última línea de defensa, el beneficio en términos de protección contra pandemias futuras superarían los costos”.

Prevenir, avanzar en la investigación científica y montar dispositivos globales de alerta y abordaje de posibles pandemias y fortalecer las inversiones en sanidad parecen ser partes vitales de la titánica tarea.


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