Editorial

El escrache, un mensaje que expresa el disvalor por los líderes y las instituciones


El escrache sufrido por el presidente Mauricio Macri en Suiza cuando fue sorprendido por un argentino radicado allí que, valiéndose del engaño y vistiendo una camiseta de fútbol de la selección, lo ridiculizó ante la mirada atónita de quienes estaban en el lugar, es repudiable desde todo punto de vista. Aunque muchos intentaron minimizar el incidente aludiendo a que se trató de “la picardía argentina” presente en cada lugar del mundo, lo sucedido pone en evidencia lo que representa un grave problema para el país como es la pérdida del respeto a la investidura presidencial. Los escraches forman parte de la historia reciente y se establecieron en momentos muy difíciles del país para visibilizar el repudio a los represores. Y como modalidad fue recreada luego en distintas épocas para manifestar el descontento con un líder o con determinado posicionamiento ideológico. Desde cualquier óptica que se lo analice, no es novedoso y preocupa que se instale como mecanismo de expresión del descontento y recaigan sobre referentes de la vida en democracia. A uno y otro lado de la grieta que afecta a la sociedad las expresiones de este tipo están a la orden del día y se planifican o improvisan con total naturalidad sin tomar verdadera dimensión de lo que significan.

A la expresidenta Cristina Kirchner, estudiantes la desafiaron en una de sus visitas a una universidad extranjera. La prensa nacional y los militantes de fuerzas opositoras utilizaban para mencionarla o para describir sus actitudes calificativos que no son propios de los que se emplean para referirse a una presidenta en ejercicio del poder. Por su condición de mujer también fue blanco de críticas despiadadas. Y sus seguidores respondían a la agresión pagando con la misma moneda. Fue así que en tiempos del kirchnerismo se reeditó como modalidad habitual el escrache y no se salvaron de sus garras periodistas, comunicadores y dirigentes opositores. Aún persisten en la memoria las épocas en que sus rostros eran colocados en determinados lugares de la vía pública con la invitación a ser “escupidos” por la gente.   

Al actual presidente se lo califica de “gato” en una clara definición de connotación negativa. Y desde su propio espacio político es incansable el trabajo de militantes que a través de las redes sociales se empeñan en utilizar la descalificación para “profundizar la grieta”.

Así parece haberse instalado la violencia que pasa del discurso a la acción.  En el episodio ocurrido en el exterior se apeló al engaño. Un joven simuló querer saludarlo y cuando consiguió captar su atención y el vehículo oficial se detuvo y el propio presidente bajó la ventanilla para retribuir el afecto, fue insultado y descalificado de manera grosera. Cánticos alentando el regreso de Cristina Fernández de Kirchner y la arenga del “vamos a volver” acompañó la escena hasta que el auto presidencial retomó su marcha. El objetivo estaba cumplido y la imagen mostrada al mundo proyectada de inmediato.

Aunque menor a la luz de los complejos problemas que tiene por resolver el país, la anécdota abrió un mar de interrogantes: ¿Fue un escrache organizado? ¿El presidente reaccionó con ingenuidad? ¿Qué tan vulnerable es la custodia presidencial?

Asimismo desató un sinnúmero de repercusiones y dio rienda suelta a la política para hacer uso y abuso de lo sucedido.  De inmediato allegados al Gobierno nacional pusieron en marcha la maquinaria de repudio, centrando todas las críticas en el accionar radicalizado del kirchnerismo.

Del otro lado, en tanto, el abogado que defiende a la expresidenta en las causas judiciales en las que está involucrada reprodujo el video en redes sociales y militantes transformaron esta expresión en un acto de campaña. Todo eso potenció el daño y legitimó el escrache ante la mirada atenta de un mundo que no minimiza estos gestos porque hablan muy claramente de la concepción de la autoridad y del respeto de una sociedad a sus líderes, se coincida con ellos o no.

¿Dónde fue que se invirtió la escala de los valores que alguna vez distinguieron a este país?

Quizás el día que una presidenta en ejercicio del poder se negó a entregar los atributos de mando a un presidente de otro signo político solo por considerar ese acto como una señal de rendición. O antes, cuando se instaló entre unos y otros una grieta insalvable. Así, equivocadamente es como se va perdiendo la batalla ante el mundo, dejando a la vida en democracia más cerca de la barbarie que de la civilización. Algo que no se condice con lo que debiera suceder para resultar confiables.


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