Editorial

El Gobierno nacional en modo electoral


El presidente Mauricio Macri se puso en modo electoral y con la primera de las treinta marchas convocadas con la consigna “Sí se puede” lanzó la convocatoria a “dar vuelta la elección” y conseguir llegar a la segunda vuelta. Aunque las manifestaciones desde el seno mismo de Cambiemos se plantean como “espontáneas”, todo está perfectamente orquestado en clave electoral. Cada imagen y cada palabra. Y lo que se intenta con esta puesta en escena es correr la mirada de la difícil coyuntura política, económica y social y convocar a una épica. En coincidencia con lo que dice el propio mandatario en los spots de campaña, la consigna es apostar a los “valores” y no retroceder. Lo que se juega es la posibilidad de conseguir el ballotage y con ello abrir un marco de expectativas que condicione la idea instalada de que Alberto Fernández será el próximo presidente.

Desde el punto de vista matemático, los principales analistas políticos argumentan que revertir el mensaje que las urnas dieron en las Paso es un objetivo difícil de alcanzar porque hay un caudal electoral que el oficialismo parece haber perdido gracias a su propia acción de Gobierno.

Pero lo que la campaña del oficialismo se ha propuesto es instar a la epopeya y para ello cada marcha es acompañada de un mensaje contundente que apela en forma directa al ciudadano argentino medio, ese que resultó quizás el más castigado por muchas de las medidas implementadas en los últimos años y al que se intenta “rescatar” del hartazgo o la apatía.

La estrategia pareciera ser acompañar cada manifestación en distintas ciudades del país con una propuesta para sacar a la Argentina de la situación en la que está y para ello instrumentar medidas que morigeren el impacto de la crisis en los sectores que se han visto más desfavorecidos. Por el momento el eje se ha puesto en cuestiones inherentes a la producción y el empleo, pero se espera que lo discursivo alcance también otros aspectos de la realidad social que resulta urgente atender.

Hasta aquí lo que resulta de la ingeniería impuesta por el marketing político. En adelante, lo que resulta necesario es hacer convivir la acción de Gobierno con el mensaje electoral y mantener el cuidadoso y necesario equilibrio que por un lado consiga atrapar la atención del electorado sin caer en la demagogia tan propia de los tiempos electorales.

Cualquiera pensaría que gobernando y teniendo a disposición todos los instrumentos y estructuras del Estado pasar del discurso a la acción tendría que resultar más sencillo. Sin embargo, pesa sobre el oficialismo la carga de una acción de Gobierno que es criticada por el colectivo social por sus visibles consecuencias. Y porque ha sido errática la lectura del resultado de las primarias y el reconocimiento de que hay una realidad que es necesario transformar para no seguir dinamitando el vínculo con la ciudadanía.

En este contexto, lo que aparece lesionado en la relación del Gobierno con la gente es la confianza. Y esto no es atribuible al discurso opositor ni a las chicanas propias del tiempo electoral. Más bien es la consecuencia de un Gobierno que se había replegado sobre sí mismo y sus ideas casi sin leer la realidad y que se vio obligado por esta a tomar decisiones y rumbos que resultan ideológicamente incómodos.

Por estos días, con el presidente a la cabeza, lo que la fuerza gobernante se juega es la posibilidad de recuperar la confianza. Eso que representa el mayor capital para cualquier político y para ello se ha planteado en el escenario político no solo dar esta batalla en un contexto hiper polarizado sino plantear la contienda como un hecho histórico que define el futuro de las próximas generaciones.

Hay quienes afirman que para que una épica de este tipo se ponga en marcha hacen falta líderes y que Mauricio Macri no encarna ese perfil. Otros, más cercanos, sostienen que Cambiemos sabe muy bien ganar elecciones. En la campaña oficial las cartas están echadas. Los días que restan hasta la elección estarán abroquelados detrás de ese mensaje optimista al que se le ha incorporado una cuota de mesura y un necesario anclaje en la realidad para reconocer lo que en estos casi cuatro años ha salido mal.

El capital electoral que consiga reunir esta estrategia solo se conocerá el 27 de octubre cuando el pueblo acuda a las urnas y se exprese. Por el momento lo que existe es un mensaje oficial que se ha abroquelado detrás de esta cruzada y que de algún modo está probando de su propia medicina, porque haber profundizado la grieta y alentado los fantasmas del pasado, no ha hecho sino complicar aún más las chances electorales de un poder debilitado.

La campaña electoral del oficialismo nacional se está jugando en un escenario complejo, con una ciudadanía volátil que ya no parece votar por ideologías y que se muestra poco permeable a las promesas de campaña, que a veces llegan tarde y sin el peso de la credibilidad, ese valor que se necesita para torcer un rumbo y recrear la confianza en la posibilidad de un futuro mejor que llegue andando el mismo camino.


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