Editorial

El Gobierno que no explica y los gremios que presionan


La huelga que cumplió la CGT, el tercer paro a Mauricio Macri desde que es presidente, fue el más demoledor desde la crisis de 2001 porque logró la adhesión de casi todo el abanico gremial, las dos CTA, sindicatos independientes y además fue el escenario para que sectores sociales no sindicalizados expresen su descontento.

Los detractores de las medidas de fuerza afirman que todo se debe a la adhesión de los gremios del transporte, lo cual es innegable porque en las grandes ciudades es clave para que los trabajadores no puedan llegar a sus empleos. Pero también es cierto que la mayoría del movimiento obrero está claramente disconforme con la marcha de una economía que, afirman, los deja afuera de cualquier posibilidad de mejoría. También hemos escuchado hasta el cansancio a oficialistas afirmar que “un paro no soluciona nada”. Y la verdad es que una medida de fuerza no tiene como objetivo resolver los problemas sino alertar que existen, la responsabilidad es de quienes gobiernan.  

El problema es que, como es natural que suceda, la protesta se genera en los momentos de extrema dificultad, cuando el Gobierno asume que no hay demasiado margen para correrse de la hoja de ruta del ajuste, menos aun después de la crisis cambiaria que generó una fuerte devaluación y descontroló las metas de inflación y con el FMI controlando el uso del préstamo y el cumplimiento de objetivos.

Sin embargo, más allá de que sí sabemos la devaluación nos dejó en pocos días con menos dinero en el bolsillo, aunque tengamos la misma cantidad de billetes, desconocemos de qué tipo de ajuste se habla. Porque el Gobierno sigue aferrado a la teoría “duranbarbista” de que no hay que hablar demasiado en las crisis, que todo se acomoda solo. Una manera extraña de hacer política para los argentinos, que tenemos los oídos acostumbrados a los discursos, a veces demagógicos, pero siempre necesarios cuando se tiene que bajar un mensaje directo y claro a la sociedad. Por ese afán de marcar la diferencia con la política tradicional y puntualmente con el kirchnerismo, este gobierno ha desterrado esta vía de comunicación válida, imprescindible. Cuando hay incertidumbre, temor y desconfianza, nada mejor que la palabra del líder.

Cuando nada se explica y nada se informa, surge el desorden, la tierra es fértil para voces oficiosas y es la propia confusión, sumada al malestar, lo que empeora el clima.

Lo mismo que sucede de cara a la sociedad, pasa respecto de los interlocutores del poder (otros partidos, gremios, entidades intermedias). Es una gestión que se autotituló dialoguista pero que hasta el momento se ha limitado a abrir las puertas; es común escuchar que tras las reuniones a las que ha accedido el gobierno, los interlocutores salen habiendo renovado expectativas pero con pocas respuestas concretas. Al fin, el voto de confianza se agota y sucede lo del lunes. Porque la verdad es que era evidente que la CGT de “los gordos” no quería llegar al paro; dilataban el tema hasta la exasperación, hacían reunión tras reunión sin llegar a ninguna resolución, mientras le llovían las críticas del moyanismo, la CTA, del sector de Sergio Palazzo y los ataques permanentes en redes sociales, donde se los destrataba de la peor manera. Y por esta falta de comunicación, esta ausencia de explicaciones respecto del plan que se aplicará post acuerdo con el FMI, los popes se encontraron sin argumentos para frenar la presión de las bases.

Al fin ¿cómo se llega al paro entonces? Porque no se habla claro ni al sindicalismo, ni a los empresarios, ni a la sociedad en general respecto de hacia dónde vamos mientras hacemos el dichoso ajuste. ¿Hay algún plan productivo?, ¿qué luz se ve al final del túnel? ¿Cuál es la estrategia, tanto para crecer como para cumplir con el FMI, dos cosas que es necesario hacer en simultáneo? Ante tantos interrogantes la respuesta es el silencio. Al fin nos vamos enterando de las intenciones del Gobierno a través de periodistas afines al oficialismo que publican supuestas futuras decisiones de Macri que el presidente no refrenda. Cuando cada tanto el mandatario da un reportaje suele ser escueto, habla de intenciones muy genéricas, con pocas puntualizaciones, aún en temas que generan mucha expectativa. El último, con Jorge Lanata, fue un derroche de optimismo y la comunicación tardía de lo mal que estamos, como si no lo advirtiéramos.

Realmente la comunicación fue y es desastroza, pero esta es la pauta que parece que seguirá en el oficialismo: hablar poco y que cada uno elabore las medidas como pueda.

Según circula, ahora habrá apenas algunas señales para los gremios que acepten el nuevo contexto, porque se avalaría la reapertura de las paritarias, se pondrá en marcha un reparto de los fondos de las obras sociales cada vez más discrecional (como hacía el kirchnerismo) y se impulsarán mesas sectoriales con beneficios para las actividades que fortalezcan el músculo productivo. Pero todas son especulaciones, nada es oficial ni se circunscribe en un plan, no decimos quinquenal, pero por lo menos anual, hasta el final de esta gestión. Hasta la Iglesia habló, preocupada por la situación de los más vulnerables, porque tampoco se brinda la tranquilidad necesaria a los sectores que no pueden ajustar lo que ya no tienen y temen que el achique del Estado los alcance. Desde los gremios se preguntan ahora si el camino podría volverse más complicado porque Dante Sica, el flamante ministro de la Producción, ya les advirtió que se viene un semestre con recesión. Y, ¿cuál es la estrategia del Gobierno para atemperar el impacto? ¿Hay alguna? Sin toda esta información, nos queda la sensación de estar viendo a los funcionarios haciendo un gran suspiro de alivio tras la aprobación del crédito stand by, juntándose cartera por cartera para afinar el lápiz y ver cuánto puede achicar sus gastos cada uno y esperando que venga la lluvia de inversiones. Es lo que se transmite, a falta de palabras. Y si es así, estamos “en el horno”. Porque hay que tomar decisiones mucho más de fondo y ser más proactivos para que esta intervención del FMI sea más que un salvataje del default. Hacer crecer la producción es indispensable y encontrar el equilibrio en la apertura de las importaciones es requisito para ello. 

Lo único que sabemos de parte del Gobierno es que trabaja en reducir el déficit fiscal. Y lo que conocemos de primera mano es que se ha resentido severamente el poder adquisitivo; lo demás es un misterio. Desde este punto de vista, a pesar de que dista de ser una solución y que poco aporta a ella, el paro del lunes tiene algún sentido. Con las explicaciones que faltan se podría haber evitado (o no), pero sin ellas, incluso el que no adhiere a estas medidas, se encuentra sin argumentos racionales, haciendo más bien un acto de fe a ciegas, una extensión en el tiempo del voto dado oportunamente a Macri.

En momentos difíciles como el que vivimos, un buen liderazgo es fundamental. Es en estas circunstancias donde deben esgrimirse las dotes de estatista, anticipando situaciones por venir, ofreciendo información para advertir y seguridad con un plan de acción que, aunque no conforme a todos, al menos permita visualizar hacia dónde vamos.

 

 


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