Editorial

El karma de los años impares


Los años electorales son particulares, lo sabemos de sobra. Por un lado, hasta el recambio de autoridades  se percibe que no se vivirán cambios rotundos; es como que todos apuntan a un status quo que no modifique las ecuaciones y eso, en cierta medida, representa una tranquilidad para el ciudadano, que es apreciada porque vive vapuleado por un país que por momentos parece un paciente bipolar. Pero por otro lado, esa quietud se traduce en una paralización del aparato estatal, principalmente de las Legislaturas, que son las cajas de resonancia de la sociedad, donde permanentemente se debería estar trabajando, tanto para proveer de herramientas de gobierno al Ejecutivo como de elementos para hacer justicia al Judicial. Cuando nos quejamos de la obsolencia de ciertas normas en el combate a la delincuencia, o se hace evidente la falta de un cuadro normativo acorde a las nuevas formas del comercio, estamos hablando de que el Congreso no está haciendo su trabajo. A veces es la propia política, o las corporaciones económicas o distintos “lobbies” los que frenan leyes pero en un amplio número de casos estos atrasos tiene que ver con dilaciones hasta llegar a las  caídas de estado parlamentario de los proyectos por la sencilla razón de que no hay sesiones.

Además de este costo enorme para toda la sociedad, está el costo netamente económico que insume al Estado la labor legislativa y que en un año electoral es prácticamente dinero dilapidado, por esta parálisis de la que hablamos.

Por ejemplo, la Legislatura en La Plata nos cuesta este 2019 más de 8 mil millones pesos entre las dos Cámaras a los bonaerenses.

Esto representa un crecimiento de 1.591.373.290 pesos, lo que es  un 18 por ciento más de recursos que en 2018. Con ese incremento destinado a la política, la Provincia podría construir más de 400 jardines de infantes, aumentar un 100 por ciento el presupuesto de los comedores escolares, adquirir 1.000 patrullas policiales, multiplicar por seis el presupuesto de las guardias de los hospitales, incrementar por seis la inversión en desarrollo infantil y cuadruplicar la inversión en agua y cloacas.

Además de ser cuestionable el costo per cápita de cada legislador en relación con su productividad habitual, todo parece anunciar que ese crecimiento, como en todo año electoral, no se verá traducido una incremento de la actividad legislativa, sino que por el contrario se prevé mucha rosca y pocas sesiones. Como antecedente que nos respalda en este vaticinio para nada antojadizo, cabe recordar que el anterior año electoral, 2017, fue uno de los períodos con menos actividad legislativa desde el retorno de la democracia.

En realidad, es un poco de dos cosas. Está el desvío de atención y esfuerzos hacia la “rosca”, la campaña, las fotos aquí y allá como motivo de la escases de sesiones. Pero también está esto que mencionábamos al principio, de no llevar al debate temas candentes que puedan mover demasiado el avispero, aunque se trate de cuestiones que urgen de la sociedad. La premisa de todos es llegar indemnes a las urnas, más aun cuando hay intención de renovar. Y para ello, lo mejor es no levantar el perfil en temas conflictivos. Y así es como asuntos gravitantes pasan a juntar tierra en los cajones cada dos años.

En los años impares la rosca política y la campaña hacen mella en la calidad legislativa. Recordábamos 2017: ese año electoral hubo intervalos de tres meses sin sesiones ordinarias y estuvo entre los períodos con menos actividad desde 1983.

Es decir que a un Poder Legislativo (de todos los estamentos) que de por sí marcha muy por detrás en la generación de marcos legales para realidades existentes y apremiantes, y que es por demás de oneroso, hay que sumarle que cada dos años sufre -inexorablemente- una paralización. Y como muestra basta un botón: recién ayer, en Diputados bonaerenses -y días más días menos en otros distritos -se llevó a recinto para el debate la cuestión de la improcedencia de las Paso, dada la realidad planteada por los frentes electorales, poniendo por delante, justamente, la inutilidad de semejante gasto. ¿Y por casa cómo andamos? Inútil es debatir este asunto, que no es la primera vez que se da, cuando los plazos no dan tiempo a cambiar la norma. Es decir, es un debate inerte, sin consecuencias reales.

En la medida que se acerquen las elecciones será cada vez más complejo reunir a la tropa legislativa que estará ocupada en recorridas seccionales, fotos de campaña y acaloradas reuniones. Porque tras las Paso, toda la efervescencia que se vivió la semana pasada, se replicará para aglutinar las fuerzas derrotadas  de cara a las generales. Vale destacar también que muchos de los actuales legisladores van por la Intendencia en su pago chico, lo que los tendrá más que ocupados fuera del recinto. 

En este punto, la lupa está puesta sobre Manuel Mosca y Daniel Salvador, presidentes de sendas Cámaras,  quienes poseen la facultad exclusiva de poder convocar a sesiones y marcar el ritmo de trabajo. Por respeto a los bonaerenses, los recintos no deberían menguar su actividad pero sabemos que eso es lo que sucederá.


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