Editorial

El país, como la Selección de fútbol: resultados ya o reconstrucción con paciencia


De una vez por todas se debería pensar por todos. Y cuando decimos todos es el conjunto de la sociedad, sin exclusiones, sin fanatismos ni rencores viscerales.

En este tiempo, y desde hace tiempo, la política en Argentina divide, claramente. Cuando debería ser el puente que lleve a un pueblo a un estado de bienestar y de expectativas en el porvenir.

Lo venimos viendo sin solución de continuidad: esta famosa grieta, que sintetiza de manera inmejorable la actual coyuntura política, no es nueva; los argentinos la padecemos desde tiempos inmemoriales. Siempre hay un blanco y un negro para elegir, sin más opciones. Y siempre son lo mismo aunque parezcan opuestos. Y los que pretenden terciar también lo son, porque al fin todos quieren el poder por el poder mismo. Aunque en lo discursivo los separe un abismo, en lo real a lo sumo los diferencian algunos matices.

Se aproximan las elecciones y hoy asistimos a un capítulo más de una campaña vacía de contenidos. Por caso nadie nos explica qué hará para sacar este país a flote. Ni siquiera el oficialismo. Y en realidad nadie puede hacerlo per sé. No lo dicen porque sencillamente no saben el cómo. Por eso venimos celebrando, como sociedad, que las elecciones no las gane el mejor sino el menos malo, o el que filtre mejor el mensaje que la gente quiere oír.

Sin temor al error, debemos decir que lo que debe primar son las tantas veces declamadas y tan pocas veces aplicadas y respetadas políticas de Estado. No deberían importar las ideologías cuando lo que urge es el bienestar general. Perece una ironía del destino que haya sido un argentino el que eternizó que si entre los hermanos se pelean los devoran los de afuera. Nunca mejor aplicado que ahora.

Lo que se viene en Argentina es una elección sin demasiadas opciones, y aunque hubiera muchas más que las dos costas de la grieta, sería lo mismo. Porque los que quieren llegar a posicionarse como opción intermedia, tampoco nos dicen qué harían para salir del atolladero en que está inmerso el país desde hace décadas. Y si lo dijeran partirían desde la irresponsabilidad de un discurso meloso, que se quedaría en las bellas palabras que la gente quisiera oír, pero que llegado el hipotético momento de las acciones, serían inaplicables. La verdad es que nadie se atreve a decir lo que hay que hacer porque son cosas impronunciables para un político argentino, porque son medidas “piantavotos”. Y al fin, lo que ellos quieren, son votos. Para llegar, ¿y después? Después vamos viendo… esa es la lógica electoral argentina.

Lo que se necesita, de una buena vez, es ese paso corto pero continuo, sin ideologías extremas que se antepongan al proyecto de país. En este camino no importará que cambien de signo político los gobiernos, porque serán las formas lo que diferencien a uno de otro, ya que al fin las cuestiones pesadas de la agenda de un país deberían ir por carriles consensuados.

Los argentinos somos, en general, futboleros. Nos gusta ese deporte pero no solo para practicarlo –quienes tienen la dicha de poder hacerlo- sino para verlo y sobre todo para comentarlo y, lógicamente, discutirlo apasionadamente. Pero no solo opinamos sobre las cuestiones propias del juego sino que nos estamos yendo hacia temas aleatorios que circundan al deporte, como las sospechas de corrupción (en fútbol se llaman arreglos), la poca claridad de los que manejan las instituciones (recordemos el 38 a 38 en la elección de autoridades de la AFA), los arbitrajes, el VAR, los jugadores que “van para atrás”, los incentivos, las internas de los vestuarios, las “icardiadas”, en fin, un sinnúmero de temas que rodean al deporte y que nos llevan casi toda la atención. Por caso, solo hay que ponerse a mirar cualquier programa de fútbol y se corroborará que del juego en si mismo se habla muy poco; por el contrario, el show del “cabaret” se lo lleva casi todo.

Eso consumimos y eso nos define como futboleros y como argentinos.

Traemos el fútbol a colación porque por estos días la Selección se prepara para afrontar la Copa América, torneo de segundo escalón en la consideración del hincha pero que ante la falta de títulos, para el hincha argentino ganarlo se ha convertido en una necesidad. Pero la Selección está en fase de reconstrucción, como el país, con un director técnico (Leonel Scaloni) que llegó tibiamente y aún tiene muy bajo consenso y que trata de sentar las bases para el futuro del equipo. Es decir que levantar la Copa no debería ser una obligación. Sin embargo, si eso no sucede no tendrá posibilidad de continuar en el cargo. Y no hay ninguna duda de que el hincha, en general, estará de acuerdo con que se vaya. Porque todos quieren el resultado ya, sin transitar un camino de reconstrucción, que puede ser más corto o más largo, pero nunca fácil.

Ese paralelismo vale para la Argentina como país. ¿Quién puede pretender un estado de bienestar inmediato después de tantos años de debacle? Si nos desapasionáramos e hiciéramos el ejercicio de no buscar responsabilidades individuales en una destrucción del país que propiciamos todos y, en cambio, focalizáramos hacia el futuro, tal vez tengamos alguna chance de que alguna generación de las que vienen  reciba una Argentina mejor vivible que la de hoy.

Cualquiera sea la fuerza política que gane las próximas elecciones, sus referentes deberían hacer el ejercicio de planificar con paciencia un camino consensuado. Parece utópico porque ninguno de nuestros dirigentes ha demostrado la grandeza de abrazarnos a todos para que la unión haga la fuerza.

Porque un mesías no va a llegar para salvarnos, como nos creímos en el fútbol, cuando un tal Lionel Messi nos ilusionó con que con su sola presencia volveríamos a la cumbre del mundo. Un hombre solo no pudo, ni podrá, aunque se trate del mejor. Claramente hay que construir equipos con prescindencia de los nombres. Recién allí podremos hablar de proyecto de país, en serio, de una vez y, tal vez, para muchas generaciones.


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