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Fue una misa muy singular, que marca todo un gesto hacia América Latina desde el tan europeo Vaticano. Allí, a pedido del Papa Francisco, se escuchó una extraordinaria interpretación de la Misa Criolla por músicos argentinos y Patricia Sosa como solista, acompañados por Claudio Sosa y un coro romano. La ocasión era la festividad de la Virgen de Guadalupe, patrona del continente.
Y fue en ese marco que llamó el Santo Padre a América Latina a ser “un nuevo modelo de desarrollo” en el mundo.
No es necesario aclarar que si bien los papas están llamados a ser pastores de todos los católicos del mundo, con ninguno antes nos hemos sentido –los latinos en general- tan acompañados en el andar. Sencillamente porque de entre ellos no hubo ninguno que conociera Latinoamérica, su idiosincrasia, su potencial y sus flaquezas como Francisco, porque de aquí viene, porque en la Argentina pasó toda su vida pastoral, viajando permanentemente a países vecinos.
Es decir, el llamado de Francisco no es un formulismo sino que sale de su convicción. Viene a cuento de que él sabe que, aunque algo viciada, la historia de los países de América es joven aun, que todavía no han desplegado todo su potencial.
“Hacemos esta petición, dijo el Papa, porque América Latina es el continente de la esperanza, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora”, y por primera vez pronunció un sermón en castellano en la Basílica de San Pedro.
Del mismo modo, implícitamente reconoció que junto con la potencialidad, en América conviven la pobreza y sobre todo la desigualdad. Lo hizo al pedir que “el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren”.
Quienes pudieron verlo por televisión comentaban luego la emoción que les provocó un acto de esas características en el corazón del Vaticano. Y sabemos también que cuando el Papa da un mensaje, por más que sintamos que se dirige a nosotros, lo da al mundo, de modo que en esa misa posó los ojos de todos los países de otros continentes en el nuestro. Lo que es sumamente importante, más viniendo de un Santo Padre que tiene altísima imagen positiva. Nunca se ha visto tanto carisma mundial en un heredero del trono de San Pedro.
Lógicamente, estando la Misa Criolla en el Vaticano, el templo mayor de catolicismo contó con la concurrencia de muchos argentinos, mexicanos, peruanos, bolivianos y demás representantes del continente. Aunque la Misa Criolla, compuesta hace 50 años por el célebre Ariel Ramírez, había sido interpretada el 12 de diciembre de 2011 en otra misa en homenaje a la Virgen de Guadalupe, ante Benedicto XVI, nunca había sido ejecutada ante el Papa argentino, todo un orgullo para la mayoría de los presentes.
Entre los argentinos en la misa se pudo ver al flamante embajador ante la Santa Sede, Eduardo Valdés, junto con su esposa; la ministra de Cultura, Teresa Parodi (que a pedido de la presidenta se encargó de que la Misa criolla saliera perfecta); el ministro de Culto, Guillermo Oliveri, y otros diplomáticos. Entre ellos, varios llegaron desde otros países, como la embajadora ante Gran Bretaña, Alicia Castro. También estaba el encargado de negocios de la embajada de Italia, Guillermo Moreno.
Mucho antes de que se abrieran las puertas del templo ya se veían miles de personas, entre las cuales había muchos sacerdotes y monjas con banderas de sus países, que hacían una larguísima cola que daba varias vueltas en la Plaza San Pedro.
La misa fue precedida por una procesión con las banderas de todo el continente, el rezo del rosario guadalupano y la interpretación de dos villancicos con música de Ariel Ramírez y textos del historiador Félix Luna. Y allí se pudo escuchar, por ejemplo, la hermosa huella “La Peregrinación”, despertando en los argentinos sensaciones y recuerdos de nuestra música.
En el comienzo de la misa, el Papa destacó el sitial de honor que ocupa la Virgen de Guadalupe en el corazón de los americanos, cuya devoción se extiende desde Alaska hasta la Patagonia. Entre todas las advocaciones y vidas santas que engalanan la historia religiosa de América, ninguna ha tocado más el corazón de los latinos que la de Guadalupe y su Juan Diego, lo que habla de ese sentimiento de desigualdad con que han crecido nuestros pueblos. Porque lo que siempre se pone de relieve en el relato es que la Virgen puso su mirada en un hombre humilde, un aborigen, como si esto fuera algo impensado, excepcional. Es una historia compartida por todas las naciones de la región la de la opresión, la esclavitud, la marcada diferenciación de clases sociales. Incluso es el tema recurrente en cuanto culebrón sale por TV. Y en ese punto es precisamente donde nuestro país marcó la diferencia, introduciendo el concepto de la movilidad social, sustentada en la educación pública, que se materializó en el surgimiento de la clase media, en detrimento de una clase poderosa y otra servil a ésta. Volviendo a la homilía de Francisco, una vez más utilizó el púlpito para afirmar que va por un cambio radical en la Iglesia. Dijo que “trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas”. Estas palabras no sólo son dichas hacia afuera de la Iglesia, sino también hacia adentro, para aquellos grupos de católicos que terminan alejando a los fieles con sus actitudes extremas.
Es que Francisco es un Papa, además de muy querido, muy sabio y sabe que el gesto de abrir las puertas de la Iglesia para que el creyente vuelva debe venir acompañado por eliminar todo aquello que lo alejó. Si no, todo quedaría en palabras y muestras de buenas intenciones, como ha sucedido hasta ahora.
