Editorial

El valor del 9 de Julio para la historia, el presente y el futuro de la Argentina


Los argentinos siempre le damos el marco adecuado a los actos del 25 de Mayo, fecha en que se conformó la Primera Junta de Gobierno en nuestros territorios del sur del continente, como símbolo de la simiente revolucionaria e independentista, ya que aún eran colonia española y ni siquiera se llamaban Argentina.

Pero fue el Congreso de Tucumán, la asamblea legislativa y constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, actualmente la República Argentina -que sesionó inicialmente en la ciudad de San Miguel de Tucumán, y posteriormente en la de Buenos Aires- entre los años 1816 y 1820, donde se sancionó la Declaración de Independencia de la Argentina y posteriormente el mismo organismo dio vida a la Constitución Argentina de 1819.

El día que celebraremos mañana, 9 de Julio, es la fecha de la independencia real y concreta de nuestra nación, un movimiento de liberación del vasallaje español que comenzó en 1810 cuando estalló en el Virreinato del Río de la Plata, que dio origen a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero hasta 1816 se utilizó lo que se dio en llamar “la máscara de Fernando” es decir que, en las formas, los patriotas decían actuar en nombre del rey Fernando VII, cuya soberanía reconocían. La realidad era que esperaban la oportunidad de liberar el territorio de toda tutela extranjera y ese es el valor del 9 de Julio de 1816.

Nada fue fácil desde el comienzo de nuestra historia política y ni siquiera la convocatoria al Congreso de Tucumán llegó sin las idas y venidas propias de los conflictos intestinos que ya asomaban, cuando aún no éramos siquiera independientes.

Desde fines del año 1810, como se recuerda, se creó la Junta Grande, un cuerpo colegiado, formado por representantes de todas las ciudades del exVirreinato, que asumía los poderes legislativo y judicial y que fue disuelta por orden del Primer Triunvirato, formado por ella.

El Primer Triunvirato fue, precisamente, el que ordenó la reunión de una asamblea general de las ciudades virreinales y sus jurisdicciones en la Ciudad de Buenos Aires. No obstante, apenas la Asamblea intentó legislar sin someterse a la autoridad del Triunvirato, fue disuelta sin miramientos.

El Segundo Triunvirato, que gobernó desde octubre de 1812, ordenó que se efectuara la reunión en Buenos Aires de la llamada Asamblea del Año XIII. Su título oficial era Asamblea General Constituyente, y se esperaba de ella que declarara la independencia de las Provincias Unidas y sancionara una constitución.

Y si bien ejerció actos propios de un poder legislativo de una nación soberana, nunca sancionó constitución alguna y siguió conservando para la diplomacia la “máscara de Fernando”. La independencia parecía alejarse una vez más...

La Asamblea disolvió el Triunvirato a fines de 1813, por su ineficacia, reemplazándolo por un ejecutivo unipersonal, cuyo titular ostentaba el cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

En abril de 1815, el director supremo Carlos María de Alvear fue derrocado por una revolución en la capital y la asamblea fue disuelta. Porque los problemas internos seguían marcando el pulso de la región y las resoluciones de las diferencias siempre incluyeron sesgo de violencia, institucional como hasta nuestros días, y física también.

En lugar de Alvear, el Cabildo de Buenos Aires eligió al general José Rondeau, que ejercía su cargo desde el norte del país, y a un Director Sustituto en la capital. Provisionalmente, el poder legislativo fue ejercido por una Junta de Observación, nombrada también por el Cabildo. Con esta estratagema se logró así la convocatoria a un congreso que fue hecha por el Director Supremo sustituto, Ignacio Alvarez Thomas, en la segunda mitad del año de 1815, y los diputados fueron electos en las últimas semanas de ese año o en las primeras del año siguiente. Cada provincia eligió un diputado cada 15.000 habitantes.

La elección de la ciudad de Tucumán se debía a los graves problemas que había debido enfrentar la Asamblea del Año XIII por la negativa de los federales de someterse a la influencia porteña, un fantasma, el de unitarios y federales, que ya se insinúa y que persiguió a la historia argentina por muchísimas décadas más.

Las sesiones se iniciaron el 24 de marzo de 1816, con la presencia de 33 diputados. Para las sesiones se alquiló una casa, propiedad de Francisca Bazán de Laguna, que sería declarada Monumento Histórico Nacional en 1941 y que es la que actualmente se visita cuando se viaja a Tucumán, recorriéndose los salones donde, por primera vez, se habló de una Patria soberana.

La Argentina, desde su nacimiento como nación, como es sencillo comprobar, fue presa de conflictos entre sectores que piensan de manera diversa respecto de cómo se debe organizar el país, el que emergía al mundo y el que hoy lo integra. La alternativa violenta y anti institucional también siempre ha estado presente, lamentablemente, las más de las  veces ha sido explícita y las menos tácita, caracterizada por intrigas y golpes silenciosos perpetrados desde el poder mismo, enmascarados de renuncias y salidas anticipadas. Sin embargo, vale el ejemplo de valentía, honestidad y claridad con que nuestros próceres engendraron la Patria, para que sirvan de norte y espejo a las nuevas generaciones y que la dirigencia política de todos los sectores del abanico ideológico, reflexione respecto del papel que les ha dado la historia, para que se parezcan más a nuestros prohombres en sus virtudes, que no fueron pocas.


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