Editorial

En el Instituto Maiztegui, la hora de la política


La ciencia y la política son aspectos esenciales de la vida de cualquier sociedad. No hay desarrollo que pueda pensarse sin el saber científico y su rigurosidad, ni tampoco acción sanitaria que no esté sustentada en la política. Sin embargo, ambos conceptos a menudo aparecen disociados. Y no por casualidad. Cualquier lectura que se haga de la historia reciente en Argentina confirma el empeño que han tenido que hacer los científicos para sostener su tarea en contextos en los cuales no siempre se privilegió el desarrollo de la mano del conocimiento y los recursos; y el descrédito que como consecuencia sufre la política.

Lo que sucedió estos días en el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas “Doctor Julio Maiztegui” fue la muestra clara de esta dicotomía. La oposición férrea a la designación de una dirigente política como directora ejecutiva del Inevh, y los argumentos que se esgrimieron desde el poder en relación a que iba a ser la política la que iba a “salvar” al Maiztegui y no la economía ni el hacer científico por sí mismo, plantearon una serie de controversias e interrogantes. La asunción vino acompañada del anuncio de una fuerte inversión presupuestaria para “revitalizar” al Instituto. Entonces, ¿no es que la economía no era un componente esencial? ¿En su propia estructura el Maiztegui no posee actores con capacidad de gestionar la administración presupuestaria y de los recursos? ¿La política sanitaria para implementarse requería de modo imprescindible de una figura política para conducir la gestión? ¿Tenía que venir la política al rescate de una institución que la propia política dejó caer en reiteradas oportunidades?

El Ministerio de Salud seguramente tenía herramientas administrativas para nombrar un director ejecutivo y elegir a la figura política que considerara más apropiada. No se discute el derecho ni la competencia de la autoridad sanitaria. Lo que se juega en esa determinación es cierta legitimidad, porque se trata de una institución que ha ganado su prestigio por prepotencia de su trabajo científico sin jamás politizarse y que cuenta en su seno con profesionales altamente capacitados para ocupar cualquier cargo directivo puesto que todo lo que allí dentro se hace es un universo desconocido e inalcanzable para quienes no son parte de ese trabajo científico. Sobrevuela en torno a la decisión, una actitud que de alguna manera avasalló la posibilidad de que se realizara un concurso de antecedentes, como lo establece la normativa para la carrera profesional. Y resulta por lo menos insuficiente el argumento que esto fue así porque los organigramas de los institutos de salud son del siglo pasado. ¿Tan obsoleto era el esquema funcional del Inevh a juicio de las autoridades que fue necesario valerse de un cargo jerárquico vacante, como es la Dirección de Asistencia de Producción, para otorgar una función de coordinación científico –técnica a una profesional que pueda acompañar la gestión ejecutiva?

Lejos de representar este comentario un juicio de valor sobre las personas que ejercen los roles de gestión, lo ocurrido es un problema de fondo que habla de la poca sanidad del sistema que abandona el cauce que implicaría cubrir los cargos por concurso, para abrirle paso a la política.

La reacción de gran parte de la comunidad respecto de este nombramiento también dejó entrever el claro descrédito que tiene la dirigencia y lo desprestigiada que está la política como instrumento de transformación de la realidad. Se intuye cierto interés de “politizar” cuando el eje del mensaje es que el Maiztegui pertenece a la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud, que a su vez está “encolumnada en un proyecto político”. Esto parece ir más allá de lo meramente sanitario e impone una mirada por lo menos atenta. ¿Qué ocurrirá si ese proyecto político cambia? ¿Cuánta dependencia política genera esa definición?

Estas palabras tampoco significan renegar del rol de la política sanitaria, que es el basamento sobre el cual se asienta la ciencia; apuntan simplemente a hacer un señalamiento respecto de un comportamiento que se reproduce en muchos ámbitos de la esfera pública.  Porque desde hace mucho tiempo el país experimenta serias dificultades para trazar lineamientos de mediano y largo alcance que no queden sujetos a los vaivenes de la política y los ciclos eleccionarios. Y en ese escenario se generan las condiciones propicias para que la ciencia quede confinada a la desgastante tarea de gestionar por recursos, sin una previsibilidad que debería estar garantizada. Y que el político se erija en el único con peso para conseguir lo que hace falta. Así, la política queda condenada a entrar por la ventana, casi como un salvataje, para resolver carencias que se subsanarían con buenas políticas públicas que no dependieran tanto del nombre de los dirigentes de turno ni del color de las ideologías.

En el Maiztegui no es la primera vez que la política hace su juego. Ni será la última. Sin ir más lejos, cuando se retiró la doctora Delia Enria -que había concursado tras el fallecimiento de Julio Maiztegui- la política hubiera tenido la enorme oportunidad de habilitar un nuevo concurso. Sin embargo, impuso una intervención y con ella se escribió quizás el capítulo más nefasto de la historia del Inevh. Esta vez se apeló a una decisión ministerial, como instancia superadora de la misma elusión de los méritos que impone la carrera profesional para acceder a cada estamento por concurso.

La historia del Maiztegui inaugura un nuevo capítulo, seguramente dotado de recursos para dar cumplimiento al plan de desarrollo trazado. Así funciona la política. Será tarea de los gestores que asumieron esta responsabilidad honrar una institución que contra cualquier embate se ha ganado su prestigio haciendo ciencia.


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