Editorial

Entre lo ideal y lo posible


Como muchos otros temas, en cuanto al uso de agroquímicos algunas posturas que parecen contradictorias no lo son. Conviven, sustentadas en la realidad que a cada uno le toca vivir. Y también como en otros asuntos, no faltan las posiciones radicalizadas, las que generalmente esgrimen justamente quienes no tienen contacto diario con la producción agrícola. Y como sucede con las minorías últimamente, son muy ruidosas y parecen ser muchos los encolumnados detrás de una retórica llena de enunciados y cifras inverificables. 

Lo que es cierto para todo tipo de agricultura, no importa la escala ni las concepciones particulares, es que se enfrentan los mismos desafíos: la demanda a disminuir los impactos ambientales, garantizar la inocuidad de los alimentos producidos y a lograr la rentabilidad que haga sustentable social y económicamente la actividad.

La tendencia es clara respecto de que cada vez más los consumidores demandan alimentos seguros y producción “amigable” con el ambiente. A esto se suman el marco regulatorio de la actividad y productores que por principios o por explotar un segmento de mercado adopten ciertos tipos de producción.

La agricultura convencional debe usar productos sanitarios más amigables con el ambiente. Por eso, en el desarrollo de estos productos, que normalmente está en manos de compañías internacionales que poseen varios rubros estratégicos en la economía mundial, se ve cada vez más especificidad, menos toxicidad e incluso muchos de ellos son producidos biológicamente, sin entrar en discusión si esto obedece a convicciones de las empresas o a marcos regulatorios y presiones sociales que deben seguir.

Para diferenciar: la agricultura orgánica prescinde por decisión del uso de productos de síntesis, sean sanitarios, herbicidas o fertilizantes, mientras que la agricultura biodinámica suma además otros principios que incluyen influencias de los astros y adaptaciones al “sitio” o condiciones particulares de la zona de producción.

Todavía es difícil encontrar en el mercado local productos 100 por ciento orgánicos, puntualmente vegetales y frutas. Sucede que su producción no es a escala y a la vez es muy costosa, precisamente por no estar “protegida” ni estimulada con aditamentos. Entonces, mientras sacar un tomate orgánico cuesta “un perú” y se puede cosechar siempre y cuando no sea afectado por enfermedades que deja la lluvia, por granizo o por alguna plaga no combatida, de una plata tratada los tomates florecen de a racimos.

En consecuencia, ese tomate orgánico es más caro.

Hay consumidores buscan la certificación orgánica, con garantías de inocuidad, y todo lo más barato posible. Pero estas condiciones no son viables todas juntas, de momento.

Porque hay otra cuestión a tener en cuenta: si bien algunos municipios como Pergamino reglamentaron una zona de amortiguación en la que no se pueden aplicar agroquímicos y dentro de ella trabaja la mayoría de los huerteros locales, esto en nada implica que los vegetales de Pergamino estén libres de estos productos, ya que el 90 por ciento de las frutas y verduras que aquí se consumen provienen de otras ciudades que no necesariamente tienen esta misma legislación. Por esa razón, los huerteros locales que tienen prohibido aplicar productos quedan en desventaja comercial. Y es así que la oferta y demanda de orgánicos es puntual, entre los interesados se encuentran, no llegando a abastecer a toda la ciudad porque tampoco los ciudadanos en general están dispuestos a pagar lo que vale un producto orgánico. 

Por eso decimos que entre lo ideal y lo posible es donde abrevan casi todas las posiciones respecto del uso de agroquímicos, que se han convertido en una mala palabra cuando en realidad bien usados no lo son. Y para que sean bien usados está el Estado, los colegios profesionales y los propios vecinos, como sucedió en el barrio Villa Alicia, desde donde se denunciaron las malas prácticas en un campo lindero.

Por los beneficios que traen por un lado y las contras por su mal uso por otro, las ideas respecto del impacto ambiental del uso de fitosanitarios y fertilizantes no se enfrentan sino que conviven, con una clara tendencia que no está ajena a los conflictos y contradicciones que tiene la sociedad a veces por ignorancia, por intereses o por posturas radicales.

No obstante es dable reconocer que la agricultura genera e históricamente ha generado un importante impacto ambiental que debe ser corregido con todos los medios que se cuente. Estos impactos tienen que ver con el uso racional de los recursos hídricos, con la salinización de suelos, con evitar la contaminación de tierras y aguas con residuos químicos y sólidos, con disminuir lo más posible el impacto en flora y fauna, sea por deforestación, por afectación con herbicidas e insecticidas y todo aquello que pueda generar un impacto social y ambiental indeseable.

Así como la generación energética y actividades extractivas deben adaptarse para reducir sus emisiones y su impacto ambiental sin dejar de brindar sus servicios a la sociedad, el campo debe hacer sus adecuaciones, que no son otras que cumplir con la ley. Y el Estado controlar, caso contrario es igual a no tener marco regulatorio.


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23 de Marzo de 2024 - 05:00
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