Editorial

Errores que cometemos a diario, que dañan mucho y hasta matan


Es curioso: por diversas razones no se confía en las instituciones, pero sí en las falsas noticias.

No creemos en un fiscal, en un juez, en un policía; en un diario, en una radio, en un noticiero, pero sí damos crédito no solo a lo que dicen personas que no conocemos y ajenas a los hechos a los que se refieren sino que además viralizamos información que nos llega sin tener ningún dato sobre su origen, ni siquiera si se corresponde con algún hecho real o actual.

El rumor es tan viejo como el mundo, pero el escrache en las redes, por convocante e instantáneo, es de hoy en día. Además de ser  estas plataformas una formidable fórmula tecnológica de difusión de noticias falsas.

Lo peor: las redes convocan a un escrache y ese escrache termina en asesinato. Hay un muerto, una casa quemada y unos exaltados que linchan al padre de quien creían culpable, pero no lo era. El rumor digital provocó más víctimas, otra vez.

La inmediatez de respuesta en las redes aleja toda posibilidad de cautela. Así sucedió que un chico fue violado en Comodoro Rivadavia, apresan a un sospechoso que las redes condenan simplemente convocando a ese escrache.

En el escrache, vecinos exaltados matan a golpes y patadas al padre del sospechoso. No saben que el chico violado no lo reconoció. Ni siquiera agreden al sospechoso. Agreden al padre. Y queman la propiedad. La urgencia furiosa de justicia por mano propia, que nunca es nada justa, impide también pensar que si ha habido un violador, ahora los justicieros también son violadores.

Veremos que no se trata de un caso aislado y casero de difusión de supuestas noticias que son noticias falsas.

Fake news es como se las llama ahora, como si al mencionarlas en inglés fueran algo nuevo. Los emisores de noticias, el periodismo, tienen un responsable. Este diario tiene un editor responsable, ante la sociedad y ante la Ley. Las radios y canales de TV tienen personas físicas y jurídicas que se hacen cargo de lo que divulgan. En los portales de noticias Web, por el momento la cosa es más vidriosa, habida cuenta que en algunos casos se hace imposible conocer el nombre de un editor responsable. Pero en el caso de las redes, la impunidad es total.

A fines de diciembre en Bariloche, Agustín Muñoz se suicidó por un escrache de abuso sexual. La escrachadora se disculpó, dijo que la acusación era falsa, producto de “un momento de bronca y enojo”. Pero cuando no se va a las redes con una mínima responsabilidad, lo que se busca es la viralización que puede matar.

En febrero el diario El Tiempo, de Bogotá, recopiló estos casos, que han aumentado. Octubre: en una cadena falsa de Whatsapp se cuenta el supuesto rapto de un niño, que la Policía ya había dicho que era falso. Tres personas habían sido detenidas por hurto, la comunidad, urgida por las redes, los condena culpables, ataca a la Policía y mata a uno de los presos. Seguimos: en agosto, otra cadena falsa en México genera una turba que quema vivas a dos personas, por secuestradores de niños y vendedores de órganos. Otra vez, falsa acusación.

Lo mismo, que en Colombia, habían sido apresados por otro tema, pero la turba no confió en la policía, los llevó a una plaza y los rociaron con combustible. Eran dos campesinos que habían ido a la ciudad a comprar materiales de construcción. Otro caso: en Ecuador, otra cadena falsa acusó a una pareja. Los mataron.

En las redes los acusaron de robar niños pero ellos habían robado celulares. En la India, otra acusación falsa terminó con cinco muertos. Dijeron que se disfrazaban de mendigos para matar y vender los órganos. Eran realmente mendigos. Hace dos días, falsos rumores, sobre secuestros de niñas, generaron una psicosis contra gitanos en Francia.

El escrache digital alentando turbas o la pura lapidación en las redes es una epidemia que crece sin límites. Los escrachadores con noticias falsas son un peligro y quienes los siguen, también. Si no se tiene confianza en las instituciones, lo extraño es que se la tenga en anónimos o casi anónimos.

El caso del changarín que mintió haber devuelto 500 mil dólares que supuestamente había encontrado es paradigmático: pocos se preocuparon por cumplir con el ABC del periodismo, confirmar el hecho antes de subirlo a Internet y darlo por cierto.

Los casos que terminan en muerte son extremos pero a diario es terrible el daño que hace a nuestra sociedad esta actitud de “paladines” de la información que se arrogan algunos, compartiendo a través de tus redes y sus contactos en WhatsApp, cuanta “noticia” ven sus ojos. Es como que todos quisieran obtener de otros alguna especie de beneplácito  por “primeriar” con algo nuevo, como que se busca captar la atención de amigos y seguidores, presentándose como portadores de información supuestamente útil y de primera mano. Y cuando no es de primera mano, se escudan en un “no sé si será verdad, pero por las dudas lo comparto”. No señores y señoras, no comparta si no sabe si es verdad. No mal informe, no cree pánico, no psicotice a la sociedad y, sobre todo, no le haga el favor al que, quién sabe con qué intención, echó a rodar esa fake new, justamente a sabiendas de que personas como usted le iban a colaborar con su click.

No estamos queriéndonos hacer un alegato con estas líneas respecto de la importancia de confiar en medios de comunicación serios y con proba trayectoria; simplemente se trata de poner un poco de orden en tanto desorden para no seguir dañándonos. Las instituciones, ante todo, deben ser creídas, más allá de sus circunstanciales representantes. Y en el caso de la Justicia, hay tiempos prudenciales que deben respetarse aunque nos parezcan lentos a la par de Internet.  La corroboración de la denuncias es uno de estos casos. A usted lector no le gustaría que algún convecino enojado le plante una denuncia sin fundamentos. Pues respete entonces los tiempos que se toma la Justicia para constatar la veracidad de los hechos antes de emitir juzgamiento. En Pergamino, hace poco más de un mes tuvimos el caso de una joven despechada que inventó haber sido manoseada en pleno centro al robarle un sujeto  el celular. No involucró a nadie con nombre y apellido como supuesto autor, porque a la luz de las expresiones que se vieron en las redes, cualquier acusado hubiese sido linchado por los dichos de la menor. Un mes después supimos que la denuncia había sido falsa; para ello la Fiscalía debió recorrer horas de filmaciones y tomar testimonios, por ello decimos que hay que dejar hacer el trabajo a quienes deben hacerlo antes de hablar, porque a la postre nos están protegiendo: mañana el falsamente denunciado puede ser usted, máxime cuando se sabe que si se quiere causar un daño, la falsa denuncia es la vía más rápida y barata para hacerlo. Hace más de un año fue un profesor de educación física.

En fin, que no es inocuo lo que se opina en las redes ni mucho menos lo que se comparte en WhatsApp.

A la hora de creer y compartir lo que se lee, los medios  de comunicación que damos la cara, nos damos a conocer y puede todo el mundo saber dónde estamos, seguimos siendo la única fuente confiable. No solo porque somos físicamente ubicables sino porque estamos compuestos por personas preparadas para el trabajo de informar, que cumplen con un rígido protocolo de chequeo de datos antes de difundir una noticia y, sobre todo, porque aunque se nos tilde de “tibios” seguimos priorizando la integridad del vecino, “separando la paja del trigo”: no todo lo que sucede en una ciudad es noticia, por tanto no todo es publicable.

En la misma línea, aunque sea una obviedad, cabe decir entonces: no todo lo que se lee en Internet es veraz, no todo lo que circula por las redes es real, no todo lo que nos llega por Whatsapp es pertinente para ser compartido. Entonces, no nos calcemos el traje de comunicadores si no estamos preparados para hacerlo con responsabilidad, no seamos parte de la caterva de acusadores sin conocimiento que no hace más promover el odio que puede terminar en muerte, por linchamiento o suicidio. No nos dejemos seducir por el negocio que es para unos la viralización, a partir de hacernos creer que hacemos un bien difundiendo. No seamos tan corruptibles.


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