Editorial

Guerra terminada, reconciliación pendiente


Esperaron 36 años para saber cuál era la tumba de su hijo, su hermano, su novio. En 2016, impulsado más que nada por los sentimientos que -a Dios gracias- priman en los seres humanos por encima de cualquier decisión o conveniencia política, comenzó el proceso formal para la identificación de los combatientes argentinos sepultados en Darwin como NN; hoy, merced al trabajo de especialistas forenses de seis países y la coordinación de la Cruz Roja Internacional solo resta por identificar a 10 de los 121 que allí yacen.

La guerra de Malvinas conmovió al mundo en 1982. Una dictadura acorralada intentó a modo desesperado un éxito patriótico sobre el Reino Unido que fue un desastre. Mandaron a la guerra soldados tan poco preparados que muchos no tenían siquiera una placa de identificación en el cuello. Por eso en Darwin más de la mitad de las tumbas figuraban sin nombre.

Estaban enterrados como “soldado argentino solo conocido por Dios”. Ahora, gracias al ADN, un complejo acuerdo entre Argentina y el Reino Unido y al trabajo de la Cruz Roja Internacional, 110 tumbas del cementerio de Darwin tienen nombre.

Para esta fecha, el año pasado, se concretaba el viaje de los familiares a la isla, organizado por la embajada británica y el Gobierno argentino y financiado por Eduardo Eurnekian, el millonario presidente de Aeropuertos 2000. A gestos como éste nos referimos cuando decimos más arriba que, a pesar de todo, sobrevive el humanitarismo que hace a los hombres ver, más allá de las circunstancias, el dolor en el otro y el reconocimiento de que ese otro pude haber sido yo.

En aquella oportunidad 214 familiares llegaron a Malvinas sobrecogidos para vivir un día único.  Entre ellos estaba la familia de José Ortega. Se fue a la guerra a los 20 años con su novia embarazada. “El ocultó eso para que no lo regresaran, quería luchar por la Patria. Nunca supo que sería padre de mellizas que ahora tienen 35 años. Cuando reconocieron el cuerpo nos entregaron su anillo de compromiso, lo llevaba encima todos estos años en los que fue soldado solo conocido por Dios. Su cuerpo se quedará aquí, él luchó por esto”, contaba emocionada Sonia, su madre, al lado de su tumba.

“El luchó por esto”, dice orgullosa la madre. ¿Que vendría a ser “esto”? ¿Aquel pedazo de tierra inerte e inhóspito que ningún argentino querría habitar? ¿Esas masas de estratégica ubicación geopolítica? No. “Esto”, que la madre de Ortega no pudo poner en palabras, es un intangible. Ortega, como sus camaradas, luchó por un sentimiento; algunos lo llaman patriotismo, pero en general podría decirse que es el amor y el desvelo por lo propio, por lo cercano. Y cuando se lucha por el sentimiento, la entrega es total, desmedida en el sentido más literal: se lucha sin medir capacidades, posibilidades y sin sopesar consecuencias.

Esa es la característica del combatiente de Malvinas: les dijeron de qué se trataba, abrazaron esa causa y todo lo demás que debería importar en una guerra ya no importó para nuestros mal preparados y peor pertrechados jóvenes.

La paz la firmó en 1982 una dictadura humillada. Pero la reconciliación de la guerra de Malvinas aún está pendiente. El final de esta particular guerra fría se empezó a escribir hace un año, en una soleada jornada de otoño en la que los caídos argentinos recibieron los honores de militares escoceses e ingleses. “Es un gran honor. Los veteranos británicos sienten un gran respeto por los caídos argentinos y viceversa. Todos los cuerpos fueron tratados siguiendo la Convención de Ginebra. Las familias serán bienvenidas. Los militares sabemos cómo reconciliarnos”, decía el brigadier británico Baz Bennett, que dirigía la ceremonia. Mucho que aprender del mundo militar, lástima que en nuestro país, por unos pocos impresentables, se desprestigió todo un entramado que además de formar ciudadanos con fines específicos, les da herramientas para conducirse toda la vida.

Entre estos esperanzadores gestos humanitarios que a veces encontramos en la sociedad, como el de los kelpers o el propio gobierno británico, también se inscribe el de la periodista de Infobae Gabriela Cociffi, que fue la que tomó la causa de la identificación como propia y se encargó de mover contactos al máximo nivel y lograr incluso que el cantante Roger Waters se interesara, al punto de que fue él quien habló en su momento con Cristina Fernández de Kirchner para poner en marcha el proyecto de identificación que ha costado casi 10 años llevar a la realidad.

Las más de 100 familias que lograron la identificación están empezando a construir algo que parecía imposible hace poco: la paz definitiva, que a su vez debería abrir paso, por ejemplo, a los vuelos con total regularidad entre el territorio continental argentino y las Islas Malvinas. Por lo pronto, el año pasado la compañía Latam incluyó en sus itinerarios un vuelo Córdoba-Malvinas. De momento es el único que sale desde el país, no es operado por la línea de bandera y cuesta casi 1.000 dólares.  Lo más viable entonces sigue siendo viajar desde Chile y no debería, a estas alturas, ser así.

En la isla también hay muchos kelpers que quieren cerrar de una vez la etapa de la tensión, aunque aún no apoyan que haya vuelos desde Buenos Aires, que para los isleños son un símbolo del lugar donde se decidió el intento por recuperar estas tierras inhóspitas para Argentina. No obstante este sentimiento, los isleños son empáticos con los argentinos en general y con los familiares de excombatientes en particular. Ante la llegada de los aviones cargados de argentinos que visitan el cementerio, se muestran respetuosos y hasta afectuosos. Son humanos, como nosotros, y todos tienen padres o hijos. Para ellos también fue duro.

A los que habitamos este tiempo, que no es de guerra pero tampoco es de paz en tanto persiste el reclamo de soberanía y la conflictividad está siempre a flor de piel, nos toca procurar la reconciliación entre los pueblos, entre la gente. No es fácil coser las heridas que dejaron los 649 muertos argentinos, los 255 británicos y tres isleños. Pero es el mejor de los caminos que podemos andar mientras en las esferas que corresponden sigue en curso la cuestión de la soberanía. Porque reconciliarse de ningún modo significa claudicar en la recuperación de las islas de manera pacífica. Alcanzar ese objetivo, que debe trascender la coyuntura y los antagonismos políticos y sectoriales, y lo mismo tiene que suceder con el objetivo de la reconciliación. Basta de ver en cada inglés a un enemigo y en cada militar un represor. Ingleses son también los que rindieron honores a nuestros caídos y militares son también quienes en Malvinas y en cada punto del globo defienden los intereses nacionales con su vida.

Se dice que la paz no es la ausencia de guerra, y a ello podemos agregar que la paz tampoco es si no hay reconciliación. Con ese espíritu conciliador, las heridas cerrarán sin tanto dolor.


Otros de esta sección...
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO