Editorial

Hora clave para Bergoglio


El Vaticano afronta por estas horas, en una cumbre antipederastia, su pecado capital: los abusos sexuales a miles de niños.

Un solo caso es una atrocidad, pero los informes recabados por instituciones civiles y eclesiásticas de todo el mundo, confirmadas por las asociaciones de víctimas, apuntan que hasta 100.000 menores fueron abusados sexualmente en seminarios, colegios y centros propiedad o gestionados por la Iglesia Católica. Otros informes hablan de la mitad, 50.000. Es difícil hacer un cálculo por la magnitud del problema, que las más de las veces ha quedado tapado. Pero como decimos, un solo caso ya es una atrocidad. Además de por el daño físico y psicológico a las víctimas, por el abuso mental que han hecho los perpetradores, valiéndose de su posición de autoridad y del propio dogma de fe.

La Santa Sede guarda en el cajón de temas pendientes -dice que por falta de personal- entre 3.000 y 6.000 casos, a los que hay que sumar los que nunca se denuncian, y aquellos de los que no se informa. En EE.UU., Australia o Irlanda ya hay estadísticas. En otros países, como Argentina, los mapas de la pederastia todavía tienen que construirse sobre la base de informaciones periodísticas.

“Francisco busca enfrentar al monstruo”, apuntaba ayer el cardenal Blase J. Cupich, uno de los cuatro “halcones” del Papa para atajar los abusos sexuales, y uno de los encargados de coordinar el cónclave antiabusos, junto a Charles Scicluna (quien dirigió la investigación en la Iglesia chilena); el exportavoz papal, Federico Lombardi; y el también jesuita Hans Zollner, uno de los mayores expertos en la lucha contra la pederastia clerical. Frente a esta instancia histórica que tiene lugar en el Vaticano, el ambiente invita a la esperanza, especialmente luego de la condena y expulsión del excardenal norteamericano Theodore McCarrick, aunque el propio Papa ya se encargó, a la vuelta de su viaje a Panamá, de frenar las expectativas. “Hace falta desinflar las expectativas a estos puntos de los que yo hablo. Porque el problema de los abusos continuará: es un problema humano que se da en todos lados”, considera Francisco.

Bergoglio se juega buena parte de su credibilidad, y la de la misma Iglesia en esta cita. Intervino ayer en el inicio y lo hará al final de la cumbre. Además, si lo desea, podrá también hacerlo al concluir cada jornada. El discurso conclusivo de Francisco tendrá lugar el domingo por la mañana, aunque no se espera de la cita documento oficial alguno.

“No se trata solo de cambiar las normas sino de un cambio de actitud”, subraya Hans Zollner, sacerdote alemán experto en la temática, porque en esta institución como sucede con otras o con los estados, las leyes están hechas, solo que su cumplimiento y más su control, son demasiado laxos. De todos modos, el también presidente del Centro de Protección de Menores de la Universidad Pontificia Gregoriana y miembro de la Comisión para la Tutela de Menores está convencido de que habrá un antes y un después de la reunión, a la que los obispos vienen con los deberes puestos por el Vaticano hechos. Un 80 por ciento de las conferencias episcopales de todo el mundo han respondido al cuestionario enviado por Roma, una cifra netamente superior al de cualquier otro evento eclesial, como los recientes sínodos de la familia o la juventud.

A lo largo de cuatro días, 190 participantes, entre presidentes de todas las Conferencias Episcopales del mundo, religiosos y otros expertos. Apenas habrá representación femenina, con 12 mujeres religiosas, y ningún laico. Esa ausencia es relevante: el Papa ha señalado al clericalismo como una de las causas de los abusos de poder que llevan a la violencia sexual contra menores, pero también contra religiosas. Otro campo a intervenir, al que la institución también llegará tarde.

Lo destacable en sentido positivo es que por primera vez en la historia de la Iglesia moderna, las puertas del Vaticano se abrirán para que una docena de víctimas y activistas puedan decir a la cara al Papa y a los jerarcas de todo el mundo qué es lo que piensan sobre los abusos sexuales del clero y el encubrimiento por parte de la jerarquía.

Entre ellos estará el chileno Juan Carlos Cruz, quien sufrió los abusos de Fernando Karadima y gracias a cuyo testimonio el Papa acabó interviniendo a la Iglesia de Chile, expulsando a siete obispos y pidiendo la renuncia de todo el episcopado del país. De hecho, el presidente de la Conferencia Episcopal chilena no acudió a la cita.

El italiano Francesco Zanardi, presidente de la red de víctimas y promotor de la causa contra el Instituto Próvolo, con sedes en La Plata y Mendoza, confirmó que tendrá “un encuentro reservado con las autoridades del Vaticano”, en el marco de la cumbre.

Cabe recordar que en 2017, Zanardi denunció que la Iglesia argentina falsificó documentos para desligar al ahora obispo de Verona de las denuncias sobre los abusos en el Próvolo (que acoge a niños sordomudos) de Mendoza y La Plata.

El obispo acusado, Giuseppe Zenti, se defendió mediante un escrito en el que dijo que las denuncias de abuso sexual contra los sacerdotes del Instituto Antonio Próvolo en las ciudades argentinas “están motivadas quizás por la intención de apoderarse de las bellas propiedades del instituto en esos lugares, eso con la complicidad de las autoridades administrativas”.

Zanardi, miembro de la red ECA (que aglutina víctimas de curas pedófilos) fundada por 18 asociaciones locales en junio de 2018, aseveró que la idea “es llevarle al Vaticano nuestro reclamo de mayor colaboración con la Justicia civil y penal en los casos de curas acusados de abuso”.

“No somos contrarios a los procesos canónicos, pero no son suficientes. Hace falta que intervenga la Justicia civil y penal”, pidió el abogado italiano.

“Llegan días clave y solo esperamos que la Iglesia esté a la altura requerida y necesaria. No es una simple petición, ni siquiera una simple esperanza es, para la Iglesia vaticana, una urgente e inaplazable necesidad”, expresó el padre de una de las víctimas española. Y no podemos más que coincidir con sus palabras y compartir la expectativa, por la reparación de tantas vidas dañadas, para que nunca más se repita, y si así fuera -porque perversos hay en toda la humanidad- para que caiga sobre estos monstruos el peso de la ley humana, sin amortiguación alguna del corporativismo eclesiástico.


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