Editorial

La calidad institucional sí tiene valor


En los últimos años, y sumidos en una profunda grieta, el país parece haber perdido de vista el valor que tiene la calidad institucional. La agresión, la descalificación y el planteo de las diferencias políticas a través de la afrenta se convirtieron en la moneda corriente y esto trajo consecuencias en el modo mismo en que se dirimen las disidencias en el propio colectivo social. Entonces, cuando algo irrumpe en el escenario público para modificar esa lógica, llama la atención y se convierte en un hecho que causa sorpresa. El lunes por la mañana, tras el resultado electoral, el encuentro mantenido entre Mauricio Macri y Alberto Fernández en Casa de Gobierno copó la atención de una opinión pública acostumbrada al destrato.

El presidente saliente y el presidente entrante compartieron un café y dialogaron sobre la situación del país para iniciar un período de transición ordenado que permita respetar la institucionalidad y asegurar el traspaso de mandato el próximo 10 de diciembre en una atmósfera de armonía.

Los días que faltan para que eso ocurra serán largos y dificultosos, a la luz de las severas dificultades que vive el país en términos económicos y sociales, pero el encuentro entre ambos dirigentes en un clima que los dos definieron como “genuino” y de “predisposición” abre un horizonte de posibilidad.

El gesto fue bien recibido por la ciudadanía, tal vez porque no siempre ocurrió que un presidente en ejercicio y un presidente electo pudieran correr a un lado sus diferencias -que se dirimieron en las urnas- y se sentaran a conversar, no para trabajar juntos, pero sí para plantear algunas cuestiones centrales que hacen a una transición.

El encuentro motivó la expectativa porque no siempre ocurrió. En la historia argentina reciente hay tristes ejemplos de cambios de gobierno que se dieron en un clima de conflictividad política y social de consecuencias irreparables.

En este contexto, la actitud de Mauricio Macri de reconocer la derrota y comunicarse con el presidente electo el mismo domingo para inaugurar una instancia de diálogo fue responsable. La predisposición de Alberto Fernández a mantener ese diálogo y a designar a un equipo de colaboradores que llevará adelante la transición también lo fue.

Aunque sobrevuela el recuerdo de las circunstancias en las que Cristina Kirchner -hoy vicepresidenta electa- se negó a entregar a Mauricio Macri los atributos del mando, parece abrirse otro capítulo de la historia aunque con casi los mismos protagonistas. Quizás más maduro y acorde a las necesidades de la hora. No solo por la conversación que mantuvieron Macri y Fernández en un clima distendido sino porque a la par de ello equipos de ambos comenzaron a trabajar juntos no en un intento de co gobierno que no corresponde ni se pretende, pero sí en la transición que requiere cualquier proceso democrático de cambio de Gobierno.

Se requiere mucha generosidad de ambas partes y mesura para que el proceso iniciado el lunes no quede solo en una foto y en un gesto de cortesía.

Lo que hace falta para sostener esta tarea es responsabilidad del conjunto de la dirigencia política, porque lo que está en juego es la calidad institucional de una democracia que necesita consolidarse para dar respuestas a las necesidades del país que no admiten el juego mezquino de los políticos de turno.

Quizás, a uno y otro lado de la grieta, llegó el tiempo de dejar de lado los personalismos para dar paso a la humildad. Se dice que en democracia los gobernantes son solo los inquilinos de un poder que les confiere la ciudadanía y por tanto es hora de ejercitar la humildad. Algo que deben asumir también como imperativo los dirigentes que acompañan tanto a Mauricio Macri como a Alberto Fernández porque resulta una contradicción -por lo menos discursiva- que presidente entrante y saliente se dispongan a emprender una transición ordenada, mientras por lo bajo dirigentes de peso sigan en campaña con mensajes altisonantes propios de la barricada.

Estas contradicciones ya no tienen lugar en un momento en el que hay que poner por delante el valor que tiene para un país en crisis la institucionalidad. La tentación de hacer cumplir la profecía de que ningún gobierno no peronista termina su mandato debe quedar atrás. Y esto no va en defensa de una gestión de Gobierno que ha cometido innumerables y graves errores cuyas consecuencias están a la vista, sino en resguardo del principal valor que se tiene en democracia que es la paz social.

Cerrar la grieta es una necesidad urgente. Si el presidente Mauricio Macri consigue entregar los atributos de mando a Alberto Fernández el 10 de diciembre, en otra jornada histórica para el país, y lo hace en un clima de tranquilidad y sin sobresaltos, se habrá dado un primer paso. Así se ratificará que la calidad institucional sí tiene valor. Y la que habrá crecido es la democracia.


Otros de esta sección...

Cuidarse del dengue

23 de Marzo de 2024 - 05:00
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO