Editorial

La codicia, base de los problemas ambientales


Después de tres inviernos seguidos con escasísimas lluvias, Ciudad del Cabo teme convertirse en la primera gran metrópolis del mundo que se queda sin agua.

Una de las cuestiones clave para la vida humana, el agua dulce, de eso se trata, está desapareciendo en la populosa ciudad de Sudáfrica.

En estos casos lo primero que se intenta es imponer restricciones al uso doméstico: se trata de tirar de la cadena solo una vez al día, y la gente se ducha encima de palanganas para no desperdiciar ni una gota. A ese punto de desesperación se está llegando. Cada persona solo tiene derecho a gastar 50 litros al día, en comparación con los 321 en California. O sin irnos, tan lejos, los 60 millones que se consumen en Pergamino en verano, un aproximado de 600 litros per cápita.

Las medidas restrictivas no son una salida definitiva, lo que se trata es de ganar tiempo mientras se buscan soluciones que van desde pozos para acceder a corrientes subterráneas hasta la desalinización. Porque el mar que rodea el sur de Africa es enorme pero hacer potable esa agua es caro y se tarda un par de años en tener una reserva de agua dulce nacida del tratamiento del mar.

La idea nacida de la desesperación que cobra fuerza es la de arrastrar un iceberg de 70.000 toneladas desde la Antártida hasta la costa de la provincia del Cabo Occidental, hacerle un agujero en lo alto y extraer agua como si se tratase de una mina. En fin es una propuesta que parece muy extravagante, pero la amenaza de abrir las canillas y que no salga una gota de agua un día y al otro también, los desespera. Al fin arrastrar 1.200 millas náuticas el enorme bloque de hielo hasta el cabo de Buena Esperanza es más barato que desalinizar el mar.

Y como siempre sucede, porque es de humanos, las autoridades han conseguido la reducción del consumo de agua cuando estaban literalmente con la soga al cuello, fijando una fecha para el Día Cero en que la ciudad, de no llover, se quedará oficialmente sin agua, se cerrarán las cañerías, de las canillas no saldrá ni una gota y cada vecino tendrá que ir con baldes y su cartilla de puntos de suministro repartidos por la ciudad para buscar el agua que le corresponde.

La economía ha comenzado a caerse en base a este problema porque el turista no quiere viajar porque las piletas de los hoteles están clausuradas, un tercio de cosechas se ha perdido y la gama baja de los vinos sudafricanos ha desaparecido del mercado internacional. Esto es pérdida de divisas, de empleos, una crisis generada por la naturaleza.

Como viene sucediendo en todos los países, a medida que avanza el desarrollo se va despreciando las advertencias de los grupos ambientalistas, quienes en el caso que nos ocupa proponen la eliminación de árboles no autóctonos como pinos y eucaliptos, que cada año se beben 38 millones de litros de agua.

Es así como el cambio climático sigue perjudicándonos, mientras la Naturaleza se defiende de las agresiones que diariamente recibe, a veces con brutalidad. No hay otros culpables que la codicia de quienes desarrollan tareas contaminantes y no se niegan a pagar, por ejemplo, filtros que aminoren la situación.

Precisamente en Pergamino se desarrollaron en estos días las jornadas provinciales del suelo y lo que ofrecen son herramientas para mejor utilización de la tierra. Y es lógico que se haga aquí, en un sector donde tenemos las tierras más fértiles casi del mundo, tierra negra donde se siembra y se cosecha, es donde claramente hay que hacer las advertencias necesarias.

Y es de esperar que los productores asuman el concepto del cuidado de la tierra, se hagan las rotaciones (sin abusar solo de la soja), se trabaje con los fertilizantes correctos y se deje descansar los terrenos cuando vemos que corremos el riesgo de agotarla. No hace falta que campos productivos se transformen en un desierto de cascotes para lamentarnos de no haber hecho lo necesario en el momento que correspondía.

La realidad es que vemos en las experiencias en todos los países que, se avanza agrediendo a la naturaleza hasta que la respuesta dramática llega y sin tocar la puerta hace verdaderos desastres. Y la verdad es que cuando se han realizado encuentros mundiales de medio ambiente, donde la Argentina ha sido parte de los convenios de cuidado, lamentablemente países centrales como Estados Unidos no solo no concurre sino que lejos de firmar los convenios de medio ambiente. Ni hablar de Donald Trump que afirma a boca de jarro que “el medio ambiente es un verso” palabras más palabras menos. Lógicamente que adherir a esos tratados es plantarse frente a empresas altamente contaminantes y obligarlas a que se pongan en caja, lo que implica que tengan más gastos de producción. Y en el país del norte ni los demócratas ni los republicanos quieren recorrer ese camino, aunque unos lo hagan con buenos modales y Trump de modo brutal, la actitud es la misma, dejar que la codicia avance.

Ojalá se vayan logrando los cambios culturales necesarios para salvar lo que aún queda del planeta, sin seguir agrediendo a la naturaleza de este modo, porque así son las respuestas que se generan.

 

 


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23 de Marzo de 2024 - 05:00
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