Editorial

La confianza en el contrato social


Cada vez que asume un funcionario, sobre todo del Poder Ejecutivo y aun más si es el presidente de la Nación, se produce un convenio mutuo del líder con los ciudadanos. Explícito a partir de las propuestas y promesas que expresó el candidato en su campaña, pero también tácito e implícito en cuanto a lo que suponen e interpretan los votantes.

Se trata de un gran pacto social entre los soberanos, que necesitan ser conducidos, y la persona a la cual le confieren la autoridad. Una alianza democrática de base entre quien dirige y quienes serán dirigidos (hayan o no elegido la fórmula ganadora en las elecciones).

Hobbes explicaba que los humanos cedemos derechos individuales a un soberano a cambio de protección. Locke propone la misma línea contractual pero dividida en dos procesos, el primero es entre las personas para vivir en sociedad y el segundo en la relación con el gobernante. Rou-sseau consolida con la publicación de “El contrato social” en 1762, la obra más reconocida de este tipo de pactos entre personas para vivir en democracia.

Entre lo expresamente dicho y lo sugerido Alberto Fernández “prometió” varias cuestiones claves en la campaña, potenció su mensaje en la transición y en la asunción varias veces las repitió. Haciendo una síntesis a partir de los archivos de noticias, podemos citar cinco promesas recurrentes:

El tono: moderado, cordial y prudente.

El modo: sensato, conciliador y componedor.

El estilo: cercano, comprensivo y empático.

El diálogo: sostenido para lograr consensos sostenibles, buscando dejar de lado los enfrentamientos, las confrontaciones diarias, las “chicanas” políticas por el bien común y en busca de un gran acuerdo nacional

Las acciones: tendientes a no dividir, para no generar más grietas sino tender puentes con aquellos que no piensan igual.

A la  “luna de miel inicial” le sobrevino la pandemia, que produjo un efecto de paréntesis que no hace posible desarrollar una evaluación objetiva, por eso el comienzo del gobierno de Alberto Fernández será juzgado con muchos peros, comas y aclaraciones. Por ello es que no hacemos un juicio de valor sobre la gestión sino sobre cómo está la “relación contractual” entre gobierno y gobernados, una relación que se sustenta con confianza y ésta se alimenta con la expectativa de los resultados. Pero al acecho está  la ansiedad, que va corroyendo la confianza e incluso puede llegar a hacerla desaparecer.

La confianza siempre es bien recibida, pero si llega rápido es mejor. La ansiedad argentina es tan corrosiva como su desconfianza. Pero eso no se puede cambiar. Todos los gobiernos saben que juegan con las mismas cartas.

Confianza es una palabra esquiva, sobre todo cuando se la usa en economía. El diccionario la asocia más con un sentimiento de fe que con la obtención de una certeza. La define como la “esperanza firme que se tiene de alguien o algo”.

Es un término que tiene un alto grado de subjetividad, por lo cual es difícil que todos apliquen criterios uniformes para sentir confianza frente a determinados hechos o personas. Por eso se transforma en una meta delicada cuando se la asocia a un objetivo colectivo, como acaba de hacer el FMI con la gestión de Alberto Fernández.

Los analistas prefieren usar cifras en lugar de sensaciones. Cuando la confianza sobra, nadie escarba demasiado en las razones pero hay un indicador que aporta una aproximación bastante certera. Se lo conoce como el “índice de la felicidad”, y combina la evolución del PBI de un país y su tasa de desempleo. Esas cifras suelen ser claves para la imagen del gobernante de turno y son una condición necesaria (pero no suficiente) para mantenerse en el poder.

Al fin y al cabo Mauricio Macri padeció y sucumbió por este indicador. Tres años de caída del PBI y un aumento de la pobreza de la mano de mayor inflación matan cualquier esperanza de cambio. Alberto Fernández también lo está sufriendo. La pandemia de coronavirus todavía es su paraguas, pero cada vez lo preserva menos.

La sociedad aprobó su preocupación inicial por la salud pública, pero ahora se escuchan más las voces de los que piden priorizar la economía. Este reclamo lo tomó la oposición, que se sumó a las marchas de descontento que se vivieron el lunes, agitadas también por otras decisiones de gestión como la avanzada sobre el sistema judicial.

En este tránsito difícil está ahora el Gobierno, porque el mensaje que recibe en estos tiempos es básicamente un pedido para que cambie su orientación inicial, tanto en el plano sanitario como en el político o el económico. Cuando se habla de despejar la incertidumbre, la respuesta implícita es que eso sucederá si el Ejecutivo cumple las condiciones que pone.

El problema mayor que tiene Alberto es que los que piden dar este paso no son sus votantes originales, con lo cual se preguntan si tienen que aceptar renegociar el contrato electoral por los cuestionamientos de un sector. Claro que sí, porque el contrato que lo puso y lo mantiene en ese espacio de poder no es electoral sino social, e incluye a todos los votantes, no solo los que pusieron la boleta del Frente de Todos en las urnas. La confianza la debe tener todo el pueblo argentino, es la única manera.

El FMI le aconsejó al Gobierno adoptar políticas que restablezcan la confianza, pero el presidente no puede romper su coalición para conquistar la confianza ajena. Roberto Lavagna remarcó el lunes, en forma acertada, que dar ese paso es desafiar la gobernabilidad. El Gobierno no necesita resetear su gestión, pero puede recalibrar su diagnóstico inicial y usar las herramientas de política (comunicación incluida) que le garanticen eficacia. Al fin, otro beneficio del “paraguas” de la pandemia es que  el escenario es dinámico, y bajo esta premisa lo que antes fue conveniente, hoy puede no serlo, sin que ello implique una contradicción.

Si queremos salir, tenemos que generar confianza, hacia adentro y hacia afuera. La confianza militante Fernández ya la tiene, y es dogmática, no se le retirará. Tiene ahora que apuntar sus esfuerzos a recuperar la del resto de la sociedad y, sobre todo, la del mercado.


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