Editorial

La cuestión no es Biden o Trump sino China


Cuatro años después de sacudirse con la llegada de Donald Trump al poder, la política de Estados Unidos hacia América Latina vuelve a dar un giro brusco.

Muchos prevén que una política de Biden para América Latina se parecerá más a la que primó durante el gobierno de Barack Obama entre 2009 y 2017, cuando él fue vicepresidente con un rol de articulador hacia el sur del río Bravo.

Trump siempre destacó como grandes logros sus acuerdos con México y países centroamericanos para que contengan a migrantes en sus territorios. Es decir, consideró mejor solución a la cuestión de la inmigración, ayudar a que mejoren las condiciones en el país de origen para así evitar que se agolpen en las fronteras, sobre una premisa que es cierta: nadie prefiere emigrar y dejar lo suyo y a los suyos, por lo que si obtiene lo que busca en su lugar, no parte hacia otro lado.

El problema de esta acción de Trump es que complicó a quienes ya están allí y son aspirantes de asilo en EE.UU.  Además, hay que decir que Trump llegó a esos acuerdos con los países para que retengan a sus ciudadanos a base de amenazas de castigos económicos o comerciales.

En cambio, Biden ha prometido restaurar el papel de EE.UU. “como lugar seguro para refugiados y solicitantes de asilo”. Ahora, en los hechos, el gobierno deberá ser cauto para evitar que migrantes de la región interpreten que las fronteras de EE.UU. se abren.

Biden, quien ha buscado distanciarse del alto número de deportaciones del gobierno de Obama, impulsó como vicepresidente en 2015 un plan de asistencia para Centroamérica tras la llegada de miles de menores sin acompañantes a la frontera entre EE.UU. y México. Es decir que más allá de los discursos electorales, Biden coincide con Trump en que la solución de fondo para EE.UU. y los migrantes sería dar una respuesta a las causas de la emigración de América Latina, como la pobreza, el desempleo juvenil, la falta de educación.

¿Qué puede cambiar para Argentina? Nada, al menos en términos sustanciales. La agenda de la política exterior estadounidense tiene otras prioridades coyunturales: las relaciones económicas y comerciales con China, Europa, los dilemas geopolíticos/militares en Oriente Medio, Europa del Este (con Rusia a la cabeza) y, como mencionamos, el complejo escenario migratorio con Centroamérica.

A pesar de lo dicho, de ningún modo podemos denostar la relación bilateral existente. Nos guste o no Estados Unidos continúa siendo  el principal inversor externo en nuestro país, con el 22,7 por ciento del stock de Inversión Extranjera Directa; casi 17 mil millones de dólares según los últimos datos del Banco Central. Se calcula que hay más de 300 empresas estadounidenses-argentinas, con inversiones de relevancia en la industria de petróleo no convencional  (450 millones de dólares para financiar a Vista Oil y Aleph Midstream en Vaca Muerta en los últimos años), en el suministro de energía (AES), en la industria manufacturera (GM, Ford, Goodyear, Basf, DuPont, Whirlpool), en el sector de los seguros (Metlife, Prudential), los servicios financieros (American Express, Visa, JP Morgan), los servicios profesionales (Accenture, Manpower Group), y los servicios de información y comunicaciones (IBM, Cisco Systems, Google).

Por otro lado, Estados Unidos es el tercer socio comercial de la Argentina (supo ser el primero por un largo tiempo). El año pasado, el intercambio comercial superó los  10 mil millones (deficitaria para la Argentina en el decenio 2010-2019 en 49.445 millones de dólares; solo con una merma relativa en los últimos dos años -como siempre a lo largo de nuestra historia, por la disminución de las importaciones derivadas de la devaluación y la estructuralmente deficitaria escasez de divisas-).

Al analizar la composición sectorial del comercio bilateral, se observa que las exportaciones argentinas a Estados Unidos tienen una fuerte concentración en combustibles y minerales, seguida por los productos metalíferos, la industria alimenticia y los productos primarios en general. Del lado de las importaciones originarias en los Estados Unidos, las maquinarias son el principal rubro de importación, aunque los combustibles también tienen un fuerte peso, así como los productos químicos. Aquí tenemos que dejar algo en claro: Argentina y Estados Unidos no son mercados complementarios, lo que implica un vínculo no carente de conflictos. Llámese aranceles, subsidios, o barreras pararancelarias de tinte fitosanitario. Y por supuesto, el poder de presión de sus lobbies. Este escenario tampoco cambiará durante el próximo gobierno demócrata.

Sí sería dable esperar un gobierno más aperturista que el de Trump. Esa lógica podría ayudarnos. A la vez, Biden también es más pro combustibles alternativos y en ese marco, sería plausible la suba de los precios de la soja y del etanol.

No podemos olvidarnos del financiamiento. En este sentido, el accionista mayoritario del FMI (EE.UU. tiene el 17 por ciento de incidencia en los votos del directorio), con el cual el país debe renegociar un acuerdo histórico de 44.000 millones de dólares, dejará que los técnicos hagan su trabajo. Pedir prudencia macroeconómica, ajuste fiscal, inflación controlada, no es exclusivo de demócratas ni de republicanos, así que sin cambios por en este sentido.

La temática mayúscula de la política exterior de Estados Unidos es la guerra declarada de aranceles con China. Desde la óptica argentina, China no solo es el principal comprador de los productos relevantes de nuestra oferta nacional (cereales y oleaginosas, carne vacuna) sino que además es muy tentador en términos de inversiones (granjas porcinas, recursos estratégicos), y hoy en día representa la financiación sin cuestionamientos  mediante Swap.

El punto más álgido es la disputa geopolítica entre ambos colosos, la cual claramente continuará bajo la presidencia de Biden. La lenta agonía de la primacía del dólar, el dejar de ser los adalides de nuestros productos importados -y nuestra balanza comercial deficitaria-, o el avance de las inversiones en infraestructura (con el ejemplo reciente del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura financiando la ruta de la seda sudamericana), contribuyen a la derrota que viene sufriendo Estados Unidos ante el gigante asiático en nuestro país. Repasemos: la base satelital –con sus derivaciones militares-, la inteligencia artificial, las telecomunicaciones con el 5G, y la biotecnología entremezclada con la industria farmacéutica bajo el manto de la conquista Antártica, pronostican un escenario oscuro de disputa en el mediano y largo plazo. Es que al menos por ahora y haciendo honor a la verdad, hemos aceptado, sin chistar, sus requerimientos. Una vez más, nuestra necesidad (de financiamiento) tiene cara de hereje.

Tarde o temprano, Argentina tendrá que hacer elecciones que disgustarán a una u otra parte. Ante las conquistas chinas, Estados Unidos no retrocederá y defenderá sus bases militares y los intereses de sus corporaciones.


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