Editorial

La disyuntiva de siempre


Mi verdadero adversario no tiene nombre, no tiene cara, no tiene partido. No presentará nunca su candidatura.  Por lo tanto, no será elegido, y sin embargo gobierna. Este verdadero adversario es el mundo de las finanzas”, dijo el expresidente de Francia, François Hollande, en enero de 2012, durante la campaña electoral que lo llevaría al Palacio Elíseo.

La queja podría ser argentina. Ya la había planteado en su momento nuestro Arturo Illia, cuando culpó a ese poder que localizó en las manzanas que rodeaban a la Casa de Gobierno, antes de su derrocamiento.

Cuesta entender por qué la vida argentina está en un vaivén paralizante desde que se refundó la democracia y, acaso, desde antes. Sin embargo, cuando se miran de cerca las mudanzas del poder económico, el asunto se despeja. Es que dos grandes impulsos contrapuestos van tejiendo la trama: de un lado, las fuerzas productivas que tratan de crecer, extender la frontera agrícola y revivir las industrias que alimentan el empleo de las ciudades y el conjunto de conocimientos, investigaciones y enseñanzas en estos campos, que son la materia principal de la vida universitaria. Mientras que del otro lado, enfrente, está una reiterada receta de dejar de lado  esos asuntos y confiar lo esencial del futuro a los negocios financieros  y buscar en los préstamos provenientes del mercado mundial aquello que de manera autóctona nos llevaría años, muchos más que una gestión de gobierno, conseguir.

Al mirar para atrás en busca de entender el presente, se encuentran dos grandes antecedentes de la filosofía pro finanzas: el modelo económico del ministro José Martínez de Hoz, entre 1976 y 1981, y el que lideró Domingo Felipe Cavallo entre 1991 y 1996. Ambos proyectos gozaron de un fuerte respaldo de las altas finanzas internacionales. Lograron “éxitos” en los primeros tiempos de aplicación. Anunciaron que el país marchaba hacia la eficiencia que lo haría entrar en el “primer mundo”. Con ese discurso, aumentaron sin pudor el endeudamiento externo.

Esos dos célebres ministros pensaban que el maridaje con las finanzas mundiales le daría a la Argentina una nueva oportunidad, que con esos ríos de dólares prestados se podría mantener el país en marcha, mientras se hacía cirugía mayor contra la ineficiencia de la industria, las maniobras sindicales y la pachorra del aparato del Estado. Lo cierto es que no supieron hacer ninguna de esas tres grandes faenas, pero sí nos llenaron de dólares prestados. Al final no habíamos avanzado en la eficiencia pero habíamos retrocedido en la solvencia: son las crisis que heredaron, respectivamente, Alfonsín y  De la Rúa.

En busca de esa eficiencia mal entendida se dispusieron recortes brutales. Se destruyeron por aquellos años  miles de pequeñas industrias y se terminó negociando con los mismos dirigentes sindicales que supuestamente se iba a “depurar”.  Y ahora había que afrontar la enorme nueva deuda.

Hoy volvemos a transitar este camino disyuntivo entre focalizar los estímulos en las fuerzas productivas que siempre apuntan y trabajan por crecer, lo que alimenta el empleo de las ciudades, o centrar la mejora primero en los números, en los negocios financieros, sobre la expectativa de que una vez saneada la economía se crecerá.

El primero es el camino más arduo y lento para ver los resultados; el segundo muestra resultados cuasi inmediatos según se van dando los pasos (lo vimos días pasados con el anuncio de la fórmula Macri-Pichetto). El primero requiere de cambios estructurales, desde el jardín de infantes mismo; en el segundo, con solo correcciones ya se mejoran los índices que nos convierten en atractivos para la inversión y el crédito externo.

Esto es entonces elegir entre el camino largo y penoso o el atajo. La pregunta es: ¿está preparada esta generación para hacer los esfuerzos y no ver los resultados, solo hacerlos por el bien de los que vendrán? Este es el punto en que nunca nos pondremos de acuerdo como sociedad. Solo será posible si la clase dirigente asume el compromiso y encara el camino asumiendo también que sus decisiones en ese tránsito hacia el crecimiento pueden no reportarles el crédito político que ansían.


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