Editorial

La educación y su desafío de reinventarse


La educación es quizás uno de los aspectos que más modificaciones ha tenido a partir de la irrupción de la pandemia de coronavirus. La suspensión de clases presenciales y medidas que a escala planetaria han exigido reformular el desarrollo de las actividades pedagógicas en todos los niveles supuso cambios profundos que obligaron a los sistemas educativos a repensarse a sí mismos para poder ofrecer de manera virtual la alternativa de formación a personas de todas las edades y realidades sociales.

Lejos de detenerse, el proceso educativo formal continúa y lo hace en un entorno virtual al que no todas las instituciones educativas están acostumbradas. Tampoco los usuarios ni las familias que en tiempos de confinamiento social han experimentado cómo la escuela y sus rutinas se instalaron en la escena doméstica planteando no pocos desafíos.

En la actualidad, tanto establecimientos educativos como los estados de todo el mundo están comprendiendo- tal vez como nunca antes- la relevancia que las mediaciones tecnológicas tienen en la educación. La coyuntura está legitimando una opción pedagógica de potencialidad inmensurable. Pero también está exhibiendo las de-sigualdades de acceso no solo a la tecnología sino a saberes previos que igualen en la carrera por mantener el proceso de enseñanza aprendizaje en tiempos de pandemia.

En Argentina se ha reaccionado en múltiples direcciones con algunos objetivos precisos: por un lado, continuar el proceso de formación de los alumnos de todos los niveles; y por el otro, mantener la función esencial de la educación de contener socialmente en contextos adversos.

La escuela, en la virtualidad, aparece como una aliada en el tránsito de muchas familias por el período de aislamiento. Las quejas de padres por la sobrecarga de tareas y las dificultades en el acceso a contenidos que muchos han experimentado, se diluye ante el sentido que cobra la educación como pilar de acompañamiento sustantivo en esta contingencia que no tiene precedentes en la historia reciente del mundo.

En épocas complejas en las que las sociedades se ven obligadas a extremar los cuidados y a incluir la tecnología como herramienta de formación básica y elemental, adquiere relevancia la lentitud con la que se ha modernizado la escuela.  A contracorriente de lo que ha sucedido en otros campos del conocimiento científico, la escuela como institución ha privilegiado la presencialidad física en el aula, el pizarrón, el libro o la computadora como únicos instrumentos para poner en marcha el proceso educativo. La pandemia de la Covid- 19 vino a cambiar ese paradigma y a echar por tierra los espacios de saber establecidos. El modelo académico de aprendizaje mediado por tecnologías en entornos virtuales se impone como esquema posible. También como oportunidad para resignificar la práctica educativa, para valorar el rol de docentes y alumnos activos en ese proceso de enseñanza- aprendizaje y para dar lugar a la familia en una alianza de sostén y creatividad que se retroalimenta de manera constante.

Como en otras esferas de la vida pública y privada en tiempos de confinamiento social, la educación se está transformando y con ellas sus claves.

Lo que la pandemia ha puesto en jaque es el modo de hacer funcionar las instituciones sin mediar el contacto personal. Esto obliga al propio sistema a reinventarse y valerse de otros soportes, distintos a los del pizarrón y el libro, sin que ello implique deshumanizar el proceso. Chicos de todas las edades, adultos y adultos mayores que están realizando distintos trayectos educativos son parte de esta experiencia viva, que se construye en el presente, sin libros ni manuales que aporten recetas.  Como si la clave estuviera en el uso de la tecnología, pero también del tiempo disponible para sostener el contacto, para generar los entornos apropiados de intercambio de ideas y saberes.

Lo que surgirá de esta construcción será una nueva escuela. Seguramente más aggiornada. También nuevas familias llamadas a ser más participativas en el proceso. Y nuevos docentes, abiertos a la introducción de la innovación y la creatividad en la práctica docente.

Pero no todo dependerá de ellos y del hacer individual. Hay una tarea que es y deberá seguir siendo del Estado, para garantizar la igualdad de oportunidades en esta construcción colectiva. Para preservar el valor de la escuela como institución que iguala en la diversidad. Y que es abierta a todos. Para quienes tienen sólidos sistemas educativos, la tecnología será una aliada en la inclusión, la adaptabilidad y flexibilidad que requiere este tiempo y el porvenir. La principal estrategia, quizás sea fortalecer los proyectos institucionales y los modelos académicos, facilitar las experiencias tecnológicas haciendo buenas elecciones de plataformas y medios que permitan que el sistema sea fluido y eficiente. Y fundamentalmente creer en la educación y en su posibilidad de reformularse para adaptarse a tiempos de pandemia que seguramente pasarán, pero que dejarán huellas que obligarán a las instituciones a funcionar de una manera diferente, sabiendo que en un aula o en una plataforma, si se confía profundamente en la capacidad transformadora de la sociedad, sostener la experiencia de aprendizaje es posible.


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