Editorial

La elección no es la línea de llegada sino la de largada


Ya iniciado el año electoral, el Gobierno diseña una campaña corta en términos formales, que es lo que en definitiva conviene a los oficialismos para evitar mayores desgastes, aunque ya puso en marcha la estrategia para intentar recomponer las expectativas.

Y en este escenario de números de la economía en retroceso, Mauricio Macri presentó una rebaja de los aportes patronales como la primera medida de una serie para estimular la producción, en línea con el discurso de una presunta mejora de la economía, con el objetivo de contrarrestar el clima desalentador por los números que reflejan, sobre todo, el desplome de la industria en estos meses de recesión. Es así que el mínimo no imponible para las empresas de economías regionales subirá a 17.500 pesos y a partir de esa cifra recién se pagará por la diferencia. El presidente buscó que el anuncio abona la expectativa por la creación de más empleo y más trabajadores que salgan de la informalidad. Y atendiendo a un reclamo que le hacen desde todos los sectores de la economía dijo: “Es el momento de volver a poner el foco en el objetivo del crecimiento, las exportaciones y la competitividad”.

Todos paliativos, y vendrán más seguramente. Algunos serán convenientes y oportunos de aplicar, preservando los números macro y la sanidad financiera del país; otros serán “placebos” al bolsillo, con aroma populista, para lograr algo de simpatía en el votante, incluso cuando su aplicación vaya a contracorriente de lo que se viene pregonando respecto de un gasto público coherente, acorde con los ingresos del Estado.

Porque a todas luces queda claro que la receta para paliar el gran flagelo que nos aqueja, que es la inflación, no la tiene este gobierno. De tenerla, la estaría aplicando y asegurándose una reelección. Entonces, ante comicios inminentes, aparecen otras variantes para llegar a octubre en la mejor situación posible.

Ese concepto erróneo que manejan todos los políticos con pretensiones electorales, de mirar a octubre como una meta, una línea de llegada, al fin se termina transfiriendo a la psiquis del votante. Así, toda la sociedad también termina cifrando las expectativas en octubre, como el fin de un ciclo, cuando en realidad debiéramos estar pensando en el 10 de diciembre como la línea de largada de una nueva carrera. Incluso si ganara el oficialismo, ya que el espaldarazo que implica ser refrendados en la gestión termina siendo un anabólico de alta incidencia en la esfera económica.

Para el interludio hasta octubre no hay mucho que esperar sino resistir. Pero hay un aliciente: esta línea de largada del 10 de diciembre encontrará a la Argentina con una parte del trabajo “sucio” ya hecho. Aun con inflación, las tarifas de servicios se han adecuado en gran parte a su costo (el cual siempre sale del bolsillo del usuario, ya sea por el pago directo o por los subsidios del Estado cuyos fondos nosotros proporcionamos) y el déficit fiscal primario está siendo contenido. Son mejores condiciones que las de 2015, por lo que si se pudiera controlar la inflación el camino se vería allanado para que finalmente aparezcan las esperadas inversiones. Dicho sea de paso, tampoco es que los emprendimientos productivos que se radiquen puedan per se revertir la situación del desempleo. En este punto hay un factor que excede a Macri y cualquier presidente de este u otro país: hay empleos que ya no existen ni existirán más debido al cambio tecnológico, puntualmente a las nuevas formas de consumo. Desde comercios hasta servicios, todo a caído en el mundo digital, que prescinde de manera rotunda del recurso humano. Esta realidad es inexorable y todo lo que se puede hacer para subirse a ese tren ya no pasa por un plan económico sino educativo, que prepare a nuestros chicos para las nuevas ofertas y necesidades del mercado.

Mientras tanto, seguimos viviendo los argentinos de dos en dos: esto es que cada dos años todas las energías de quienes nos gobiernan se focalizan en una elección como meta, nunca como línea de partida hacia un punto más elevado en la calidad de vida de los gobernados.

Ante la imposibilidad manifiesta de esta gestión de poder erradicar, o al menos reducir significativamente la inflación, en los próximos ocho meses todo se va a reducir al juego político, con las chicanas de rigor. El juego oficialismo-oposición, de apostar a la polarización absoluta con Cristina Kirchner como una posibilidad cierta de reelección de Macri, es peligroso porque la expresidenta sube en las encuestas y si les falla la receta de usar al kirchnerismo de “cuco” electoral, vamos a probar lo que es el populismo sin plata, una versión a la venezolana del infierno tan temido. Porque puede gustar o no pero con fondos el populismo ofrece algunas alegrías, aunque sea por épocas, pero sin dinero Venezuela es el ejemplo de lo que se obtiene.

Veremos en marzo, con el inicio de la campaña electoral, qué propuestas tienen los sectores que enfrentan al oficialismo, si muestran otros caminos (siempre que sean ideas posibles y responsables) o lo que sospechamos: sobre la misma huella exhibirán esquemas de mejores praxis que el Gobierno pero sin sustento para su aplicación. Insistimos: es ilógico pensar que si hubiera una manera coherente y saludable de achicar la inflación, el Gobierno no la estaría aplicando para repuntar en la consideración del electorado. De cualquier manera los que están de un lado u otro de la grieta van a hacer campaña sobre la base de la economía, porque aunque hay otros temas dando vueltas, cuando se hacen encuestas es lo que más preocupa.

El problema se torna más político que económico en términos electorales porque el voto no responde a una causa exclusiva y racional; hay comportamientos políticos causados por emociones fuertes, como vemos que sucede no solo en la Argentina sino en otros países incluso mucho más desarrollados que el nuestro. Las neurociencias demostraron que las decisiones humanas tienen un componente racional, pero también, en simultáneo y muchas veces con más potencia, se hace presente uno emocional, a menudo determinante, dice un especialista como Sergio Berenztein. Si en la góndola miramos un producto que siempre compramos, pero no nos alcanza la plata, la frustración puede convertirse rápidamente en bronca o ira y personalizarse en el gobernante de turno. Lo mismo ocurre cuando un bache traicionero conmueve la estructura de nuestro vehículo. Claro que votar es mucho más serio que comprar una lata de atún, cuyo valor se ha ido a las nubes, pero el mecanismo de enojo puede llevar al mismo resultado: una frustración que induce a la ira política.

La naturaleza del voto es tan compleja que muchas veces en las campañas se evitan los debates sobre políticas públicas para simplificar la cuestión y todo se maneja con slogan, frases, formas de generar miedo, construir esperanza, etcétera. Es posible que este año las emociones vuelvan a explicar buena parte del comportamiento electoral. Por un lado, la economía real sufre como consecuencia de la crisis y sería una sorpresa que eso no generara algún impacto notorio en las urnas. Pero el temor al retorno de Cristina Kirchner es la carta de triunfo del oficialismo y un miedo real que se mantiene en un sector social.

El rechazo que reciben Macri y la expresidenta no garantiza igual que surja una alternativa superadora, aunque el escenario se presenta ideal para quien esté dispuesto a ofrecer algo diferente a los castigados votantes. Sin embargo, el electorado parece embarcado en esta polarización y no será fácil desprenderlo de esa grieta.


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23 de Marzo de 2024 - 05:00
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