Editorial

La Iglesia argentina debe hundir el escalpelo


Los escándalos sexuales siguen estallando en la Iglesia católica, habiéndose conocido recientemente más hechos en Alemania. El informe interno, encargado por la Conferencia Episcopal alemana y filtrado a la prensa, indica que el abuso sexual a menores ha sido una práctica muy extendida en los últimos 70 años. El trabajo de investigación documenta 3.677 casos de abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia a menores, la mayoría de ellos varones y la mitad de ellos con menos de 13 años.

La Iglesia alemana tomó la decisión de investigar, lo que es muy saludable, y afirmó que es consciente de la magnitud del abuso sexual, lo que queda demostrado por los resultados del estudio: “Es opresivo y vergonzoso para nosotros. Hace cuatro años encargamos el estudio y nosotros, los obispos en particular, nos enfrentamos a los resultados”.

El objetivo del estudio, en el que participaron las 27 diócesis de Alemania, era obtener más claridad y transparencia sobre este lado oscuro de la Iglesia, no solo por el bien de los afectados sino también para ver las faltas y hacer todo lo posible para que no se repitan. El documento cifra en 1.670 los curas que habrían perpetrado abusos a menores. En uno de cada seis casos se trata de una violación. Hasta un 25 por ciento de los casos de abusos se produjeron en la iglesia o gracias a una relación pastoral con el menor.

El informe es fruto del trabajo de siete investigadores llevado a cabo durante cuatro años y medio y basado en el análisis de documentos y entrevistas. La Conferencia Episcopal alemana decidió encargar el estudio después de que una oleada de denuncias sacudiera la institución en 2010. Dos años más tarde, cerca de un millar de víctimas se acogió a un programa de indemnizaciones ofrecidas por la Iglesia católica.

Prefirieron actuar y no dejarse sorprender ni ser reactivos únicamente a cada denuncia en particular. Esa sería la actitud que, al parecer, plantea el Vaticano de ahora en más. Un actuar de oficio, podríamos llamar, pero ante la asunción –ya no presunción- de que en todos los países del mundo se replica lo ocurrido en Estados Unidos o Chile. A diferencia de lo que ahora sucede en Alemania, en esos países, la activación de una respuesta por parte de la Iglesia, tras décadas de silencio cómplice, vino a colación de aluviones de denuncias inocultables. Como Argentina no es de otro planeta, debemos asumir que, en la debida proporción, en nuestro país se ha producido una similar cantidad de casos de abusos contra menores. Conocemos algunos, como los del cura Ilarraz en Entre Ríos, el padre Grassi, el Instituto Próvolo, y otros pocos más que se han destapado en los últimos años. Pero los números de hechos que se revelan en otros países llevan a pensar que Argentina la cifra de damnificados es mucho mayor.

Por eso es necesaria de nuestra Conferencia Episcopal, como máxima autoridad de la Iglesia argentina, una actitud similar a la de los alemanes: no esperar que a cuentagotas se produzcan denuncias sino comenzar a investigar en todos los puntos del mapa cómo ha sido el comportamiento de los pastores. Primero porque hay víctimas vivas que necesitan resarcimiento y no es justo que dependa de ellos que ese proceso comience, cuando tal vez han vivido martirizados psicológicamente por la nefasta experiencia; segundo porque sería un gesto que hablaría de una real preocupación de la Iglesia por enmendarse, más allá de los discursivo, y tercero porque es lo que pide el Papa.

Por todas estas razones bien podría la Iglesia argentina imitar a la alemana y no quedarse sentada ensayando respuestas y acciones para cada caso que sale a la luz, merced a la valentía de algún damnificado.

Decimos con toda seguridad que son más los casos; solo hay hacer la ecuación proporcional traspolando los 3.700 casos en 70 años en Alemania, a un mismo período pero con nuestra cantidad de habitantes para acercarnos a un número posible.

Aun sin tener ese dato, Argentina ostenta un lamentable número de abusos contra menores; ya suman 65 los miembros de la Iglesia denunciados por abuso sexual desde que en 2002 en que estalló el escándalo del cura Julio César Grassi, hoy preso. Esto es igual a decir que más de cuatro curas son denunciados, en promedio, cada año por haber cometido abuso pero de todos ellos, hasta ahora, sólo tres fueron condenados con la máxima pena dentro de la Iglesia, que es la expulsión del sacerdocio.

Pero antes de 2002, momento en que se empezó al menos a hablar del tema, han de haber existido miles de casos que por motivos varios (la presión psicológica so argumentos religiosos y de poder principalmente) nunca se exteriorizaron, ni siquiera en el seno familiar. Pensemos que 30 años atrás la figura del cura era incuestionable, mucho más para un niño que vivía de su caridad.

La verdad es que si nuestro clero, imitando a sus pares alemanes, investigaran a fondo cómo está funcionando y cómo lo hizo antes la Iglesia en este espinoso asunto, se descubrirían muchos otros casos hoy tapados, no vamos a creer que en todos los países se ha destapado enorme cantidad de casos y en la Argentina como no hay nuevas denuncias “no pasa nada”. Pero además se prevendrían muchos males, separando de los institutos a los sacerdotes con tendencias perversas.

El Papa Francisco también está tomando otras previsiones en pleno escándalo por los casos de abusos en Pensilvania y Alemania: ha convocado a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo entre los próximos días 21 a 24 de febrero en la Santa Sede para adoptar medidas que permitan erradicar estos abusos.

La reunión supone un punto de inflexión en una política contra los abusos a menores en el mapa internacional de la Iglesia que es distinta según la zona. El tratamiento y la atención recibida, en función de los países donde han sucedido los crímenes contra menores, a menudo ha sido dispar.

La decisión del Papa es, en suma, una llamada al orden a todos los generales de la Iglesia y constituye un paso adelante para la unificación de las medidas de prevención y castigo. Algo hay que hacer porque los curas siempre estarán rodeados de personas vulnerables que buscan su apoyo y consuelo. Sacar de ese lugar al sacerdote es lo mismo que anular el sacerdocio, y eso no sería justo con quienes son mentalmente sanos y aptos para tan loable función. Lo que queda entonces es arbitrar medios para que la perversión, la “manzana que pudre el cajón”, sea desactivada antes de actuar.


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